martes, 5 de octubre de 2010

Capítulo 5: Maltrato


U
N par de horas más tarde se despertó donde anteriormente se había dejado caer al suelo igual que un muerto. Seguía en el mismo sitio, en la misma postura.
   Ninguno de sus familiares se había atrevido a entrar en el baño y averiguar que le había pasado para estar tanto tiempo encerrado en un espacio tan pequeño. Nada que él no esperara.
   Se levantó de un salto preguntándose que le había pasado para despertar en el baño, y se miró en el espejo, atisbando en él manchas de sangre seca. Levantó el flequillo, intentando encontrar, sin resultado, la herida que la produjo. Nada. Por más que la buscaba no encontraba nada. Su expresión era de incomprensión… No alcanzaba a entenderlo. Tenía la sangre, pero ¿dónde estaba la herida? Es más, ¿cuándo se la había hecho? Continuó mirándose en el espejo, cada vez más desconcertado. Sangre y ninguna herida, sangre y ninguna herida… ¿Acaso se estaba volviendo loco? ¿Era un sueño? Que le pellizcasen si así era porque no se lo creía.
   << Qué raro, >>, pensó para si, tocándose el lugar de la frente donde se suponía que debía haber una herida, << no me duele >>. Cierto: no le dolía absolutamente nada. Desconocía porque… y a medida que pensaba más en ello menos lograba llegar a tener una respuesta.
   Salió del baño lentamente y pensativo, sin prestar atención a nadie ni a nada de lo que había a su alrededor. Como siempre, no lo reclamaban, no lo necesitaban. En absoluto era algo extraño, lo inusual era que un silencio abrumador inundara la casa. Lo nunca visto en aquel lugar.
   Al llegar a la puerta color caoba de la cocina, dispuesto a abrirla, escuchó a sus padres comenzar a hablar. Matt pudo observar a través de la puerta entreabierta, como Stephanie curaba el moratón que su hijo le hizo a Andrew, el cual parecía estar muy cabreado.
   — Voy a llamar a la policía — afirmó Andrew lleno de odio. — Este niñato  lo que necesita es un buen escarmiento.
   El chico se sorprendió ante semejante afirmación. ¿Qué demonios había hecho para que su propio padre quisiera denunciarlo a la policía? Se paró a pensar durante unos segundos, analizando los últimos días: no encontró ningún hecho lo suficientemente grave como para llegar a tal extremo.
   Se fijó más en Andrew y cuando la madre apartó la bolsa de hielo de la cara de su marido pudo ver que uno de sus ojos estaba morado. << ¿No habré sido yo…? No, me acordaría >>, se dijo desconcertado.
   — ¡No! — Saltó su madre con  los ojos abiertos como platos.
   Matt se quedó boquiabierto, al igual que Andrew al ver aquella reacción poco común en Stephanie. Por un momento llegó a creer que de verdad le importaba, que lo quería como a un hijo y no como a un perro vagabundo adoptado por pena, que todos estos años había estado fingiendo su rechazo. Pero esa idea se desvaneció de su mente con la misma velocidad a la que llegó.
    — Quiero decir, — rectificó — no podemos. Los vecinos empezarían a hablar y dejarían de dirigirnos la palabra. Nuestro status se vería implicado —, continuó, dejando más que claro lo que pensaba. << No sé ni como se me ha podido pasar por la cabeza >>, pensó hundido. << Es de locos. Siempre piensa en ella antes que en cualquier otro ser vivo >>. — Además, después de lo que hizo cuando Margaret se marchó… — Puntualizó, levando su mano derecha a la frente.
   Incomprensión. << ¿Cuándo se ha ido Margaret? ¿Por qué no me han dicho nada? >>.Con una expresión de odio y dolor miró a su madre. << ¿Por qué se ha ido? >>. No pudo pensar en más, se había quedado sin respiración. La persona a la que más quería se había ido, dejándolo solo.
   —… no podemos llamar la atención de esa manera otra vez — añadió Stephanie sacando a Matt de su ensimismamiento de angustia, devolviéndolo a la vida real.
   Egoísta, esa es la palabra perfecta para describir muy resumidamente la personalidad de su madre. No se merecía nada de lo que tenía y era tan egocéntrica que le resultaba imposible darse cuenta de algo tan obvio.
   — Stephanie, ¡me ha pegado! No sé si te has dado cuenta. ¡A mí! Se merece su castigo — sus ojos estaban desorbitados a causa de la ira y su piel se había vuelto de un color rojo fuera de lo normal. — Este impresentable va a recibir lo que le corresponde. Y si no lo hace la policía… lo haré yo.
   La mujer se quedó callada evitando el contacto de la mirada de asesino de su marido. En su fuero interno sabía que si decía algo, lo que fuera, correría la misma suerte que Matt.
   Cobarde incapaz de defender a su hijo y evitar que Andrew tomara la justicia por su mano. Si, también era una cobarde.
   Un escalofrío recorrió el cuerpo del muchacho convirtiéndolo en piedra. Nunca, en su vida, había visto a su padre enfadado de aquella manera, por eso verlo de ese modo le atemorizaba de una forma que le impedía moverse, incluso respirar. Fuera lo que fuere lo que Andrew le tenía preparado no iba a ser un paseo por un campo de rosas precisamente.
   Matt se encontraba en tal estado de shock que no se enteró de que Andrew había abierto la puerta. Solo se percató de ese hecho cuando lo cogió por el cuello de la camisa y lo levantó, aumentando el miedo que habitaba dentro de él, y añadiendo una nueva sensación: asfixia.
   — Con que escuchando conversaciones ajenas, ¿eh? — Dijo, apunto de explotar de furia.
   No fue capaz de decir nada, simplemente negó con la cabeza todo lo rápido que el pánico y la falta de oxígeno le permitieron. Era incapaz de moverse, sus músculos se paralizaron. Estaba tan asustado como un niño pequeño cuando el matón del colegio — mucho mayor y fuerte que él — empezaba a pegarle un día si y otro también.
   — ¿Quién te crees que eres? — Seguía sin poder decir o hacer algo. — ¡Contesta! — Le ordenó gritando, meneándolo con fuerza y con una voz grave y dura. La voz de un psicópata al borde de la locura. No contestó. Sus pies a duras penas rozaban el suelo y le faltaba cada vez más aire. — ¿Con qué esas tenemos, eh?
   Dicho esto lo empujó contra la pared, haciéndole daño en la espalda y en la cabeza. Aulló de dolor e impotencia.
   — ¡Ahora dices algo! — Continuó gritando, tirando a Matt contra el suelo, provocando que volviera a gritar de dolor.
   El aire no llegaba a sus pulmones y cuando lo hacía el malestar era tal que se obligaba a si mismo a no dejarlo entrar.
   Intentó colocarse a cuatro patas poniendo el peso de su cuerpo en las rodillas, que a efectos parciales, era la única parte de su anatomía que aún ni había sido golpeada.
   — ¡¿Quién te has creído que eres para pegarme?! — Le gritó colérico, a la vez que daba una patada en el pecho a Matt, empujándolo contra la pared de la entrada.
   Matt reprimió el grito que en ese instante debería haber producido sus cuerdas vocales.
   Si ya antes le costaba respirar, ahora le resultaba imposible. Cada bocanada de aire era un Infierno. Era lo más semejante a estar bajo el agua sin ninguna escapatoria.
   — ¿Ya no eres tan valiente, verdad? — Preguntó al chico en un tono sarcástico, agachándose ligeramente y poniendo las manos en las rodillas, inclinando la cabeza a un lado con una sonrisa malévola.
   Otra patada, esta vez en el estómago. Le dieron ganas de echar para fuera cada minúscula miga de comida que contenía en él. Otra más, y otra y otra y otra… así innumerables veces, combinándolas con fuertes puñetazos en la parte más cercana que pillaba. Cada uno peor que el anterior.
   Matt era incapaz a moverse. Le resultaba imposible defenderse, aprovechar y pegarle de la misma manera a él, para que viera como se siente uno cuando le dan una paliza parecida a esa.

   Mientras tanto, Stephanie se mantuvo al margen, acurrucada al lado de la puerta de la cocina con  los ojos lacrimosos y temblando como un flan. No estaba tan asustada como Matt, pero lo estaba. Puede que el amor de madre hubiera surgido a la superficie en ese preciso momento y sufriera del mismo modo que su hijo, sintiendo cada golpe y el dolor producido por estos… que todo egoísmo se hubiera desvanecido y en esos instantes solo importara él.
   — No quiero que me vuelvas a tocar, ¡entendido! — Advirtió Andrew a Matt, quitándose el sudor de la frente debido al… ¿esfuerzo?, por llamarlo de alguna manera.
   Segundos más tarde lo remató con un último puñetazo en la cara con toda la ira y la fuerza contenida. Matt escupió una preocupante cantidad de sangre. Su rostro estaba masacrado, no parecía él. Todo signo de belleza se había desvanecido, oculta bajo la sangre, la hinchazón y los entumecimientos. Su cuerpo estaba acurrucado en forma de un ovillo, su camisa blanca rasgada y cubierta de sangre, originada por los brutales puñetazos y patadas recibidas por su padre. Es increíble como una cara y un cuerpo como el de Matt pudieron acabar así.
   — Bien — se colocó el cuello y las mangas de su camisa con finas rayas azules. — Esto ha sido únicamente un aviso de lo que te puede llegar a pasar realmente. Ya hablaremos de los cambios que va a haber en esta casa más tarde — finalizó dándose la vuelta.
   Matt sintió unas manos que agarraban su brazo. Era Stephanie. Las lágrimas brotaban de sus ojos azules, idénticos a los de Matt, y su pelo rubio caía sobre su húmeda y pálida piel, ya no tanto debido a los rayos uva que se daba todos los meses para preservar el moreno del verano.
   — Podrías haberlo matado… — Su voz era débil, apenas audible, ya que durante el transcurso de la paliza estuvo acurrucado en una esquina aguantándose las ganas de llorar a lágrima viva, durante cada uno de los largos e interminables minutos que no hizo nada por detenerla. Era demasiado tarde para compadecerse.
   — No lo he hecho, ¿cierto? — Puntualizó.
   — Podría… podría haber pasado y podrías haber ido a la cárcel… — Lo informó con un tono más alto, recobrando fuerzas y armándose de valor.
   — Pero mientras nadie se vaya de la lengua no iré — la avisó sin girarse para mirarla, intentando hacer ver que sus palabras venían con segundas intenciones. Y dicho esto salió de la casa dando un portazo.
   Stephanie se dejó caer al suelo agotada, iniciando los lloros, abatida por la tristeza y las ganas de echarlo todo para fuera, cada una de las lágrimas reprimidas y los gritos guardados. Al mismo tiempo el muchacho intentó levantarse utilizando las pocas fuerzas que poseía, fracasando. Tosió, escupiendo gotitas de sangre.
   Ya no sentía nada. Su cuerpo estaba dormido, ausente, sensación horripilante y agonizante, mil veces peor a cualquier otro dolor. No era capaz a pensar en otra cosa que en los golpes recibidos y en la frustración y en la agonía que le produjeron estos.
   — Matt… — Lo llamó su madre con voz temblorosa, acercándose a él muy despacio.
   El muchacho no sabía donde se encontraba, si en el mundo real o en otro ficticio. Creía que se trataba de un sueño, no era típico en su madre reaccionar así.
   Al llegar a su lado Stephanie le cogió la cabeza y la posó en su regazo con delicadeza, como si se tratara de uno de sus valiosos bolsos de marca.
   — Ten pondrás bien… — Le aseguró, acariciándole con ternura sus cabellos rubios. — Todo va a salir bien…
   Una gotita de agua procedente del rostro de Stephanie cayó en el ojo malherido del chico y, de repente, notó que la hinchazón desapareció. Seguramente fueran imaginaciones suyas, pero cada lágrima que caía en su pálida cara era lo más semejante a un antibiótico que sanaba las heridas al instante. Fue agradable. Todo rastro de malestar se esfumó.
   Puede que fuera la inconsciencia que se apoderó de él o puede que se tratara de una pesadilla de la que estaba despertando.

Oscuridad… dulce oscuridad… como el chocolate y tan palpable como el mismo. Crujiente como la almendra… relajante como la música… Lástima que se desvaneciera tan pronto…
   — Matt… Matt… — Lo llamó un susurro mientras unas manos lo mecían con suavidad.
   — ¿Qué…? — Contestó molesto, frotándose los ojos.
   — ¿Tienes dinero? — Le preguntó el mismo susurro. Era Claudia con su voz chillona y molesta de niña pija y mimada.
   — No — respondió de forma tajante.
   Cuando dijo esto el siguiente sonido que escuchó fue el de una puerta al cerrarse tras un cuerpo junto a un repiqueteo de tacones y joyas lo bastante audible para oírla en la otra punta del planeta. Sonido que le aumentó el dolor de cabeza.
   << Qué raro que no haya insistido… >>, pensó para si, dándole, después de unos segundos, poca importancia al asunto.
   Matt abrió poco a poco los ojos para que estos se fueran acostumbrando a la luz del día: espléndida y reluciente; justo lo contrario a como se sentía: tenebroso y oscuro.
   << ¿Qué me ha pasado? >>, se preguntó anonadado.
   Intentó levantarse, pero no pudo. Sus músculos estaban agarrotados, tenía agujetas por todo el cuerpo y cada movimiento que realizaba le dolía, y lo más frustrante de eso era la incapacidad de no poder recordar. << ¿Qué me ha pasado? >>, se repitió.
   Hizo acopio de sus fuerzas ignorando el dolor que en ese momento ocupaba su mente y cuerpo rincón a rincón, sin dejar un solo hueco por ocupar; y se irguió encima de la cama. Inspiró una gran bocanada de aire llenando por completo sus pulmones, manteniéndolo un tiempo hasta no poder más.
   Primero colocó con lentitud el pie derecho en el suelo y después el izquierdo, poniendo cada partícula de empeño en levantarse. Volvió a inspirar otra gran cantidad de aire, pero esta vez no la mantuvo sino que la expulsó en el acto, en un intento de calmarse o tal vez en un intento de calmar esa congoja.
   A cada paso que daba los músculos se le agarrotaban todavía más causando un sin fin de emociones dolorosas. Pretendió olvidarlo comenzando a contar los pasos dados hasta llegar a casa de George. Necesitaba verlo. Tenía la extraña sensación de necesitar pedirle perdón y de expresarle como se sentía. A lo mejor, solo a lo mejor, lograría recordar lo ocurrido.
   — Ya está. Se encuentra perfectamente — oyó decir a Claudia enfadada desde la escalera. Se acercó despacio al marco de la puerta del salón para escuchar mejor: — Mamá, no me vuelvas a pedir que me acerque a “mi querido hermanito” — hizo el gesto de las comillas con los dedos — y le pregunte algo, lo que sea, para ver si está bien después de lo que hizo — Stephanie mantenía el semblante serio —. No, o sea… ¡no! — Sentenció poniendo la mano izquierda sobre la cadera henchida de orgullo.
   Stephanie no dijo nada, simplemente asintió y Claudia salió del salón por la puerta que daba a la cocina malhumorada.
   Matt estaba consternado. ¿A qué venía eso? No conseguía encajarlo con nada. No recordaba que hubiera hecho algo tan malo como para que su hermana no quisiera ni verlo. En cierto modo estaba bien, no tendría que aguantarla… aunque resultaba desconcertante. << Aprovecha >>, le dijo una vocecilla en su interior. Una pequeña sonrisa, casi invisible, surgió de su boca. Movió de un lado a otro la cabeza y continuó recto, en dirección a la puerta principal.
   — ¿Matt? ¡Matt! — Lo llamaron cuando estaba a punto de salir a la calle. — ¿Se pude saber que estás haciendo?
   — ¿Mamá? — Preguntó boquiabierto. ¿Por qué la seguía llamando así?
   Stephanie se asomó por la puerta del salón mirándolo inquisitivamente. Matt acercó una de sus manos al brazo contrario disimuladamente para pellizcarse y de ese modo cernirse de que no era un  sueño, pero a medio trayecto paró, no quería hacerse más daño del que ya sentía.
   — Si, ¿a dónde vas?
   — A… a casa de… de George — tartamudeó sin comprender a que venía tal repentino interés.
   Se quedó pensativa. Poco tiempo más tarde contestó seria:
   — Está bien. Vuelve pronto — dicho esto dio media vuelta y siguió haciendo lo quisiera que estuviese haciendo.
   Sin poderse creer lo ocurrido salió de casa, cabizbajo y serio, dirigiéndose a la de su amigo pensando en lo sucedido e intentando, en vano, recordar las acciones cometidas que habían causado aquella reacción en su hermana.
   El dolor iba menguando a medida que avanzaba por el caminucho lleno de tierra que llevaba al hogar de George. Un sitio colocado en el culo del mundo, lleno de árboles secos y descampados de arena rojiza, además de animalillos correteando. Era un alivio no notar nada de dolor. Se sentía mejor y le daba la impresión de que solo había sido una pesadilla. Tan solo una mala pesadilla.
   Cuando se encontró en frente de la puerta todo el valor acumulado por el camino se desvaneció en cuestión de segundos, haciéndole dudar entre si debía o no llamar. Sin embargo, en mitad de aquel proceso la puerta se abrió, y no fue George el que apareció tras ella, fue…