miércoles, 21 de noviembre de 2012

Capítulo 7: La puerta (Pt.I)


A la mañana siguiente, aparentemente, todo parecía de otro color. Sentía que fin algo iba a cambiar y que dejaría de ser ese infeliz amargado que fue desde niño, impulsado a ser así por Stephanie, Andrew y Claudia. Personas que Matt ya no consideraba parte de su familia y que de hecho nunca consideró. Pero tardó en darse cuenta de eso demasiado tarde. Si hubiera caído en que su “familia” no le importaba lo más mínimo podría haber huido e irse a otra ciudad, a otro país y ser libre al fin. Aunque también había que tener en cuenta que le retenían Margaret y George. Las únicas personas a las que ha conseguido llegar a apreciar, incluso a querer. Las únicas personas que le vieron con otros ojos y que lograron alcanzar a ver algo más que un chico solitario e indefenso, que no tenía a nadie; que consiguieron ver al niño triste y tierno que había dentro de él. Jamás se perdonaría el haberles dejado escapar.
   Se levantó de la cama con algo de esfuerzo. Todavía tenía sueño debido a que estuvo toda la noche en vela pensando que podía hacer para subir al segundo piso de la casa sin que nadie se diera cuenta, llegando a la conclusión de que eso no sería posible hasta que la casa se quedara vacía. El tema de la puerta era fácil: Andrew aún no había cambiado aquella vieja y ruidosa puerta por lo que sería pan comido abrirla sin ningún tipo de esfuerzo. Pero hasta que eso ocurriera ¿qué podía hacer? No tenía ánimos de tocar la guitarra y si se pusiera a componer escribiría algo que le deprimiría más y eso no podía ser.
   Volvió a mirar de un lado a otro su habitación por vigésimo segunda vez. Continuaba pareciendo el zulo del principio. << ¿Y si lo arreglo un poco? >>, se preguntó, aún sentado en la cama cuyas piernas estaban enredadas entre las sábanas azul claro. << Me entretendría un rato >>. Y eso hizo. Se desperezó por completo estirando cada una de sus articulaciones, abrió la pequeña ventana que había encima de la cama, casi tocando el techo, para que entrara algo del aire matutino y eliminara el mal olor que envolvía como una bolsa de plástico el cuarto.
   << Esto es otra cosa >>. Respiró hondo, llenando sus pulmones del más delicioso aroma del cielo mezclado con el salitre del mar, lo que le causo cierta añoranza: en un mes no podría sentir de nuevo el agua rozando su cuerpo, ni dominaría las olas como solo él sabía hacer. Tardaría un mes en volver a sentirse libre, en volver a sentirse un chico de quince años feliz. Movió bruscamente la cabeza de un lado a otro intentando sacar esas imágenes y pensamientos de la mente. Así solo conseguiría derrumbarse más y hacer que su estancia en ese sitio se hiciera más larga de lo que ya era de por si.
   Una vez combatidos sus recuerdos se dirigió al baño para mojarse la cara con agua bien fría, solo eso lo despejaría completamente. Acto seguido salió y se puso lo primero que pilló: unas bermudas con flores tropicales naranjas y amarillas, una camisa azul de manga corta, las cual se dejó abierta dejando al descubierto sus blancos pectorales, y unas chancletas viejas que tenía desperdigadas por el suelo de cemento.

   — Empecemos — se dijo en voz alta. El débil eco de su voz contra las paredes de piedra le sorprendió un poco. Hacía días que no la oía y eso le mantuvo en un leve estado de shock durante un par de segundos. Esbozó una pequeña sonrisa, en el fondo le hacía algo de gracia.

Miró a la derecha y vio que allí estaba todo más o menos ordenado, solo le faltaba pasarle el polvo — y con urgencia —, a simple vista todo parecía que se había criado algo de moho.

<< Empecemos por ahí, pues >>, se animó. Se acercó al armario que había al lado derecho de la cama, ennegrecido debido al paso del tiempo y con el color verde de las hondas que había pintadas en las puertas. Lo abrió, lo que provocó que un ruido chirriante inundara todo el sótano. << Habría que engrasarlo >>, se dijo, pero segundos más tarde negó con la cabeza con una media sonrisa estúpida. ¿Para qué? Solo iba a estar allí un mes y poco y más, además, ¿de dónde iba a sacar él el aceite necesario para amortiguar aquel ruido erizante?
   Miró en su interior en busca de alguna camiseta vieja que no usara, pero no encontraba ninguna, todas le traían algún recuerdo. La primera que vio le rememoró su cumpleaños del año pasado, el cual pasó con George y le regaló la camisa para la cual llevaba ahorrando meses, la que tenía escrito por delante “Yo no soy tonto…” y por detrás continuaba con “…tonto es el que dice tonterías”, frase que decía Forrest Gump en su película, cuya caricatura aparecía en la espalda de la camiseta como si estuviera diciéndolo él con una enorme sonrisa.
   Matt la miró con los ojos cristalizados… esa camiseta le había evocado melancolía hacia su amigo. Solo él mismo sabían cuanto le echaba de menos… Sus alocadas ideas, su forma de levantarle los ánimos y su imaginación… esa imaginación desbordante que hacía que te trasladaras a un mundo completamente distinto, lleno de alegría, esperanza y diversión. El lugar perfecto en el que vivir. Una pequeña gota nació de sus ojos verde-azulados, surcando su pálido pómulo, cayendo, acto seguido, en el sucio suelo. Cuanto le echaba de menos…

El muchacho meneó la cabeza de un lado a otro intentando sacar de su cabeza aquel sentimiento que le producía un vacío en el estómago, como si éste no estuviera ahí. Levantó la cabeza hacia arriba, mirando el techo con los ojos cerrados y respiró hondo. Después de unos segundos repitiendo el proceso de inspiración-expiración, volvió a mirar al interior del armario y comenzó a rebuscar entre todas aquellas camisetas, hasta dar con una de publicidad de la empresa de Andrew. Esbozó una sonrisa malévola.

<< Parece ser que voy a poder desahogarme un poco >>, nada más pensar esto agarró la camiseta por un extremo y la partió en dos. Eso mismo hizo un par de veces más hasta que quedaron divididos en uno cuantos trozos de tela. Ya tenía con que limpiar la mugre de lo que a partir de ahora sería su salón.

Se dio media vuelta y lo visualizó: el viejo sofá delante de una sucia y antigua estantería que se encontraba justo a la izquierda de la puerta de entrada y a la derecha de la del baño; enfrente había una alfombra que, la verdad, no necesitaba una pasada, sino cinco al menos. Y al lado de esta había una mesa metálica verde con patas en forma de espiral. En eso se basaba su nuevo mini-salón. No se quejaba, no necesitaba más. De hecho vivir allí no habría sido del todo tan malo si le hubieran dejado salir de vez en cuando y no le hubieran encarcelado cual perro con rabia.
   Matt comenzó a limpiar la mesa con uno de los trozos de tela, pero no sin antes haber ido al baño y llenar un cubo con agua para humedecerlo. Se pasó limpiándola al menos media hora, y cuando quedó reluciente pasó al sofá, el cual simplemente sacudió para quitarle el polvo y lo mismo hizo con la alfombra, con la que nada más darle una sacudida casi se ahoga con el polvo que produjo. Comenzó a toser de forma irrefrenable. El polvo se había introducido en sus pulmones.

<< Agua… >>, pensó angustiado. << Necesito agua… >>. Entró en el baño y abrió el grifo del lavabo, pegando enormes tragos de agua que salía del grifo. Cuando hubo terminado cayó rendido en el suelo, poco a poco su respiración iba llegando a un estado normal. Se llevó las manos a la cara y se frotó los ojos. << Ya pasó, ya pasó >>, echó una bocanada de aire. << No te vas a morir >>. Nada más pensar eso se levantó y decidió que se pondría a ordenar aquel montón de cajas que estaba ocupando una pared entera. Seguramente estarían sucias, pero al menos no intentarían ahogarlo.

Salió del baño, giró a la derecha y cogió la primera caja — que por cierto, pesaba bastante, — y el chico no pudo resistirse a abrirla: había una pequeña tele de color gris llena, también, de polvo.
   << Me servirá para conocer las noticias del exterior… si logro hacer que vuelva a funcionar >>, meditó mientras las analizaba por todos lados, moviéndola entre sus manos. Cogió otro trozo de tela y limpió la tele para luego colocarla en la mesa que había a la derecha del sofá, enchufándola en un enchufe de la pared. Le sorprendió bastante encontrar uno porque, ¿desde cuándo hay enchufes en un sótano que nadie usa? Y no solo había uno, había por lo menos tres más: en el baño al lado del lavabo, en el propio zulo al lado de la mesita y otro entre la cama y el armario. Pero en seguida cayó en la cuenta de que su familia había vivido en esa casa generaciones atrás. Tal vez Stephanie lo utilizara antes de conocer a Andrew y de tener, obviamente a los niños, ese sitio para montar fiestas en ausencia de sus padres. De todos modos, no tenía mucho sentido.

Matt, rápidamente salió de su ensoñación y volvió al lugar donde estaban las cajas para seguir ordenando. En la segunda caja había un montón de albunes que no quiso mirar, por si acaso aparecía alguna foto que le recordara su vida pasado y con ella la tristeza que le abatía cada vez que eso pasaba. Lo que hizo en su lugar fue coger los albunes y colocarlos en la estantería  — que también tuvo que limpiar al igual que todo lo que había allí, — para que no pareciera tan sosa y le diera un toque hogareño a su nueva estancia.
   En la tercera encontró un montón de juguetes viejos e hizo lo mismo que con la segunda: no quiso mirarlos por el mismo motivo, por lo que cerró la caja y la guardó en un rincón apartado dentro del armario. Repitiendo el proceso con la mayoría de las cajas, porque gran parte de ellas estaban repletas de objetos, papeles y demás que le recordaba aquellos momentos tan felices de su infancia. Por eso, cuando llegó a la sexta caja dejó de abrirlas. No iba a seguir torturándose de ese modo.

A medida que pasaban las horas, el montón de cajas iba disminuyendo y se repartían por la sala haciendo que pareciera más grande de lo que en realidad era.
   Cuando por fin hubo terminado ya casi eran las diez de la noche. Estaba agotado y no podía pensar en otra cosa que no fuera su cama. Matt se dejó caer como muerto encima de ella y en cuestión de milésimas se encontraba sumergido en uno de los más profundos sueños.
 *******
A la mañana siguiente una pequeña ráfaga de luz inundaba parte del establecimiento en el que se encontraba Matt, haciendo que pareciera un sitio acogedor en el que pasar la tarde acompañado por un par de amigos entre conversaciones y risas.

Matt continuaba dormido con la ropa del día anterior puesta, en la misma postura en la que se acostó. Estaba tan exhausto que en ningún momento durante el transcurso de la noche oscura plagada de estrellas se movió. Pero eso no le impidió soñar…
   El chico caminaba descalzo por un amplio pasillo blanco. Estaba desconcertado. ¿Qué hacía allí? De repente, a medida que avanzaba caminando con sus ropajes blancos y holgados una especie de mancha marrón surgió al final de aquel siniestro aunque resplandeciente pasillo. Sin saber porque Matt tenía la necesidad de acercarse a él, y cuanto más se acercaba su paso aumentaba, al igual que el ritmo de los latidos de su corazón. Cada vez estaba más y más cerca. Un sudor frío resbalaba por su espalda y sienes… Cuando estuvo enfrente de aquella mancha el silencio se desvaneció y fue sustituido por un cúmulo de susurros que salían de detrás de la pared. El muchacho cerró los ojos con fuerza y se tapó los oídos con las manos pero aquellos susurros tan siniestros traspasaban sus blancas manos. No había nada que pudiera hacer para alejarlos de su mente. Nada servía. Nada era suficiente.
   << Entra… Entra… >>, le decían. << No temas… >>. No paraban de repetir aquellas palabras sin sentido. ¿Entrar adónde? ¿Cómo? ¿Por qué? Estas preguntas lo asaltaron como un ladrón armado a una pobre anciana indefensa. Comenzaba a angustiarse, el estómago se le encogía y le costaba respirar.

   — ¡QUÉ QUERÉIS DE MÍ! — Gritó a pleno pulmón a las voces que lo asaltaban sin motivo aparentes, que provocaban que una sensación de estremecimiento se apoderase de cada parte de su cuerpo.

<< Entra…Entra… No temas… >>, repetían sin cesar, e inhóspitamente un albor amarillo-verdoso sustituyó a aquella vieja y sucia mancha marrón que destacaba en el reluciente pasillo blanco. El resplandor era tan brillante que cegaba y Matt se sentía atraído a pasar a través de él, era como ese fulgor de luminiscencia hermoso como el mismo amanecer le llamara para convertirse en parte de él. Una sensación de alivio y bienestar asaltó su cuerpo haciendo que todo lo malo desapareciera como si nunca hubiese existido. Y sin más preámbulos atravesó la irradiación amarillo-verdoso provocando la mayor sensación de calidez y amor que jamás experimentó, provocando que los sucesos cesaran haciendo que esa situación fuera mil veces mejor de lo que era ya de por si, pero un grito ensordecedor hizo que todo desapareciera, que le devolviera a la realidad. El grito de una mujer desesperada. Un grito desgarrado, lleno de dolor.

— ¡NOOOO!
***
Rachel continuaba inconsciente en el frío suelo de la piscina mientras el socorrista hacía lo que estaba en su mano por reanimarla.
   Se había formado un círculo en torno a estos dos y las miradas de la gran masa de personas eran de expectación mezclada con el nerviosismo y la tensión que eran respirables en el ambiente, y a medida que los segundos pasaban iba aumentando. La muchacha continuaba como muerta, pero cuando el socorrista estaba a punto de darlo por perdido, de su boca salió todo el agua que durante ese corto e interminable período de tiempo había estado acumulada en sus pulmones, impidiéndola respirar.

Cada partícula de tensión que había estado almacenada en el ambiente fue desapareciendo y la gente poco a poco se fue dispersando. Solo entonces Isabella pudo abrirse paso entre la multitud con facciones desfiguradas y el miedo dominante en su rostro, que se relajaron cuando logró ver con sus marrones ojos rebosantes de lágrimas el cuerpo de su hija.

<< Si… respira. Mi niña respira… >>, pensó aliviada, arrodillándose a su lado y sin dudarlo ni un instante la cogió entre sus brazos.

   — Mi pequeña… — Las lágrimas de Isabella caían por el cuello de su hija mientras sollozaba rebosante de alegría, moviendo el cuerpo de la débil muchacha, la cual no se estaba enterando de misa a la media, todo estaba sucediendo demasiado deprisa —. Mi pequeña y dulce Rachel…

Su hija seguía ahí, no la había perdido, continuaba con vida y jamás se iría de su lado. No permitiría que nada ni nadie se la arrebatasen mientras ella siguiera con vida. No volvería a pasarlo de aquella manera. Lo tenía muy claro.

Rachel se sentía mareada, fuera de sí. El cuerpo le pesaba como si estuviera hecho de hormigón y se encontraba cansada… muy cansada, solo quería volver a dormirse y despertar cuando la confusión y la pesadez se desvanecieran de su mente, dejándola libre de nuevo. De ese modo, sus ojos se fueron cerrando lentamente, entre los leves balanceos de su madre y el incesante ruido de su alrededor, que en su estado era lo más semejante a una nana, como las que le cantaba su madre antes de dormirse. Aunque obviamente no lo era…

   — ¡Rachel, Rachel! — Gritó su madre al verlo, desesperaba. Creía que si se dormía no despertaría nunca.
   — Tranquila, Isabella — una mano, salida de la nada, agarró con suavidad su hombro. Era Mark —. Tranquila, solo se ha dormido — dijo, en un intento de calmarla al mismo tiempo que la abrazaba por detrás —. No pasa nada. Solo se ha dormido — repitió.

*******

La noche caía sobre la ciudad, dejando que la oscuridad se abriera paso entre la luz y la Luna tapara los rayos amarillos y naranjas del resplandeciente Sol. Los pájaros cesaron sus cánticos melodiosos que armonizaban una tarde de verano en el parque contemplando las maravillas de la naturaleza. Todos los animales se iban a sus madrigueras a descansar después de un largo día, menos los nocturnos, que abrían sus ojos para dar paso a la noche más extraña que Rachel jamás vivió.
 
La chica abrió lentamente los párpados con bastante esfuerzo. Aún estaba aturdida y las legañas no ayudaban mucho a que se despejara. El cuerpo le seguía pesando y le dolía cada parte de él pero no lograba volver a dormirse. ¿Cuándo se había ido a la cama? ¿Cuántas horas había dormido? Intentó recordar lo acontecido el día anterior. Lo recordaba con vagueza, las imágenes estaban borrosas dentro de su cabeza pero más o menos podía hacerse una ligera idea de lo ocurrido: Estaba en la competición a punto de salir a nadar cuando de repente, sin darse cuenta, cayó al agua. Serían lo de las seis de la tarde y ahora eran… las 6.36 de la mañana del día siguiente. Había dormido doce horas enteras. Normal que se encontrara en ese estado. Pero la pregunta que le invadía en esos instantes era, ¿por qué ha ocurrido? ¿Por qué le ha pasado justamente a ella? Rachel intentaba encontrar la respuesta pero no lo lograba. No tenía ganas de pensar, la vagancia junto con el cansancio se habían apoderado de su cerebro. Odiaba que le pasara eso y más en circunstancias así, necesitaba pensar en una respuesta coherente y creíble ya o de otro modo se volvería loca. Todo era muy insólito y nada le impediría adivinar “el por qué”.

Se quedó quieta lo menos cinco minutos tendida y envuelta entre las sábanas de la cama en un intento de relajarse. El nerviosismo y la congoja abatían contra su pecho. Recientemente estas dos sensaciones la acompañaban a donde quiera que fuese cual perrito faldero, acababa siendo exasperante. Cuando ya se encontró mejor o cuando creyó que ya se encontraba mejor, estiró cada articulación de su cuerpo, agarrotado debido a la cantidad de horas dormidas en una misma postura, pero a pesar de ello estaba mejor.
   Miró a través de la ventana: La Luna era llena… y estaba preciosa. La encantaba cuando estaba así. Entera, brillante, blanca, hermosa, digna de mención… Conseguía relajarla con tan solo echarle un vistazo. << ¿Cómo puede existir algo tan hermoso? >>, se preguntaba cada vez que la observaba flotando en el oscuro firmamento.

<< No pierdas el tiempo>>, se fijo a sí misma, saliendo de su ensoñación, moviendo la cabeza de un lado a otro intentado sacar ese pensamiento de la cabeza. << Piensa, Rachel, ¡piensa! ¿Qué ha pasado a lo largo de estos días infernales? >>, se preguntó intentando hacer memoria, pero no lograba acordarse absolutamente de nada, era como si alguien le hubiera hecho un lavado de cerebro mientras dormía.
   Se sentó en la silla roja del escritorio con los codos posados en sus rodillas y las palmas de las manos en la cara. Comenzaba a agobiarse. No conseguía indagar en lo más profundo de sus recuerdos, porque era ahí donde se encontraba lo que necesitaba saber. Era como su alguien no quisiera que ella supiera nada sobre el asunto, como si todo estuviera calculado para que permaneciera aparte de algo que la involucraba al cien por cien.
   Súbitamente, la muchacha apartó las manos de la cara con sus ojos marrones abiertos como platos. << Mi diario >>, recordó. << Todo lo tengo apuntado en mi diario ¿Cómo he podido ser tan tonta?>>, una pequeña sonrisa surgió en su semblante. Tan veloz como un guepardo se levantó de la silla en busca de su diario. Por una vez en su vida se alegró de tener un sitio en el que escribir cada cosa que le pasaba o pensaba. No cabía en ella de lo orgullosa que estaba de tener uno; Se dirigió al baúl que tenía justo enfrente de los pies de la cama, sacando todo lo que había dentro — que básicamente eran sábanas para la cama y un par de colchas —, y levantando, nada más terminar, un trozo de madera suelta que había en el fondo. Ahí estaba, su querido diario, el que la sacaría de dudas definitivamente, el que acabaría con la agonía que la invadía por completo. Pero la sonrisa que inundaba su rostro desapareció tan rápido como vino. Su cuaderno de terciopelo violeta no estaba ahí.

<< No puede ser… >>, pensó desesperada. << No… ¡No puede ser!>>. No conseguía creerse lo que estaba pasando. Nadie sabía, o eso creía ella, donde escondía su diario. ¿Cómo es posible que se lo robaran? Las lágrimas comenzaron a manar de sus ojos, llenos de consternación y la más absoluta de las rabias, lo que hizo que arrancara lo que quedaba de madera fija en la parte inferior del baúl, con esperanzas de que todavía siguiera ahí.

    — ¡NOOOO!

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Capítulo 6: Nada tiene sentido (Pt.II)


¡R
ACHEL! — La llamó Mark desde la lejanía de la piscina — ¡Es tu turno!
   Rachel estaba nerviosa, muy nerviosa… desconocía el motivo, hacía años que había dejado a un lado los nervios antes de competir. Sabía que había gente buena, profesionales dentro de su categoría, y obviamente también la había mala, y si quería ganar, ella debía ser mil veces mejor que todos ellos.
   << Vamos, vamos. Despéjate. No pienses… no pienses en nada… >>, se decía a sí misma mientras se dirigía hacia donde se encontraba el entrenador.
   — Nadarás 100 metros crol — la avisó —. Aquí tienes el papel que tienes que entregar a la chica de tu correspondiente calle, ¿de acuerdo? —Le agarró las manos con fuerza — ¡Ánimo! — Le acarició la cabeza.
   Se puso el gorro blanco de látex con el nombre y la insignia de su club grabado en él, y se colocó las gafas de buceo, las cuales le oprimían los ojos, pero ya estaba acostumbrada. Intentó omitir el ruido estridente que provenía de las gradas que le impedía concentrarse, un ruido que con el eco se hacía más intenso.
   << 100 metros crol… Calle 3… >>, pensó mientras se dirigía hacia su calle.
   La ansiedad comenzaba a gobernar su cuerpo, algo que jamás le había pasado antes de competir. Todo lo que había a su alrededor mientras iba a su calle se movía distorsionándose ligeramente. Cuando se encontró enfrente del podio cerró los ojos en un vano intento de que las figuras que la rodeaban dejaran de moverse. Lo único que sacaba bueno sobre este asunto era el hecho de que no podía pensar. Un punto a favor porque de ese modo no recordaría durante unos minutos lo ocurrido días antes.
   Sonó un silbato que indicaba que los nadadores debían que subirse a sus respectivos podios. Rachel lo hizo con bastante esfuerzo, continuaba mareada y le costaba mantener una respiración constante. El árbitro puso la mano que no sujetaba el silbato en alto. Se hizo el silencio, lo que despejó un poco la cabeza de la muchacha.
   — ¡Preparados…! — Gritó el árbitro. Rachel agarró el borde del podio con las manos, doblando ligeramente las rodillas — ¡… listos…! — Estaba lista para saltar, pero cuando quiso darse cuenta ya no podía controlar su cuerpo. El ansia la había vencido, haciendo que cayera como muerta al agua perdiendo, una vez más, el conocimiento.
   La piscina se llenó de los gritos histéricos de la gente, los cuales fueron aumentados por el eco que hacía que pareciera que gritaran todavía más. Estruendo provocado por la inesperada caída de Rachel al agua.
   Uno de los socorristas surgió de la nada en dirección a la piscina, dispuesto a sacar el cuerpo de la chica. Aún respiraba. No sin cierto esfuerzo logró sacarlo del agua.
   La tensión podía palparse en el ambiente, un enorme cúmulo de personas se situó alrededor del cuerpo desmayado de Rachel mientras el socorrista trataba de reanimarlo, curiosos y expectantes por lo que pudiera llegar a pasar.
***
Pasaron las horas, horas que parecieron años interminables. Se había quedado dormido en el sofá mientras lloraba con la tristeza acumulada en los ojos. No podía dejar de pensar en lo mucho que echaba de menos a Margaret, en lo imbécil que había sido con su gran amigo George, y en la impotencia que sentía al no saber qué era lo que quiera que fuese que había estado pasando a su alrededor.
   Cabreado y con pocas ganas de continuar viviendo aquel largo en infernal día, entró en el cuarto de baño, que se encontraba en un estado que dejaba mucho que desear: las baldosas estaban sucias por los bordes, el metal de la estantería oxidado, el mármol de la ducha había perdido su resplandeciente blanco y había sido sustituido por el marrón de la suciedad, y las cortinas de ésta eran viejas y de un plástico barato con dibujos de patitos mal dibujados. << De los chinos, seguro >>, pensó, refiriéndose a las cortinas, intentando darle un toque de humor al asunto; Nadie había bajado allí a limpiar en meses. Lo único que era nuevo eran las toallas y la alfombrilla de la ducha.
   No es que a Matt le importara las condiciones del baño, sinceramente, le daba igual. Le daba igual todo, de hecho. Lo que de verdad quería era salir de esa casa, esa casa que le había amargado su existencia, y sobre todo dejar de lado de una vez por todas a su familia. Es lo que más deseaba en este mundo: perder de vista a Andrew, a Stephanie y a Claudia, y de ese modo poder empezar una nueva vida en otro lugar, en otras circunstancias… puede que no tuviera el nivel económico estable del que disponía ahora, pero al menos sería libre, sería feliz…
   Matt echó una risa sorda al aire. En cierto modo su situación le hacía gracia porque por darle un puñetazo a su padre se encontraba allí, solo y en unas condiciones pésimas. Todo sería normal, aceptable, sino fuera porque no le bastó con encerrarlo aquí, tuvo que pegarle antes de hacerlo, pegarle una paliza descomunal para demostrar su autoridad mientras Stephanie miraba sin actuar la sucesión de puñetazos y patadas que Andrew le daba al chico.
   Meneó de un lado a otro la cabeza, intentando sacar de ella cualquier pensamiento negativo. Tarea difícil, pero no imposible. Sin embargo, en seguido paró ya que se había empezado a marear. Lo que había en su entorno comenzó a tornarse borroso. Se apoyó falto de fuerzas en el lavabo, frío como el hielo, con los ojos cerrados esperando a que pasara lo más rápido posible.
   Cuando el dolor fue menguando paulatinamente respiró hondo mirando hacia el techo. Unos segundos más tarde recobró su postura normal y comenzó a quitarse la ropa, dejando al descubierto sus anchos hombros y fornidos pectorales. En todo momento evitó mirarse en el espejo, por lo que simplemente se limitó a meterse bajo la ducha.
   El agua resbalaba por su blanca piel, relajando sus músculos y haciéndole pensar que con ese baño todo lo malo hecho hasta el momento se esfumaría por el desagüe, al igual que la mugre que cubría su cuerpo…
   Matt echó un poco de jabón en la esponja para poco más tarde empezar a frotarla con suavidad por su cuerpo desnudo y blanquecino… Lo relajaba, la sensación de relax que le producía el jabón sobre su piel mojada, lo relajaba… Siempre lo había hecho. Cada vez que estaba deprimido la solución para sus males era un buen baño de agua tibia.
   El líquido transparente que surgía del grifo de la ducha logró hacer que Matt pensara con claridad, hizo que todos y cada uno de sus pensamientos y recuerdos se ordenaran en su cabeza para acto seguido desaparecer temporalmente, haciendo que aquel nudo en el estómago que llevaba acompañándolo el día entero desapareciera.
   De repente, lo que había llegado a conseguir con el baño desapareció en cuestión de una milésima de segundo. Fue visto y no visto. Una sensación de ahogo abatió contra él, produciéndole una asfixia insoportable. El aire no entraba en sus pulmones, no lograba hacer que pasara a ellos. Era como si se estuviera ahogando en una piscina, pero el problema era que no estaba en una, se situaba en la ducha y la cantidad de agua era insuficiente para asfixiar a alguien con la estructura de Matt… era como si una mano invisible estuviera agarrándole el cuello con fuerza, ahogándolo…
   Se puso las manos en la garganta, agarrándola por acto reflejo. Intentaba introducir una mínima cantidad de aire en la boca, pero le resultaba imposible. Comenzaba a marearse y perdió el equilibrio cayendo medio muerto, dándose un fuerte golpe en la espalada contra la pared. Pero no sintió el dolor del golpe, ya que el ahogo era tan grande que cualquier otro dolor era efímero e insignificante. Ya no notaba ninguna parte del cuerpo, era como si no existiera, como si se hubiera desvanecido mezclándose con ese aire que el muchacho era incapaz a respirar.
   No obstante, cuando creía que no iba a salir de esta, cuando creía que su vida lo abandonaría de semejante modo, inexplicable para Matt y para cualquiera que se viera en su situación, una repentina ráfaga de aire entró dentro de él logrando que volviera a sentirse bien, como si… la mano invisible que lo acababa de acechar hubiese decidido que podía seguir viviendo.
   << ¿Q-qué… qué ha pasado? >>, se preguntó anonadado, incapaz de creerse lo ocurrido. Se levantó tambaleándose del suelo, apoyando las manos en la pared y todo lo que estaba a su alcance, quedándose más tarde en una postura fija, cerrando los ojos, intentando no desvanecerse, que la respiración se le tornara de agitada a normal y para convencerse a sí mismo de que nada había pasado. Pero sí había ocurrido, ¿cómo iba a obviar semejante suceso? Era imposible, no conseguía quitárselo de la cabeza, lo que le producía aún más nerviosismo y frustración.
   Levantó la cabeza, todavía con los ojos cerrados, y respiró hondo, cerró la ducha segundos después y salió de ella, se secó por encima y se puso los bermudas y la camisa que antes llevaba encima, para luego salir a la oscuridad del zulo en el que su padre lo había instalado. Lo miró de extremo a extremo temblando y, para no variar, pensativo. Decidió que lo mejor para despejarse y evadirse de este mundo sería ordenar aquel sitio, convertirlo en un lugar habitable.
   << Me ayudará a no recordar y a creer que nada de esto ha pasado y que mi vida sigue siendo la de siempre: aburrida y solitaria >>.
   Pasada hora y media, el tiempo que tardó en poner todo en si sitio y en hacer que ese zulo se pareciera lo más posible a una habitación, se sentó en el viejo sofá agotado. Estaba tan exhausto que no tenía ganas de hacer nada, salvo morirse. Esperar ahí sentando a que la muerte llegara con su oscura sombra y lo llevara consigo. Todo terminaría definitivamente, alcanzaría de una vez por todas, la felicidad máxima tan ansiada que en vida no conseguía y dudaba que alguna vez la alcanzara.
   No era vida estar cada minuto del día de mal humor añorando a las personas que quieres y que en su momento tuviste a tu lado, pero que, sin embargo, ya no están. Porque te abandonaron por tu culpa. Odiar a las personas que hicieron que llegaras a estar en este mundo con cada partícula de tu alma, porque sí, fueron ellos los que comenzaron a amargarte desde niño. Odiar cada aspecto de la vida porque nada de ella te hace feliz, ni siquiera el más hermoso de los atardeceres, ni el movimiento del mar en un día de calma… Nada. Odiarte a ti mismo por odiar todo esto y no ser capaz a cambiarlo, por sentir que nada de lo que hay a tu lado es real y auténtico, y no parar de sentirte tan vacío como una oscura y fría cueva. Estaba cansado de esto, deseaba, imploraba que terminase de una vez. Pero, ¿cuándo lo haría? Y lo más importante, ¿cuándo dejaría de pasarle esos hechos tan extraños hacia los cuales no encontraba respuesta?
   Volvió a mirar aquel cuartucho de arriba abajo y de un lado a otro sin encontrar nada, nada que no hubiera visto antes. Suspiró con una media sonrisa — sonreía por no llorar —. Ya no sabía qué hacer, sentía que la solución a todos sus problemas se encontraba en esos sucesos, que toda su vida había estado resumida en lo ocurrido, pero, ¿por qué? Matt no lo sabía y dudaba que alguien de su familia lo supiera. Tampoco se iba a molestar en preguntarles porque, ¿de qué serviría? Si supieran algo no se lo dirían. Si quieran que tuviera conciencia sobre esto ya se lo habrían dicho.
   Lo averiguaría, de una forma u otra, pero lo averiguaría. Eso sí, lo tendría que hacer solo. No podía confiar en nadie más salvo en sí mismo.
   Se levantó del sofá animado por primera vez después de mucho tiempo. Miró al techo y respiró hondo. Tenía la intuición de que había dado un pequeño paso, por insignificante que fuera, pero importante para avanzar y encontrar una respuesta al por qué de lo acontecido.
   Comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, con el ceño fruncido y con ambas manos metidas en los bolsillos del pantalón. << ¿Por dónde debería empezar? >>, se preguntaba constantemente, al mismo tiempo que se movía. Así estuvo durante al menos diez minutos hasta que dio con la respuesta después de analizar detalle a detalle lo sucedido estos últimos días…
   …La piedra. Ese extraño objeto que le entregó aquella misteriosa chica, la misma chica de la visión que sufrió en casa de su amigo. Sabía con absoluta certeza que la piedra era el pilar del tema, que era el inicio de la búsqueda. Solo había un ligero problema: estaba en su antiguo cuarto, en el segundo piso bajo su antigua cama, y Matt estaba encerrado en ese frío sótano y no tenía la más remota idea de cómo podía salir de allí.
   Su estómago comenzaba a ser un matojo de nervios. Necesitaba encontrar la forma de subir y coger la piedra, era lo único que podría ayudarlo a averiguarlo todo. Lo único que tenía al alcance de su mano para descubrirlo.
   Estaba desesperado, ya no sabía que prensar, todo era muy extraño y confuso, nada tenía sentido. Parecía que su vida había estado basada en mentiras, que había algo oculto que nadie sabía y si alguien tenía conciencia de algo se había encargado a la perfección de ocultárselo.
   Matt era consciente de que se estaba aferrando a un clavo ardiendo, pero era lo que tenía y no se iría a la tumba hasta descubrirlo, fuera lo que fuese. Lo tenía muy claro.

Capítulo 6: Nada tiene sentido (Pt.I)


U
NA chica. Una chica hermosa, conocida y poco familiar al mismo tiempo. Le sonaba de algo, pero desconocía de qué.
   Una luz cegadora apareció por la puerta tiempo después, tapando la imagen, que por algún extraño motivo, incomprensible para él, no deseaba que desapareciera. Era un brillo distinto a cualquier otro… uno nuevo, más relajante y menos cegador. Agradable e irremplazable. Distinto en todas sus facetas. Único.
   La luz cada vez se hacía más luminosa, mucho más resplandeciente, hasta llegar al punto de desaparecer por completo, dejando ver la entrada de la casa de George, algo que debería haber visto desde un principio.
   Súbitamente un cúmulo de recuerdos olvidados volvieron a su mente: la marcha de Margaret y su respuesta ante su ida — se sintió avergonzado y furioso de sus actos —, el puñetazo dado a Andrew, el golpe en la cabeza en el cuarto de baño, la paliza pegada por su padre, el inusual comportamiento de Stephanie, su actitud con George — más nítida, como si lo estuviera viviendo en ese mismo instante —; y la piedra… aquel extraño objeto entregado por la misteriosa y aterradora chica.
   Todo cobraba sentido o al menos comprendía una mínima parte: la chica que le dio la piedra, la que le susurró que fuera hacia ella, la que lo hipnotizó para darle el objeto… era la misma mujer de la visión sufrida segundos antes.
   — ¿Matt? — Lo llamaron desde el interior de la casa.
   Salió de su ensoñación empujado por esa voz que le llamaba, levantando la cabeza, pálido como la leche, más que de costumbre. Un sentimiento parecido a la tristeza bañaba todo su talante y un atisbo de ira se marcaba en sus ojos.
   — ¿Estás bien? — George se acercó a él corriendo, agarrándole con una mano un hombro y con la otra acariciándole el pelo, preocupado.
   Matt parecía un cadáver. No había luz en ninguna parte de su cuerpo: ni una sonrisa, ni un movimiento… nada. En cuestión de horas su pequeño mundo se había desmoronado, todos sus esquemas se habían roto. Ya nada volvería a ser igual, y tenía miedo de lo que pudiera pasar a partir de ahora.
   Es cierto que el chico aborrecía su vida tal y como era, y que estos sucesos estaban suponiendo un gran cambio en ella, pero lo que lo asustaba, lo que realmente lo atemorizaba era el no saber si sería para bien o para mal.
   — Matt… me estás asustando — dijo George con el pánico dibujado en sus ojos.
   George meneó a su amigo. No lograba hacer que reaccionara. Dudó un segundo y finalmente le dio una bofetada en plena cara. Los ojos de Matt se abrieron de par en par, al igual que su boca. El muchacho miró a su amigo con la respiración alterada.
   — ¿Qué…? — Preguntó confuso.
   — No reaccionabas, me asusté — contestó George a la pregunta inacabada de Matt, histérico. — ¿Qué narices te pasa, tío? Últimamente no pareces tú.
   Matt se quedó pensativo un momento, dejando la vista fija en un sitio, buscando las palabras adecuadas. << No te va a creer… No te va a creer… >>, le decía una vocecilla maligna dentro de su cabeza, semejante a la de un viejo ronco con perversos planes. Cerró los ojos con fuerza intentando acallar la voz que lo estaba volviendo loco y apretó los dientes con fiereza — el ansia que le producía estaba a punto de acabar con él.
   — ¿Matt? — Lo llamó George, impaciente.
   Abrió los ojos lentamente, el suelo se movía o eso creía él — el apretarlos tan fuerte lo había mareado. — Cuando todo pareció volver a la “normalidad”, dijo desesperado:
   — Nunca me creerías.
   George estaba indignado. ¿Acaso no era él su mejor amigo? Podía confesarle lo que quisiera, que no se lo diría a nadie, podía incluso mentirle y él se lo creería, por muy absurdas que fuesen sus palabras. Puede… tal vez se equivocara.
   — Si a día de hoy piensas que no te creería… es que me has subestimado.
   Y dicho esto, entró en su casa cerrando la puerta, la cual provocó un golpe sordo contra el marco de ésta.
   Matt se quedó paralizado. ¿Por qué había sido tan estúpido? ¿Por qué era tan rematadamente terco? ¿Por qué le estaba pasando esto a él…?
   Reprimió las ganas de gritar y de romper todo cuanto encontrara a su alrededor apretando los puños con una fuerza descomunal, que sobrepasaba lo normal, hasta hacerse sangre — otra vez —. Miró sus manos desconcertado, con lágrimas brotando de sus preciosos ojos verde-azulados, lágrimas que cayeron en las leves heridas de sus palmas.
   << Esto debe de ser una broma >>, se dijo mirando al cielo libre de imperfecciones en un intento de calmarse. Respiró hondo y dio media vuelta nervioso, como nunca lo hubo estado.
   Corrió deprisa, lo más rápido que le era posible. Se sentía ágil como un gato y veloz como un guepardo. El aire chocaba contra su cara abanicándole el pelo. Cada zancada parecía ser un kilómetro de larga, y lo más insólito era que no se cansaba, nada le dolía… Todo lo contrario: se sentía mejor, libre desde hacía mucho tiempo, como jamás lo estuvo. No tardó ni cinco minutos en regresar a casa cuando por lo general duraba entre quince y veinte minutos en llegar a la de George y otros tantos en volver…
   << No digas su nombre, no digas su nombre, no digas su nombre… >>, se repetía. Decir su nombre suponía recordarlo, recordar todos esos momentos a su lado, recordar el fuerte cariño que sentía por él, recordar lo estúpido de su comportamiento que había supuesto una gran brecha en su amistad, una brecha que tardaría y sería difícil de enmendar. ¿Y todo por qué? Por su culpa.
   El hecho de saber que estaría un tiempo distanciado de su gran amigo le formaba un gran hueco de vacío en su interior, como si faltara una pieza del puzzle. Sentía que no se había comportado como un buen amigo…
   Al ir a coger la manilla de la puerta principal de su casa observó de nuevo sus manos: ya no tenía ninguna herida, lo que quedaba en las palmas era tan solo sangre seca.
   << Esto debe e ser definitivamente una broma >>, volvió a decirse mirando hacia otro lado con una media sonrisa irónica.
   — Esto es una maldita tomadura de pelo — dijo en voz alta para desahogar su frustración.
   Y con esa misma sonrisa abrió la puerta, la cual cambió drásticamente al encontrarse a Andrew justo enfrente suyo, expectante, con los brazos cruzados, una ceja encarnada y moviendo un pie impaciente, apretando la mandíbula con fuerza.
   El terror invadió nuevamente su cuerpo, provocando que este temblara ligeramente. Sucesivas imágenes de la paliza abatieron su mente, lo que provocó que el miedo aumentara de forma notable. ¿Qué había hecho ahora? Esa era la pregunta que no dejaba de asolar su mente. Temía que le hiciera lo mismo de la última vez, temía que ahora no tuviera compasión y que lo pegara hasta arrebatarle su último ápice de vida.
    —A ti te estaba esperando — dijo Andrew con un control que jamás creyó Matt que llegaría a tener. — Ven.
   Obedeció inmediatamente, sin rechistar. Solo con pensar en lo que le llegaría si no hacía caso se le erizaban los pelos. Respiró profundamente y tragó saliva, era incapaz a calmarse ya que la presión y el nerviosismo del “¿Qué pasará?” le había producido un nudo en la garganta, aumentando el pavor que ocupaba la gran parte de su mente, haciendo que estuviera a punto de caer redondo en el suelo.
   Cerró momentáneamente los ojos y respiró hondo.
   — ¡Ven! — Insistió Andrew viendo que su hijo no se movía.
   El muchacho pegó un pequeño brinco hacia atrás y lo siguió por todo el pasillo hasta llegar a unas escaleras que daban al sótano que se situaban entre el comedor y la terraza inferior. En muy pocas ocasiones había bajado a allí, debido a que Stephanie se lo tenía estrictamente prohibido a los dos hermanos. No sabían porque, eso sí, esa prohibición de su madre no había sido suficiente motivo para no bajar y curiosear un poco, y descubrir porque no los dejaba bajar: Claudia por el mero hecho de desobedecer a su madre y Matt convencido — o puede que magistralmente manipulado — por George, con alguna de sus extrañas ideas llenas de una imaginación e inocencia desbordantes. Lo extraño era que no había nada interesante allí abajo, a no ser que llames interesante a un montón de cajas de cartón y a un sofá viejo.
   Matt se mantuvo durante el trayecto en silencio, tenso y con los cinco sentidos alerta. Andrew fue el primero en hablar después de haber bajado las ruidosas escaleras de caracol — las cuales estaban pintadas de un desgastado color verde escarlata, — y haberse detenido frente a una puerta de madera vieja.
   — Ésta será tu nueva habitación — afirmó intentando no levantar demasiado la voz, pero sin dejar a un lado el tono autoritario.
   El chico se quedó anonadado, mirando la puerta sin comprender. El sudor comenzaba a caer por sus sienes. Estaba nervioso. Se esperaba lo peor: un congelador gigante para meterlo a él dentro y dejarlo morir lentamente o una cámara de tortura… Cualquier cosa menos un campo de mariposas.
   — Te preguntarás “¿por qué?” — Dijo Andrew con una media sonrisa más falsa que unas tetas operadas — ¡Fácil! — Levantó ambos brazos. — Quiero tenerte fuera de mi vista hasta que empieces la Universidad, porque si, irás a la Universidad. Ningún Anderson dejará sus estudios — afirmó con una mirada severa. — El cuarto está insonorizado, solo falta cambiar la puerta. Tienes un baño y todas tus cosas están dentro — dio dos golpes secos y seguidos a la vieja puerta con la palma de la mano extendida —, te traeremos cada día la comida y saldrás… a finales de verano. Hasta entonces permanecerás aquí encerrado — puntualizó — ¿Te ha quedado lo bastante claro? — Finalizó, mirándolo fijamente.
   Matt asintió velozmente. El nudo de la garganta era tan grande que no le permitió vocalizar sin parecer un chico indefenso y asustado, al borde de un ataque de histeria. No quería darle a Andrew esa satisfacción, no permitiría que se sintiera aún más superior de lo que ya se creía.
   — Bien. Pasa.
   Hizo lo que le mandó y tras pasar la puerta, ésta se cerró y oyó el sonido de unos candados al cerrarse.
   — Así escarmentará — dijo Andrew detrás de ésta dando dos palmadas en signo de finalización de una grandiosa tarea, volviendo a subir segundos después, las escaleras de caracol que daban al piso superior, dejando a Matt encerrado en aquella habitación tan siniestra.
   Se sentía confuso, no entendía porque lo habían encerrado en ese sitio, que hasta ese mismo instante había estado absolutamente prohibida su entrada.
   El cuarto era frío, húmedo y oscuro. Las paredes eran de piedra, una piedra negra y mohosa. Únicamente había una pequeña ventana que permitía pasar una débil ráfaga de luz. En el lugar estaban todas sus cosas, como bien le había dicho Andrew, y también estaba lleno de cajas y trastos que ya no utilizaban, como por ejemplo algunos de los juguetes que habían aguantado el paso del tiempo y que Matt y Claudia no habían roto.
   El muchacho sonrió levemente, anhelando aquellos años tan felices. Las lágrimas brotaron de sus ojos verde-azulados como si se tratara de una catarata de agua salada. Se dejó caer de rodillas al suelo, derrotado. Le temblaba todo el cuerpo y los llantos no lograban salir de su boca. No soportaba su vida: era triste y vacía, sin un ápice de cariño y amor, y ahora menos que antes ya que las únicas personas que se lo proporcionaban se fueron, se esfumaron, y dudaba que volviera a verlas…
   << ¿Cómo he sido tan estúpido? >>, se preguntó sollozando, agarrándose con ira el pelo. << ¿Cómo los he dejado marchar? >>.Contuvo un grito que sus cuerdas vocales estuvieron a punto de producir debido a la rabia contenida durante mucho tiempo.
   Se sentó en un viejo sofá que había enfrente de aquel montón de cajas llenas de momentos de su vida que jamás volverían. Se tendría que conformar, a partir de ahora, recordándolos, a pesar de que los buenos recuerdos fuesen mínimos, técnicamente nulos.
   Las lágrimas comenzaron a surcar de nuevo su pálido rostro, produciéndole un fuerte nudo en el estómago. No veía el instante en el que se marcharía de esa casa, de esa vida y podría empezar una nueva y mejor, más feliz y gratificante. Esa idea parecía tan lejana…