A
la mañana siguiente, aparentemente, todo parecía de otro color. Sentía que fin
algo iba a cambiar y que dejaría de ser ese infeliz amargado que fue desde
niño, impulsado a ser así por Stephanie, Andrew y Claudia. Personas que Matt ya
no consideraba parte de su familia y que de hecho nunca consideró. Pero tardó
en darse cuenta de eso demasiado tarde. Si hubiera caído en que su “familia” no
le importaba lo más mínimo podría haber huido e irse a otra ciudad, a otro país
y ser libre al fin. Aunque también había que tener en cuenta que le retenían
Margaret y George. Las únicas personas a las que ha conseguido llegar a
apreciar, incluso a querer. Las únicas personas que le vieron con otros ojos y
que lograron alcanzar a ver algo más que un chico solitario e indefenso, que no
tenía a nadie; que consiguieron ver al niño triste y tierno que había dentro de
él. Jamás se perdonaría el haberles dejado escapar.
Se levantó de la cama con algo de esfuerzo.
Todavía tenía sueño debido a que estuvo toda la noche en vela pensando que
podía hacer para subir al segundo piso de la casa sin que nadie se diera
cuenta, llegando a la conclusión de que eso no sería posible hasta que la casa
se quedara vacía. El tema de la puerta era fácil: Andrew aún no había cambiado
aquella vieja y ruidosa puerta por lo que sería pan comido abrirla sin ningún
tipo de esfuerzo. Pero hasta que eso ocurriera ¿qué podía hacer? No tenía
ánimos de tocar la guitarra y si se pusiera a componer escribiría algo que le
deprimiría más y eso no podía ser.
Volvió a mirar de un lado a otro su
habitación por vigésimo segunda vez. Continuaba pareciendo el zulo del
principio. << ¿Y si lo arreglo un poco? >>, se preguntó, aún
sentado en la cama cuyas piernas estaban enredadas entre las sábanas azul
claro. << Me entretendría un rato >>. Y eso hizo. Se desperezó por
completo estirando cada una de sus articulaciones, abrió la pequeña ventana que
había encima de la cama, casi tocando el techo, para que entrara algo del aire
matutino y eliminara el mal olor que envolvía como una bolsa de plástico el
cuarto.
<< Esto es otra cosa >>. Respiró
hondo, llenando sus pulmones del más delicioso aroma del cielo mezclado con el
salitre del mar, lo que le causo cierta añoranza: en un mes no podría sentir de
nuevo el agua rozando su cuerpo, ni dominaría las olas como solo él sabía
hacer. Tardaría un mes en volver a sentirse libre, en volver a sentirse un
chico de quince años feliz. Movió bruscamente la cabeza de un lado a otro
intentando sacar esas imágenes y pensamientos de la mente. Así solo conseguiría
derrumbarse más y hacer que su estancia en ese sitio se hiciera más larga de lo
que ya era de por si.
Una vez combatidos sus recuerdos se dirigió
al baño para mojarse la cara con agua bien fría, solo eso lo despejaría
completamente. Acto seguido salió y se puso lo primero que pilló: unas bermudas
con flores tropicales naranjas y amarillas, una camisa azul de manga corta, las
cual se dejó abierta dejando al descubierto sus blancos pectorales, y unas
chancletas viejas que tenía desperdigadas por el suelo de cemento.
— Empecemos — se dijo en voz alta. El débil
eco de su voz contra las paredes de piedra le sorprendió un poco. Hacía días
que no la oía y eso le mantuvo en un leve estado de shock durante un par
de segundos. Esbozó una pequeña sonrisa, en el fondo le hacía algo de gracia.
Miró
a la derecha y vio que allí estaba todo más o menos ordenado, solo le faltaba
pasarle el polvo — y con urgencia —, a simple vista todo parecía que se había
criado algo de moho.
<<
Empecemos por ahí, pues >>, se animó. Se acercó al armario que había al
lado derecho de la cama, ennegrecido debido al paso del tiempo y con el color
verde de las hondas que había pintadas en las puertas. Lo abrió, lo que provocó
que un ruido chirriante inundara todo el sótano. << Habría que engrasarlo
>>, se dijo, pero segundos más tarde negó con la cabeza con una media
sonrisa estúpida. ¿Para qué? Solo iba a estar allí un mes y poco y más, además,
¿de dónde iba a sacar él el aceite necesario para amortiguar aquel ruido
erizante?
Miró en su interior en busca de alguna
camiseta vieja que no usara, pero no encontraba ninguna, todas le traían algún
recuerdo. La primera que vio le rememoró su cumpleaños del año pasado, el cual
pasó con George y le regaló la camisa para la cual llevaba ahorrando meses, la
que tenía escrito por delante “Yo no soy tonto…” y por detrás continuaba
con “…tonto es el que dice tonterías”, frase que decía Forrest Gump en
su película, cuya caricatura aparecía en la espalda de la camiseta como si
estuviera diciéndolo él con una enorme sonrisa.
Matt la miró con los ojos cristalizados… esa
camiseta le había evocado melancolía hacia su amigo. Solo él mismo sabían
cuanto le echaba de menos… Sus alocadas ideas, su forma de levantarle los
ánimos y su imaginación… esa imaginación desbordante que hacía que te
trasladaras a un mundo completamente distinto, lleno de alegría, esperanza y
diversión. El lugar perfecto en el que vivir. Una pequeña gota nació de sus
ojos verde-azulados, surcando su pálido pómulo, cayendo, acto seguido, en el
sucio suelo. Cuanto le echaba de menos…
El
muchacho meneó la cabeza de un lado a otro intentando sacar de su cabeza aquel
sentimiento que le producía un vacío en el estómago, como si éste no estuviera
ahí. Levantó la cabeza hacia arriba, mirando el techo con los ojos cerrados y
respiró hondo. Después de unos segundos repitiendo el proceso de
inspiración-expiración, volvió a mirar al interior del armario y comenzó a
rebuscar entre todas aquellas camisetas, hasta dar con una de publicidad de la
empresa de Andrew. Esbozó una sonrisa malévola.
<<
Parece ser que voy a poder desahogarme un poco >>, nada más pensar esto
agarró la camiseta por un extremo y la partió en dos. Eso mismo hizo un par de
veces más hasta que quedaron divididos en uno cuantos trozos de tela. Ya tenía
con que limpiar la mugre de lo que a partir de ahora sería su salón.
Se
dio media vuelta y lo visualizó: el viejo sofá delante de una sucia y antigua
estantería que se encontraba justo a la izquierda de la puerta de entrada y a
la derecha de la del baño; enfrente había una alfombra que, la verdad, no
necesitaba una pasada, sino cinco al menos. Y al lado de esta había una mesa
metálica verde con patas en forma de espiral. En eso se basaba su nuevo
mini-salón. No se quejaba, no necesitaba más. De hecho vivir allí no habría
sido del todo tan malo si le hubieran dejado salir de vez en cuando y no le
hubieran encarcelado cual perro con rabia.
Matt comenzó a limpiar la mesa con uno de
los trozos de tela, pero no sin antes haber ido al baño y llenar un cubo con
agua para humedecerlo. Se pasó limpiándola al menos media hora, y cuando quedó
reluciente pasó al sofá, el cual simplemente sacudió para quitarle el polvo y
lo mismo hizo con la alfombra, con la que nada más darle una sacudida casi se
ahoga con el polvo que produjo. Comenzó a toser de forma irrefrenable. El polvo
se había introducido en sus pulmones.
<<
Agua… >>, pensó angustiado. << Necesito agua… >>. Entró en el
baño y abrió el grifo del lavabo, pegando enormes tragos de agua que salía del
grifo. Cuando hubo terminado cayó rendido en el suelo, poco a poco su
respiración iba llegando a un estado normal. Se llevó las manos a la cara y se
frotó los ojos. << Ya pasó, ya pasó >>, echó una bocanada de aire.
<< No te vas a morir >>. Nada más pensar eso se levantó y decidió
que se pondría a ordenar aquel montón de cajas que estaba ocupando una pared
entera. Seguramente estarían sucias, pero al menos no intentarían ahogarlo.
Salió
del baño, giró a la derecha y cogió la primera caja — que por cierto, pesaba
bastante, — y el chico no pudo resistirse a abrirla: había una pequeña tele de
color gris llena, también, de polvo.
<< Me servirá para conocer las
noticias del exterior… si logro hacer que vuelva a funcionar >>, meditó
mientras las analizaba por todos lados, moviéndola entre sus manos. Cogió otro
trozo de tela y limpió la tele para luego colocarla en la mesa que había a la
derecha del sofá, enchufándola en un enchufe de la pared. Le sorprendió
bastante encontrar uno porque, ¿desde cuándo hay enchufes en un sótano que nadie
usa? Y no solo había uno, había por lo menos tres más: en el baño al lado del
lavabo, en el propio zulo al lado de la mesita y otro entre la cama y el
armario. Pero en seguida cayó en la cuenta de que su familia había vivido en
esa casa generaciones atrás. Tal vez Stephanie lo utilizara antes de conocer a
Andrew y de tener, obviamente a los niños, ese sitio para montar fiestas en
ausencia de sus padres. De todos modos, no tenía mucho sentido.
Matt,
rápidamente salió de su ensoñación y volvió al lugar donde estaban las cajas
para seguir ordenando. En la segunda caja había un montón de albunes que no
quiso mirar, por si acaso aparecía alguna foto que le recordara su vida pasado
y con ella la tristeza que le abatía cada vez que eso pasaba. Lo que hizo en su
lugar fue coger los albunes y colocarlos en la estantería — que también tuvo que limpiar al igual que
todo lo que había allí, — para que no pareciera tan sosa y le diera un toque
hogareño a su nueva estancia.
En la tercera encontró un montón de juguetes
viejos e hizo lo mismo que con la segunda: no quiso mirarlos por el mismo
motivo, por lo que cerró la caja y la guardó en un rincón apartado dentro del
armario. Repitiendo el proceso con la mayoría de las cajas, porque gran parte
de ellas estaban repletas de objetos, papeles y demás que le recordaba aquellos
momentos tan felices de su infancia. Por eso, cuando llegó a la sexta caja dejó
de abrirlas. No iba a seguir torturándose de ese modo.
A
medida que pasaban las horas, el montón de cajas iba disminuyendo y se
repartían por la sala haciendo que pareciera más grande de lo que en realidad
era.
Cuando por fin hubo terminado ya casi eran
las diez de la noche. Estaba agotado y no podía pensar en otra cosa que no
fuera su cama. Matt se dejó caer como muerto encima de ella y en cuestión de
milésimas se encontraba sumergido en uno de los más profundos sueños.
*******
A
la mañana siguiente una pequeña ráfaga de luz inundaba parte del
establecimiento en el que se encontraba Matt, haciendo que pareciera un sitio
acogedor en el que pasar la tarde acompañado por un par de amigos entre
conversaciones y risas.
Matt
continuaba dormido con la ropa del día anterior puesta, en la misma postura en
la que se acostó. Estaba tan exhausto que en ningún momento durante el
transcurso de la noche oscura plagada de estrellas se movió. Pero eso no le
impidió soñar…
El
chico caminaba descalzo por un amplio pasillo blanco. Estaba desconcertado.
¿Qué hacía allí? De repente, a medida que avanzaba caminando con sus ropajes
blancos y holgados una especie de mancha marrón surgió al final de aquel
siniestro aunque resplandeciente pasillo. Sin saber porque Matt tenía la
necesidad de acercarse a él, y cuanto más se acercaba su paso aumentaba, al
igual que el ritmo de los latidos de su corazón. Cada vez estaba más y más
cerca. Un sudor frío resbalaba por su espalda y sienes… Cuando estuvo enfrente
de aquella mancha el silencio se desvaneció y fue sustituido por un cúmulo de
susurros que salían de detrás de la pared. El muchacho cerró los ojos con
fuerza y se tapó los oídos con las manos pero aquellos susurros tan siniestros
traspasaban sus blancas manos. No había nada que pudiera hacer para alejarlos
de su mente. Nada servía. Nada era suficiente.
<< Entra… Entra… >>, le decían.
<< No temas… >>. No paraban de repetir aquellas palabras sin
sentido. ¿Entrar adónde? ¿Cómo? ¿Por qué? Estas preguntas lo asaltaron como un
ladrón armado a una pobre anciana indefensa. Comenzaba a angustiarse, el
estómago se le encogía y le costaba respirar.
— ¡QUÉ QUERÉIS DE MÍ! — Gritó a pleno pulmón
a las voces que lo asaltaban sin motivo aparentes, que provocaban que una
sensación de estremecimiento se apoderase de cada parte de su cuerpo.
<<
Entra…Entra… No temas… >>, repetían sin cesar, e inhóspitamente un albor
amarillo-verdoso sustituyó a aquella vieja y sucia mancha marrón que destacaba
en el reluciente pasillo blanco. El resplandor era tan brillante que cegaba y
Matt se sentía atraído a pasar a través de él, era como ese fulgor de
luminiscencia hermoso como el mismo amanecer le llamara para convertirse en
parte de él. Una sensación de alivio y bienestar asaltó su cuerpo haciendo que
todo lo malo desapareciera como si nunca hubiese existido. Y sin más preámbulos
atravesó la irradiación amarillo-verdoso provocando la mayor sensación de
calidez y amor que jamás experimentó, provocando que los sucesos cesaran
haciendo que esa situación fuera mil veces mejor de lo que era ya de por si,
pero un grito ensordecedor hizo que todo desapareciera, que le devolviera a la
realidad. El grito de una mujer desesperada. Un grito desgarrado, lleno de
dolor.
—
¡NOOOO!
***
Rachel
continuaba inconsciente en el frío suelo de la piscina mientras el socorrista
hacía lo que estaba en su mano por reanimarla.
Se había formado un círculo en torno a estos
dos y las miradas de la gran masa de personas eran de expectación mezclada con
el nerviosismo y la tensión que eran respirables en el ambiente, y a medida que
los segundos pasaban iba aumentando. La muchacha continuaba como muerta, pero
cuando el socorrista estaba a punto de darlo por perdido, de su boca salió todo
el agua que durante ese corto e interminable período de tiempo había estado
acumulada en sus pulmones, impidiéndola respirar.
Cada
partícula de tensión que había estado almacenada en el ambiente fue
desapareciendo y la gente poco a poco se fue dispersando. Solo entonces
Isabella pudo abrirse paso entre la multitud con facciones desfiguradas y el
miedo dominante en su rostro, que se relajaron cuando logró ver con sus
marrones ojos rebosantes de lágrimas el cuerpo de su hija.
<<
Si… respira. Mi niña respira… >>, pensó aliviada, arrodillándose a su
lado y sin dudarlo ni un instante la cogió entre sus brazos.
— Mi pequeña… — Las lágrimas de Isabella
caían por el cuello de su hija mientras sollozaba rebosante de alegría,
moviendo el cuerpo de la débil muchacha, la cual no se estaba enterando de misa
a la media, todo estaba sucediendo demasiado deprisa —. Mi pequeña y dulce
Rachel…
Su
hija seguía ahí, no la había perdido, continuaba con vida y jamás se iría de su
lado. No permitiría que nada ni nadie se la arrebatasen mientras ella siguiera
con vida. No volvería a pasarlo de aquella manera. Lo tenía muy claro.
Rachel
se sentía mareada, fuera de sí. El cuerpo le pesaba como si estuviera hecho de
hormigón y se encontraba cansada… muy cansada, solo quería volver a dormirse y
despertar cuando la confusión y la pesadez se desvanecieran de su mente,
dejándola libre de nuevo. De ese modo, sus ojos se fueron cerrando lentamente,
entre los leves balanceos de su madre y el incesante ruido de su alrededor, que
en su estado era lo más semejante a una nana, como las que le cantaba su madre
antes de dormirse. Aunque obviamente no lo era…
— ¡Rachel, Rachel! — Gritó su madre al
verlo, desesperaba. Creía que si se dormía no despertaría nunca.
— Tranquila, Isabella — una mano, salida de
la nada, agarró con suavidad su hombro. Era Mark —. Tranquila, solo se ha
dormido — dijo, en un intento de calmarla al mismo tiempo que la abrazaba por
detrás —. No pasa nada. Solo se ha dormido — repitió.
*******
La
noche caía sobre la ciudad, dejando que la oscuridad se abriera paso entre la
luz y la Luna tapara los rayos amarillos y naranjas del resplandeciente Sol.
Los pájaros cesaron sus cánticos melodiosos que armonizaban una tarde de verano
en el parque contemplando las maravillas de la naturaleza. Todos los animales
se iban a sus madrigueras a descansar después de un largo día, menos los
nocturnos, que abrían sus ojos para dar paso a la noche más extraña que Rachel
jamás vivió.
La
chica abrió lentamente los párpados con bastante esfuerzo. Aún estaba aturdida
y las legañas no ayudaban mucho a que se despejara. El cuerpo le seguía pesando
y le dolía cada parte de él pero no lograba volver a dormirse. ¿Cuándo se había
ido a la cama? ¿Cuántas horas había dormido? Intentó recordar lo acontecido el
día anterior. Lo recordaba con vagueza, las imágenes estaban borrosas dentro de
su cabeza pero más o menos podía hacerse una ligera idea de lo ocurrido: Estaba
en la competición a punto de salir a nadar cuando de repente, sin darse cuenta,
cayó al agua. Serían lo de las seis de la tarde y ahora eran… las 6.36 de la
mañana del día siguiente. Había dormido doce horas enteras. Normal que se
encontrara en ese estado. Pero la pregunta que le invadía en esos instantes
era, ¿por qué ha ocurrido? ¿Por qué le ha pasado justamente a ella? Rachel
intentaba encontrar la respuesta pero no lo lograba. No tenía ganas de pensar,
la vagancia junto con el cansancio se habían apoderado de su cerebro. Odiaba
que le pasara eso y más en circunstancias así, necesitaba pensar en una
respuesta coherente y creíble ya o de otro modo se volvería loca. Todo era muy
insólito y nada le impediría adivinar “el por qué”.
Se
quedó quieta lo menos cinco minutos tendida y envuelta entre las sábanas de la
cama en un intento de relajarse. El nerviosismo y la congoja abatían contra su
pecho. Recientemente estas dos sensaciones la acompañaban a donde quiera que
fuese cual perrito faldero, acababa siendo exasperante. Cuando ya se encontró
mejor o cuando creyó que ya se encontraba mejor, estiró cada articulación de su
cuerpo, agarrotado debido a la cantidad de horas dormidas en una misma postura,
pero a pesar de ello estaba mejor.
Miró a través de la ventana: La Luna era
llena… y estaba preciosa. La encantaba cuando estaba así. Entera, brillante,
blanca, hermosa, digna de mención… Conseguía relajarla con tan solo echarle un
vistazo. << ¿Cómo puede existir algo tan hermoso? >>, se preguntaba
cada vez que la observaba flotando en el oscuro firmamento.
<<
No pierdas el tiempo>>, se fijo a sí misma, saliendo de su ensoñación,
moviendo la cabeza de un lado a otro intentado sacar ese pensamiento de la
cabeza. << Piensa, Rachel, ¡piensa! ¿Qué ha pasado a lo largo de estos
días infernales? >>, se preguntó intentando hacer memoria, pero no
lograba acordarse absolutamente de nada, era como si alguien le hubiera hecho
un lavado de cerebro mientras dormía.
Se sentó en la silla roja del escritorio con
los codos posados en sus rodillas y las palmas de las manos en la cara.
Comenzaba a agobiarse. No conseguía indagar en lo más profundo de sus
recuerdos, porque era ahí donde se encontraba lo que necesitaba saber. Era como
su alguien no quisiera que ella supiera nada sobre el asunto, como si todo
estuviera calculado para que permaneciera aparte de algo que la involucraba al
cien por cien.
Súbitamente, la muchacha apartó las manos de
la cara con sus ojos marrones abiertos como platos. << Mi diario
>>, recordó. << Todo lo tengo apuntado en mi diario ¿Cómo he podido
ser tan tonta?>>, una pequeña sonrisa surgió en su semblante. Tan veloz
como un guepardo se levantó de la silla en busca de su diario. Por una vez en
su vida se alegró de tener un sitio en el que escribir cada cosa que le pasaba
o pensaba. No cabía en ella de lo orgullosa que estaba de tener uno; Se dirigió
al baúl que tenía justo enfrente de los pies de la cama, sacando todo lo que
había dentro — que básicamente eran sábanas para la cama y un par de colchas —,
y levantando, nada más terminar, un trozo de madera suelta que había en el
fondo. Ahí estaba, su querido diario, el que la sacaría de dudas
definitivamente, el que acabaría con la agonía que la invadía por completo.
Pero la sonrisa que inundaba su rostro desapareció tan rápido como vino. Su
cuaderno de terciopelo violeta no estaba ahí.
<<
No puede ser… >>, pensó desesperada. << No… ¡No puede ser!>>. No conseguía creerse lo que estaba pasando. Nadie sabía, o eso creía
ella, donde escondía su diario. ¿Cómo es posible que se lo robaran? Las
lágrimas comenzaron a manar de sus ojos, llenos de consternación y la más
absoluta de las rabias, lo que hizo que arrancara lo que quedaba de madera fija
en la parte inferior del baúl, con esperanzas de que todavía siguiera ahí.
— ¡NOOOO!