sábado, 1 de diciembre de 2012

Capítulo 7: La puerta (Pt.II)


Se despertó de un sobresalto cayéndose de la cama que constaba simplemente de un colchón tirado en el suelo. Se encontraba anonadado. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué no seguía inmerso en aquel fantástico sueño? ¿Por qué le habían echado del sitio en el que había sido tan feliz con ese horroroso grito repleto de angustia?

   — Imbécil — se dijo frotándose con fuerza los lagañosos y cansados ojos verde-azulados, — solo ha sido un sueño. Nada más. — Una sensación de desolación lo asaltó. Era muy triste que se sintiera completamente feliz en un sueño y no querer salir de él porque entonces los problemas y las comederas de cabeza reaparecerían, haciendo que se volviera a sentir como un desgraciado amargado incapaz de mantener a nadie a su lado. — Soy un completo imbécil — continuó, colocándose  en posición fetal iniciando los lloros nuevamente, unas lágrimas que había logrado contener durante un día entero.

Matt volvió a rememorar el sueño en su cabeza en un intento de conseguir revivir las sensaciones de paz y tranquilidad que surgieron en él y que le hicieron sentir como un niño de seis años completa y absolutamente feliz. Pero su intento fue en vano. Lo único que consiguió fue hacer que una pregunta apareciera en su mente: ¿Qué significado tiene el sueño? Teniendo en cuenta todo lo ocurrido el último mes, la última semana más bien, esto podría formar parte de ese extraño círculo de extraños sucesos.

<< Un pasillo blanco que daba a una especie de portal que resplandecía al cabo de un tiempo. ¿Qué demonios representa? ¿A qué venían esas voces? >>, pensó. Nada tenía sentido y cuando digo nada me refiero a todos los hechos que estuvieron a punto de llevar a Matt al borde de la locura. Dirigió la mirada al frente exasperado y una sonrisa burlona nació en su cara. << Seguro que todo esto el sueño y cuando cuente tres todo habrá vuelto a la normalidad >>, se autoconvenció. << Estaré en mi cama, en mi cuarto después de un largo día de entrenamiento en la playa >>. Cerró los ojos con lentitud e inspiró hondo para luego echar el aire por la boca lentamente…

   — Uno… dos… tres… — Abrió los ojos, sin embargo, seguía exactamente igual que hace tan solo unos segundos. Nada había cambiado lo que significaba que lo sucedido era real.

Se sintió decepcionado. La pequeña miga de esperanza que conservaba se desvaneció. Jamás saldría de aquella pesadilla infernal porque en realidad esa pesadilla era su vida.
   Al cabo de unos minutos, Matt giró su cabeza hacia la izquierda debido a que un fuerte dolor abatió contra su cuello al estar tanto tiempo en una misma posición, lo que hizo que vislumbrara algo que lo desconcertó: en la pared del fondo había una especie de macha marrón, más incluso que la propia pared. El muchacho se levantó y por un instante dudó entre acercarse o quedarse en el sitio, pero finalmente se decidió y comenzó a avanzar con lentitud, como si se tratara de un animal peligroso en lugar de una simple pared. Cuando se encontró a unos treinta centímetros de la extraña mancha extendió el brazo y la rozó con el dedo índice. Su tacto no era corriente, no era normal, corriente. Frunció el ceño y se acercó más colocando esta vez ambas manos en la mancha. Su textura era rugosa pero ligeramente más blanda, no sabría compararlo con algo, ya que no era algo que se viera todos los días, podría decirse que era única en su estilo.

<< Increíble >>, pensó boquiabierto, un tanto sorprendido. << Es exacta a la de mi sueño >>. Se mordió el labio inferior con los ojos abiertos como platos, palpando la mancha con mayor esmero. << ¡Es la misma! >>. Y de sopetón la esperanza que minutos atrás lo abandonó volvió a nacer dentro de él con más fuerza que nunca. Si encontraba la manera de hacer que esa mancha obrara lo mismo que en el sueño, experimentaría la misma sensación de tranquilidad y despreocupación del sueño.

Dio un paso atrás y la examinó detenidamente de arriba abajo y nuevamente otra cosa le llamó la atención: al lado de la extraña mancha que apareció en su sueño había un perfecto agujero redondo. Lo miró con curiosidad. Tenía la misma forma que…
   << La piedra >>, se le iluminó. Todo cobrara sentido, al menos en parte. La chica misteriosa le dio la piedra para que tiempo más tarde encontrara lo que sería una especie de… portal, tal vez, que se abriría colocando la piedra en aquel agujero para transportarlo momentáneamente a un lugar repleto de armonía, plagado de la felicidad más absoluta, porque ella sabía exactamente que era eso lo que Matt ansiaba en el mundo. Aunque de todos modos seguía sin tener mucho sentido… pero era lo único que se le ocurría que podría ser.

Horas más tarde, mientras Matt seguía contemplando esa especie de digamos, “obra maestra del bienestar”, alguien llamó tres veces a la puerta, la abrió sin dejarse ver tapada por ella y dejó en el suelo una bandeja con comida y lo que parecía ser una nota y salió sin hacer ruido. El chico no se había acordado de comer en los dos días que llevaba encarcelado allí, ya que el cúmulo de emociones y pensamientos era tan grande y poderoso que hacía que el hambre pareciera algo insignificante. Sin embargo, nada más ver el pato de espaguetis a la boloñesa apareció como salida de la nada. Las tripas le empezaron a rugir de forma estruendosa y sin más preámbulos se dirigió casi corriendo hacia la puerta, donde estaba la bandeja con la comida. Los espaguetis no era su plato favorito, pero en ese momento habría sido capaz de comerse una ballena entera.
   En el proceso de engullimiento Matt no se percató de que justo al lado del plato había una nota doblada a la mitad, colocada como si fuera un tejado sobre la bandeja. Solo lo hizo cuando el plato se quedó absolutamente vacío, lo había comido todo, incluida la salsa que por lo general no solía comer, — lo había arrebañado con el trozo de pan que le acompañaba.
   Primero miró al techo resoplando en signo de satisfacción, el clamor del hambre había cesado y acto seguido dirigió su mirada hacia la bandeja, donde dejó posada la vista un momento en la nota. Un tanto confuso por lo que podía poner y adormilado por la cantidad de comida engullida, la cogió con algo de esfuerzo y la leyó. La letra era de Stephanie y rezaba lo siguiente:

Sentimos habernos olvidado de tu comida estos dos días. Intentaremos que no vuelva a pasar.
Pd. Vamos a salir fuera. No intentes hacer tú lo mismo, nos daremos cuenta.

Leyó varias veces la nota con gesto de incomprensión. Tardó un rato en comprender con exactitud lo que quería decir. Se habían olvidado de su existencia. Un par de días sin verlo y prácticamente lo habían eliminado de sus vidas. Ahora tenía muy claro cuán importante era para ellos, casi tanto como ellos para Matt. Pero aún así no pudo evitar sentirse abochornado y furioso.
   Arrugó la nota de papel formando una bola y la lanzó con todas sus fuerzas al fondo de la habitación, por lo que estar chocó contra la pared — no había mucha distancia de la una a la otra por lo que no era muy difícil que eso pasara. — Se levantó del suelo con agilidad a pesar de notar que el peso de su estómago era mayor al del resto de su cuerpo y en un arrebato de ira dio una patada con todas sus ganas a la puerta y para sorpresa de Matt, ésta se abrió. El muchacho se quedó plantado en el sitio un poco consternado, sin entender cómo es que la puerta se había abierto. Se frotó los ojos pensando que todavía seguía inmerso en el sueño, pero no era así. La puerta se había abierto. Después de dos días pisaría al fin algo que no formara parte de ese oscuro y lúgubre sótano.

<< ¿Qué hago todavía aquí? >>, se preguntó con una sonrisa estúpida en la cara y sin más dilación salió de allí como alma que llevaba el diablo, pero cuando no llevaba ni cinco escalones subidos de la escalera de caracol se paró de lleno. << Ten cuidado. Tal vez no se hayan ido aún >>, se previno y empezó a subirlas de nuevo intentando hacer el menor ruido posible a paso lento. Cuando llegó al final de las escaleras volvió a pararse, agudizando el oído. Definitivamente no había nadie, tenía la pista libre. A una velocidad de infarto subió las escaleras que daban al primer piso en busca de la piedra que le ayudaría, más bien que le haría volver a ser feliz.
   Una enorme sonrisa ocupaba su cara. Solo con pensar en el hecho de que conseguiría alcanzar la alegría de su sueño… que definitivamente dejaría atrás a su detestable familia… No cabía dentro de sí.  Estaba tan contento que ni el repentino cambio de iluminación le importó. Atravesó el pasillo con los ojos brillantes, rebosantes de emoción, hasta llegar a su cuarto. Debía darse prisa, encontrar la piedra con el Sol tallado lo antes posible, antes de que Andrew, Stephanie y/ o Claudia llegaran. Si lo encontraban allí… no quería ni pensar en lo que pasaría…

Abrió la puerta, al principio con ciertas dudas, pero finalmente se decidió a hacerlo. No había llegado hasta tal punto ara no conseguir nada y volver a estar encerrado en ese cuartucho oscuro. Encontrándose dentro supo al instante donde había dejado por última vez el objeto: debajo de la cama. Se acercó a ella rápidamente, se agachó y nada más vislumbrarla estiró el brazo y la cogió. El tacto de la fría piedra sobre su piel le hizo estremecer.

<< Ya te tengo… >>, pensó aliviado y se levantó para luego salir de la habitación y volverse a su sótano, dispuesto a colocar la piedra en el agujero de la pared. Pero cuando estuvo a punto de posar un pie sobre el último escalón oyó el ruido que hacía la puerta principal al abrirse y poco más tarde unos tacones que resonaban contra el suelo. Matt tenía el corazón en un puño, se había paralizado. ¿Qué pasaría si lo pillaban? ¿Volverían a pegarle? ¿Dónde lo meterían esta vez? ¿En una caja de metal sin ningún orificio donde no entrara ningún resquicio de luz ni de aire? << Si no haces ruido alguno la pared de la escalera te tapará. Solo… solo no hagas ruido >>, se decía, avisándose a si mismo.
 
   — El bolso… — La voz era de Stephanie, parecía angustiada. — ¿Dónde he metido el bolso? — Se preguntaba. El sonido de los zapatos contra el suelo se alejó débilmente. Había entrado en el salón. Matt continuaba inmóvil en el sitio. No iba a arriesgarse a bajar en ese mismo instante. Era demasiado peligroso. Stephanie estaba a tan solo unos pocos metros. Si decidía salir por la cocina… estaba muerto. — ¡Aquí está! — Gritó a lo lejos mientras hacía ruidos hurgando en el bolso para asegurarse de que no le faltaba nada, volvió al vestíbulo.

Un sudor frío comenzó a resbalar por su frente, cuello y espalda. Los nervios lo estaban comiendo vivo y el chico no podría mantener ni un minuto más los músculos inmóviles. En cualquier momento caería al suelo derrotado y el resto sería historia. Cerró con fuerza los ojos aprovechando hasta la última gota de sus fuerzas y cuando menos se lo esperó, cuando iba a darlo todo por perdido, Stephanie anduvo de nuevo, cerrando la puerta principal tras de si. Aguantó unos segundos más dejando un margen de tiempo, y cayó desplomado al suelo.

<<…Lo peor ya ha pasado… >>, se dijo animándose, y cuando consideró que se encontraba mejor se levantó y volvió a bajar al sótano. Abrió la puerta de un golpetazo y con un andar veloz se dirigió a la zona donde se encontraban la mancha y el agujero, colocándose enfrente al llegar. Inspiró hondo con sus ojos verde-azulados cerrados. Los nervios lo estaban comiendo vivo, porque en cuestión de minutos descubriría que era exactamente esa especie de mancha. Movió cada músculo, cada articulación en señal de que estaba preparado para lo que ocurriera y sin pensárselo dos veces colocó la piedra en el agujero, que encajaba a la perfección. Pero no sucedió nada. Matt contempló más de cerca el agujero con el ceño fruncido.

<< ¿Y si…? >>, pensó mordiéndose la lengua, que la había sacado como signo de concentración. Estiró la mano para coger la piedra, sin embargo, no la quitó del sitio sino que la giró hacia la derecha y nada más hacerlo dio un paso atrás. De la mancha de la pared había comenzado a brotar una serie de puntitos plateados brillantes que dieron paso a una masa viscosa amarillo-verdosa, idéntica a la del sueño. Parecía blandiblú. Y por algún extraño motivo se sentía atraído hacia ella, ejerciendo el mismo poder que la muchacha misteriosa. Le hacía perder el control del cuerpo y mente, lo hipnotizó, de alguna manera logró hipnotizarlo, y eso añadido a las ganas que tenía de pasar de nuevo a través de él… no lo dudó ni un instante: dio dos pasos hacia delante, alargando la mano y lentamente se fue adentrando en esa masa amarillo-verdosa, y esa sensación de calidez lo abrigó en el sueño apareció de forma real, aún más fuerte, más auténtico. Si, esa vez fue de verdad por lo que las emociones de Matt se avivaron el doble, se sintió después de mucho tiempo libre de nuevo… 
   ... Pero se fue tan rápido como vino, pareciendo no en el sótano, sino en una especie de callejón oscuro y tenebroso lleno de contenedores a rebosar y rodeados de montones de basura. Recuperó de nuevo el control de su ser lo que provocó que el pánico se apoderara de él. Tenía los ojos abiertos como platos debido al miedo y el labio inferior le temblaba. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado ahí? Y sin pensarlo siquiera, esperando que aquel fulgor continuara allí, giró sobre los talones para volver a casa, pero en lugar de eso lo único que encontró fue la pared del callejón llevándose un golpe en la nariz, debido al impacto de su cara contra la fría piedra del callejón.

   — ¡Joder! — Gritó el chico, agarrándose la nariz con fuerza a causa del dolor que le produjo el impacto.
***
Gritó con la más profunda de las tristezas. Anduvo a gatas, sollozando, en un intento de subirse de nuevo a la cama, pero a medio camino calló abatida por la desconsuelo, acurrucándose en posición fetal —. No… — soltó minutos más tarde con un débil hilo de voz.

El agua manaba de sus pupilas sin cesar, parecía que no pararía nunca, como su le hubieran echado un maleficio que la hiciera llorar hasta quedarse seca. Aunque no es de extrañar que lo hiciera, ya que la única fuente que tenía, que podía ayudarla, a pesar de que fuera mínimamente, a comprender algo de lo que pasaba se había esfumado misteriosamente como los rayos de Sol que iluminaban la calle horas atrás. Se lo robaron, de eso estaba completa y absolutamente segura. Y también le molestaba que el ladrón, fuera quien fuese, había accedido al lugar donde guardaba sus más profundos pensamientos y secretos. Había violado su intimidad y ahora cualquiera podía leerle su supuesto caso que dicho ladrón decidiera publicarlo para ver la reacción de Rachel y para observar por simple placer como se derrumbaba lenta y dolorosamente. Se sentía desnuda ante el mundo.
    Sus pupilas consiguieron vislumbrar con la borrosidad que le producían las gotitas de agua en sus ojos, un pequeño y redondo objeto que se encontraba debajo de la cama. Se frotó los ojos para poder ver mejor, quitando de en medio las lágrimas acumuladas en ellos que la impedían ver con claridad. Era la piedra con la media Luna tallada en ella.

<< El objeto que me metió en la mochila aquel misterioso muchacho… >>, logró recordar. Por fin había rememorado algo, no estaba todo perdido. Una sensación de alivio la abrigó con sus suaves brazos haciéndola ver una luz al final del oscuro pasillo en el que se hallaba. Había encontrado los cimientos de la casa para poder iniciar la búsqueda de la respuesta a su pregunta: “¿Qué está pasando aquí?”.
   Alargó el brazo y cogió la piedra, la sostuvo entre sus manos examinándola con ojos crítico cuando se sentó de rodillas en el suelo. Ahora solo le quedaba averiguar qué significado oculto tenía y para que servía. De repente, por el rabillo del ojo vio un mar de luces amarillas y verdes fosforitos que provenían del callejón de al lado de su casa. Nerviosa por lo que podría ser se levantó y sigilosamente se acercó a la ventana.

   — ¡Joder! — Espetó la voz de un chico en medio de la oscuridad del siniestro callejón.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Capítulo 7: La puerta (Pt.I)


A la mañana siguiente, aparentemente, todo parecía de otro color. Sentía que fin algo iba a cambiar y que dejaría de ser ese infeliz amargado que fue desde niño, impulsado a ser así por Stephanie, Andrew y Claudia. Personas que Matt ya no consideraba parte de su familia y que de hecho nunca consideró. Pero tardó en darse cuenta de eso demasiado tarde. Si hubiera caído en que su “familia” no le importaba lo más mínimo podría haber huido e irse a otra ciudad, a otro país y ser libre al fin. Aunque también había que tener en cuenta que le retenían Margaret y George. Las únicas personas a las que ha conseguido llegar a apreciar, incluso a querer. Las únicas personas que le vieron con otros ojos y que lograron alcanzar a ver algo más que un chico solitario e indefenso, que no tenía a nadie; que consiguieron ver al niño triste y tierno que había dentro de él. Jamás se perdonaría el haberles dejado escapar.
   Se levantó de la cama con algo de esfuerzo. Todavía tenía sueño debido a que estuvo toda la noche en vela pensando que podía hacer para subir al segundo piso de la casa sin que nadie se diera cuenta, llegando a la conclusión de que eso no sería posible hasta que la casa se quedara vacía. El tema de la puerta era fácil: Andrew aún no había cambiado aquella vieja y ruidosa puerta por lo que sería pan comido abrirla sin ningún tipo de esfuerzo. Pero hasta que eso ocurriera ¿qué podía hacer? No tenía ánimos de tocar la guitarra y si se pusiera a componer escribiría algo que le deprimiría más y eso no podía ser.
   Volvió a mirar de un lado a otro su habitación por vigésimo segunda vez. Continuaba pareciendo el zulo del principio. << ¿Y si lo arreglo un poco? >>, se preguntó, aún sentado en la cama cuyas piernas estaban enredadas entre las sábanas azul claro. << Me entretendría un rato >>. Y eso hizo. Se desperezó por completo estirando cada una de sus articulaciones, abrió la pequeña ventana que había encima de la cama, casi tocando el techo, para que entrara algo del aire matutino y eliminara el mal olor que envolvía como una bolsa de plástico el cuarto.
   << Esto es otra cosa >>. Respiró hondo, llenando sus pulmones del más delicioso aroma del cielo mezclado con el salitre del mar, lo que le causo cierta añoranza: en un mes no podría sentir de nuevo el agua rozando su cuerpo, ni dominaría las olas como solo él sabía hacer. Tardaría un mes en volver a sentirse libre, en volver a sentirse un chico de quince años feliz. Movió bruscamente la cabeza de un lado a otro intentando sacar esas imágenes y pensamientos de la mente. Así solo conseguiría derrumbarse más y hacer que su estancia en ese sitio se hiciera más larga de lo que ya era de por si.
   Una vez combatidos sus recuerdos se dirigió al baño para mojarse la cara con agua bien fría, solo eso lo despejaría completamente. Acto seguido salió y se puso lo primero que pilló: unas bermudas con flores tropicales naranjas y amarillas, una camisa azul de manga corta, las cual se dejó abierta dejando al descubierto sus blancos pectorales, y unas chancletas viejas que tenía desperdigadas por el suelo de cemento.

   — Empecemos — se dijo en voz alta. El débil eco de su voz contra las paredes de piedra le sorprendió un poco. Hacía días que no la oía y eso le mantuvo en un leve estado de shock durante un par de segundos. Esbozó una pequeña sonrisa, en el fondo le hacía algo de gracia.

Miró a la derecha y vio que allí estaba todo más o menos ordenado, solo le faltaba pasarle el polvo — y con urgencia —, a simple vista todo parecía que se había criado algo de moho.

<< Empecemos por ahí, pues >>, se animó. Se acercó al armario que había al lado derecho de la cama, ennegrecido debido al paso del tiempo y con el color verde de las hondas que había pintadas en las puertas. Lo abrió, lo que provocó que un ruido chirriante inundara todo el sótano. << Habría que engrasarlo >>, se dijo, pero segundos más tarde negó con la cabeza con una media sonrisa estúpida. ¿Para qué? Solo iba a estar allí un mes y poco y más, además, ¿de dónde iba a sacar él el aceite necesario para amortiguar aquel ruido erizante?
   Miró en su interior en busca de alguna camiseta vieja que no usara, pero no encontraba ninguna, todas le traían algún recuerdo. La primera que vio le rememoró su cumpleaños del año pasado, el cual pasó con George y le regaló la camisa para la cual llevaba ahorrando meses, la que tenía escrito por delante “Yo no soy tonto…” y por detrás continuaba con “…tonto es el que dice tonterías”, frase que decía Forrest Gump en su película, cuya caricatura aparecía en la espalda de la camiseta como si estuviera diciéndolo él con una enorme sonrisa.
   Matt la miró con los ojos cristalizados… esa camiseta le había evocado melancolía hacia su amigo. Solo él mismo sabían cuanto le echaba de menos… Sus alocadas ideas, su forma de levantarle los ánimos y su imaginación… esa imaginación desbordante que hacía que te trasladaras a un mundo completamente distinto, lleno de alegría, esperanza y diversión. El lugar perfecto en el que vivir. Una pequeña gota nació de sus ojos verde-azulados, surcando su pálido pómulo, cayendo, acto seguido, en el sucio suelo. Cuanto le echaba de menos…

El muchacho meneó la cabeza de un lado a otro intentando sacar de su cabeza aquel sentimiento que le producía un vacío en el estómago, como si éste no estuviera ahí. Levantó la cabeza hacia arriba, mirando el techo con los ojos cerrados y respiró hondo. Después de unos segundos repitiendo el proceso de inspiración-expiración, volvió a mirar al interior del armario y comenzó a rebuscar entre todas aquellas camisetas, hasta dar con una de publicidad de la empresa de Andrew. Esbozó una sonrisa malévola.

<< Parece ser que voy a poder desahogarme un poco >>, nada más pensar esto agarró la camiseta por un extremo y la partió en dos. Eso mismo hizo un par de veces más hasta que quedaron divididos en uno cuantos trozos de tela. Ya tenía con que limpiar la mugre de lo que a partir de ahora sería su salón.

Se dio media vuelta y lo visualizó: el viejo sofá delante de una sucia y antigua estantería que se encontraba justo a la izquierda de la puerta de entrada y a la derecha de la del baño; enfrente había una alfombra que, la verdad, no necesitaba una pasada, sino cinco al menos. Y al lado de esta había una mesa metálica verde con patas en forma de espiral. En eso se basaba su nuevo mini-salón. No se quejaba, no necesitaba más. De hecho vivir allí no habría sido del todo tan malo si le hubieran dejado salir de vez en cuando y no le hubieran encarcelado cual perro con rabia.
   Matt comenzó a limpiar la mesa con uno de los trozos de tela, pero no sin antes haber ido al baño y llenar un cubo con agua para humedecerlo. Se pasó limpiándola al menos media hora, y cuando quedó reluciente pasó al sofá, el cual simplemente sacudió para quitarle el polvo y lo mismo hizo con la alfombra, con la que nada más darle una sacudida casi se ahoga con el polvo que produjo. Comenzó a toser de forma irrefrenable. El polvo se había introducido en sus pulmones.

<< Agua… >>, pensó angustiado. << Necesito agua… >>. Entró en el baño y abrió el grifo del lavabo, pegando enormes tragos de agua que salía del grifo. Cuando hubo terminado cayó rendido en el suelo, poco a poco su respiración iba llegando a un estado normal. Se llevó las manos a la cara y se frotó los ojos. << Ya pasó, ya pasó >>, echó una bocanada de aire. << No te vas a morir >>. Nada más pensar eso se levantó y decidió que se pondría a ordenar aquel montón de cajas que estaba ocupando una pared entera. Seguramente estarían sucias, pero al menos no intentarían ahogarlo.

Salió del baño, giró a la derecha y cogió la primera caja — que por cierto, pesaba bastante, — y el chico no pudo resistirse a abrirla: había una pequeña tele de color gris llena, también, de polvo.
   << Me servirá para conocer las noticias del exterior… si logro hacer que vuelva a funcionar >>, meditó mientras las analizaba por todos lados, moviéndola entre sus manos. Cogió otro trozo de tela y limpió la tele para luego colocarla en la mesa que había a la derecha del sofá, enchufándola en un enchufe de la pared. Le sorprendió bastante encontrar uno porque, ¿desde cuándo hay enchufes en un sótano que nadie usa? Y no solo había uno, había por lo menos tres más: en el baño al lado del lavabo, en el propio zulo al lado de la mesita y otro entre la cama y el armario. Pero en seguida cayó en la cuenta de que su familia había vivido en esa casa generaciones atrás. Tal vez Stephanie lo utilizara antes de conocer a Andrew y de tener, obviamente a los niños, ese sitio para montar fiestas en ausencia de sus padres. De todos modos, no tenía mucho sentido.

Matt, rápidamente salió de su ensoñación y volvió al lugar donde estaban las cajas para seguir ordenando. En la segunda caja había un montón de albunes que no quiso mirar, por si acaso aparecía alguna foto que le recordara su vida pasado y con ella la tristeza que le abatía cada vez que eso pasaba. Lo que hizo en su lugar fue coger los albunes y colocarlos en la estantería  — que también tuvo que limpiar al igual que todo lo que había allí, — para que no pareciera tan sosa y le diera un toque hogareño a su nueva estancia.
   En la tercera encontró un montón de juguetes viejos e hizo lo mismo que con la segunda: no quiso mirarlos por el mismo motivo, por lo que cerró la caja y la guardó en un rincón apartado dentro del armario. Repitiendo el proceso con la mayoría de las cajas, porque gran parte de ellas estaban repletas de objetos, papeles y demás que le recordaba aquellos momentos tan felices de su infancia. Por eso, cuando llegó a la sexta caja dejó de abrirlas. No iba a seguir torturándose de ese modo.

A medida que pasaban las horas, el montón de cajas iba disminuyendo y se repartían por la sala haciendo que pareciera más grande de lo que en realidad era.
   Cuando por fin hubo terminado ya casi eran las diez de la noche. Estaba agotado y no podía pensar en otra cosa que no fuera su cama. Matt se dejó caer como muerto encima de ella y en cuestión de milésimas se encontraba sumergido en uno de los más profundos sueños.
 *******
A la mañana siguiente una pequeña ráfaga de luz inundaba parte del establecimiento en el que se encontraba Matt, haciendo que pareciera un sitio acogedor en el que pasar la tarde acompañado por un par de amigos entre conversaciones y risas.

Matt continuaba dormido con la ropa del día anterior puesta, en la misma postura en la que se acostó. Estaba tan exhausto que en ningún momento durante el transcurso de la noche oscura plagada de estrellas se movió. Pero eso no le impidió soñar…
   El chico caminaba descalzo por un amplio pasillo blanco. Estaba desconcertado. ¿Qué hacía allí? De repente, a medida que avanzaba caminando con sus ropajes blancos y holgados una especie de mancha marrón surgió al final de aquel siniestro aunque resplandeciente pasillo. Sin saber porque Matt tenía la necesidad de acercarse a él, y cuanto más se acercaba su paso aumentaba, al igual que el ritmo de los latidos de su corazón. Cada vez estaba más y más cerca. Un sudor frío resbalaba por su espalda y sienes… Cuando estuvo enfrente de aquella mancha el silencio se desvaneció y fue sustituido por un cúmulo de susurros que salían de detrás de la pared. El muchacho cerró los ojos con fuerza y se tapó los oídos con las manos pero aquellos susurros tan siniestros traspasaban sus blancas manos. No había nada que pudiera hacer para alejarlos de su mente. Nada servía. Nada era suficiente.
   << Entra… Entra… >>, le decían. << No temas… >>. No paraban de repetir aquellas palabras sin sentido. ¿Entrar adónde? ¿Cómo? ¿Por qué? Estas preguntas lo asaltaron como un ladrón armado a una pobre anciana indefensa. Comenzaba a angustiarse, el estómago se le encogía y le costaba respirar.

   — ¡QUÉ QUERÉIS DE MÍ! — Gritó a pleno pulmón a las voces que lo asaltaban sin motivo aparentes, que provocaban que una sensación de estremecimiento se apoderase de cada parte de su cuerpo.

<< Entra…Entra… No temas… >>, repetían sin cesar, e inhóspitamente un albor amarillo-verdoso sustituyó a aquella vieja y sucia mancha marrón que destacaba en el reluciente pasillo blanco. El resplandor era tan brillante que cegaba y Matt se sentía atraído a pasar a través de él, era como ese fulgor de luminiscencia hermoso como el mismo amanecer le llamara para convertirse en parte de él. Una sensación de alivio y bienestar asaltó su cuerpo haciendo que todo lo malo desapareciera como si nunca hubiese existido. Y sin más preámbulos atravesó la irradiación amarillo-verdoso provocando la mayor sensación de calidez y amor que jamás experimentó, provocando que los sucesos cesaran haciendo que esa situación fuera mil veces mejor de lo que era ya de por si, pero un grito ensordecedor hizo que todo desapareciera, que le devolviera a la realidad. El grito de una mujer desesperada. Un grito desgarrado, lleno de dolor.

— ¡NOOOO!
***
Rachel continuaba inconsciente en el frío suelo de la piscina mientras el socorrista hacía lo que estaba en su mano por reanimarla.
   Se había formado un círculo en torno a estos dos y las miradas de la gran masa de personas eran de expectación mezclada con el nerviosismo y la tensión que eran respirables en el ambiente, y a medida que los segundos pasaban iba aumentando. La muchacha continuaba como muerta, pero cuando el socorrista estaba a punto de darlo por perdido, de su boca salió todo el agua que durante ese corto e interminable período de tiempo había estado acumulada en sus pulmones, impidiéndola respirar.

Cada partícula de tensión que había estado almacenada en el ambiente fue desapareciendo y la gente poco a poco se fue dispersando. Solo entonces Isabella pudo abrirse paso entre la multitud con facciones desfiguradas y el miedo dominante en su rostro, que se relajaron cuando logró ver con sus marrones ojos rebosantes de lágrimas el cuerpo de su hija.

<< Si… respira. Mi niña respira… >>, pensó aliviada, arrodillándose a su lado y sin dudarlo ni un instante la cogió entre sus brazos.

   — Mi pequeña… — Las lágrimas de Isabella caían por el cuello de su hija mientras sollozaba rebosante de alegría, moviendo el cuerpo de la débil muchacha, la cual no se estaba enterando de misa a la media, todo estaba sucediendo demasiado deprisa —. Mi pequeña y dulce Rachel…

Su hija seguía ahí, no la había perdido, continuaba con vida y jamás se iría de su lado. No permitiría que nada ni nadie se la arrebatasen mientras ella siguiera con vida. No volvería a pasarlo de aquella manera. Lo tenía muy claro.

Rachel se sentía mareada, fuera de sí. El cuerpo le pesaba como si estuviera hecho de hormigón y se encontraba cansada… muy cansada, solo quería volver a dormirse y despertar cuando la confusión y la pesadez se desvanecieran de su mente, dejándola libre de nuevo. De ese modo, sus ojos se fueron cerrando lentamente, entre los leves balanceos de su madre y el incesante ruido de su alrededor, que en su estado era lo más semejante a una nana, como las que le cantaba su madre antes de dormirse. Aunque obviamente no lo era…

   — ¡Rachel, Rachel! — Gritó su madre al verlo, desesperaba. Creía que si se dormía no despertaría nunca.
   — Tranquila, Isabella — una mano, salida de la nada, agarró con suavidad su hombro. Era Mark —. Tranquila, solo se ha dormido — dijo, en un intento de calmarla al mismo tiempo que la abrazaba por detrás —. No pasa nada. Solo se ha dormido — repitió.

*******

La noche caía sobre la ciudad, dejando que la oscuridad se abriera paso entre la luz y la Luna tapara los rayos amarillos y naranjas del resplandeciente Sol. Los pájaros cesaron sus cánticos melodiosos que armonizaban una tarde de verano en el parque contemplando las maravillas de la naturaleza. Todos los animales se iban a sus madrigueras a descansar después de un largo día, menos los nocturnos, que abrían sus ojos para dar paso a la noche más extraña que Rachel jamás vivió.
 
La chica abrió lentamente los párpados con bastante esfuerzo. Aún estaba aturdida y las legañas no ayudaban mucho a que se despejara. El cuerpo le seguía pesando y le dolía cada parte de él pero no lograba volver a dormirse. ¿Cuándo se había ido a la cama? ¿Cuántas horas había dormido? Intentó recordar lo acontecido el día anterior. Lo recordaba con vagueza, las imágenes estaban borrosas dentro de su cabeza pero más o menos podía hacerse una ligera idea de lo ocurrido: Estaba en la competición a punto de salir a nadar cuando de repente, sin darse cuenta, cayó al agua. Serían lo de las seis de la tarde y ahora eran… las 6.36 de la mañana del día siguiente. Había dormido doce horas enteras. Normal que se encontrara en ese estado. Pero la pregunta que le invadía en esos instantes era, ¿por qué ha ocurrido? ¿Por qué le ha pasado justamente a ella? Rachel intentaba encontrar la respuesta pero no lo lograba. No tenía ganas de pensar, la vagancia junto con el cansancio se habían apoderado de su cerebro. Odiaba que le pasara eso y más en circunstancias así, necesitaba pensar en una respuesta coherente y creíble ya o de otro modo se volvería loca. Todo era muy insólito y nada le impediría adivinar “el por qué”.

Se quedó quieta lo menos cinco minutos tendida y envuelta entre las sábanas de la cama en un intento de relajarse. El nerviosismo y la congoja abatían contra su pecho. Recientemente estas dos sensaciones la acompañaban a donde quiera que fuese cual perrito faldero, acababa siendo exasperante. Cuando ya se encontró mejor o cuando creyó que ya se encontraba mejor, estiró cada articulación de su cuerpo, agarrotado debido a la cantidad de horas dormidas en una misma postura, pero a pesar de ello estaba mejor.
   Miró a través de la ventana: La Luna era llena… y estaba preciosa. La encantaba cuando estaba así. Entera, brillante, blanca, hermosa, digna de mención… Conseguía relajarla con tan solo echarle un vistazo. << ¿Cómo puede existir algo tan hermoso? >>, se preguntaba cada vez que la observaba flotando en el oscuro firmamento.

<< No pierdas el tiempo>>, se fijo a sí misma, saliendo de su ensoñación, moviendo la cabeza de un lado a otro intentado sacar ese pensamiento de la cabeza. << Piensa, Rachel, ¡piensa! ¿Qué ha pasado a lo largo de estos días infernales? >>, se preguntó intentando hacer memoria, pero no lograba acordarse absolutamente de nada, era como si alguien le hubiera hecho un lavado de cerebro mientras dormía.
   Se sentó en la silla roja del escritorio con los codos posados en sus rodillas y las palmas de las manos en la cara. Comenzaba a agobiarse. No conseguía indagar en lo más profundo de sus recuerdos, porque era ahí donde se encontraba lo que necesitaba saber. Era como su alguien no quisiera que ella supiera nada sobre el asunto, como si todo estuviera calculado para que permaneciera aparte de algo que la involucraba al cien por cien.
   Súbitamente, la muchacha apartó las manos de la cara con sus ojos marrones abiertos como platos. << Mi diario >>, recordó. << Todo lo tengo apuntado en mi diario ¿Cómo he podido ser tan tonta?>>, una pequeña sonrisa surgió en su semblante. Tan veloz como un guepardo se levantó de la silla en busca de su diario. Por una vez en su vida se alegró de tener un sitio en el que escribir cada cosa que le pasaba o pensaba. No cabía en ella de lo orgullosa que estaba de tener uno; Se dirigió al baúl que tenía justo enfrente de los pies de la cama, sacando todo lo que había dentro — que básicamente eran sábanas para la cama y un par de colchas —, y levantando, nada más terminar, un trozo de madera suelta que había en el fondo. Ahí estaba, su querido diario, el que la sacaría de dudas definitivamente, el que acabaría con la agonía que la invadía por completo. Pero la sonrisa que inundaba su rostro desapareció tan rápido como vino. Su cuaderno de terciopelo violeta no estaba ahí.

<< No puede ser… >>, pensó desesperada. << No… ¡No puede ser!>>. No conseguía creerse lo que estaba pasando. Nadie sabía, o eso creía ella, donde escondía su diario. ¿Cómo es posible que se lo robaran? Las lágrimas comenzaron a manar de sus ojos, llenos de consternación y la más absoluta de las rabias, lo que hizo que arrancara lo que quedaba de madera fija en la parte inferior del baúl, con esperanzas de que todavía siguiera ahí.

    — ¡NOOOO!

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Capítulo 6: Nada tiene sentido (Pt.II)


¡R
ACHEL! — La llamó Mark desde la lejanía de la piscina — ¡Es tu turno!
   Rachel estaba nerviosa, muy nerviosa… desconocía el motivo, hacía años que había dejado a un lado los nervios antes de competir. Sabía que había gente buena, profesionales dentro de su categoría, y obviamente también la había mala, y si quería ganar, ella debía ser mil veces mejor que todos ellos.
   << Vamos, vamos. Despéjate. No pienses… no pienses en nada… >>, se decía a sí misma mientras se dirigía hacia donde se encontraba el entrenador.
   — Nadarás 100 metros crol — la avisó —. Aquí tienes el papel que tienes que entregar a la chica de tu correspondiente calle, ¿de acuerdo? —Le agarró las manos con fuerza — ¡Ánimo! — Le acarició la cabeza.
   Se puso el gorro blanco de látex con el nombre y la insignia de su club grabado en él, y se colocó las gafas de buceo, las cuales le oprimían los ojos, pero ya estaba acostumbrada. Intentó omitir el ruido estridente que provenía de las gradas que le impedía concentrarse, un ruido que con el eco se hacía más intenso.
   << 100 metros crol… Calle 3… >>, pensó mientras se dirigía hacia su calle.
   La ansiedad comenzaba a gobernar su cuerpo, algo que jamás le había pasado antes de competir. Todo lo que había a su alrededor mientras iba a su calle se movía distorsionándose ligeramente. Cuando se encontró enfrente del podio cerró los ojos en un vano intento de que las figuras que la rodeaban dejaran de moverse. Lo único que sacaba bueno sobre este asunto era el hecho de que no podía pensar. Un punto a favor porque de ese modo no recordaría durante unos minutos lo ocurrido días antes.
   Sonó un silbato que indicaba que los nadadores debían que subirse a sus respectivos podios. Rachel lo hizo con bastante esfuerzo, continuaba mareada y le costaba mantener una respiración constante. El árbitro puso la mano que no sujetaba el silbato en alto. Se hizo el silencio, lo que despejó un poco la cabeza de la muchacha.
   — ¡Preparados…! — Gritó el árbitro. Rachel agarró el borde del podio con las manos, doblando ligeramente las rodillas — ¡… listos…! — Estaba lista para saltar, pero cuando quiso darse cuenta ya no podía controlar su cuerpo. El ansia la había vencido, haciendo que cayera como muerta al agua perdiendo, una vez más, el conocimiento.
   La piscina se llenó de los gritos histéricos de la gente, los cuales fueron aumentados por el eco que hacía que pareciera que gritaran todavía más. Estruendo provocado por la inesperada caída de Rachel al agua.
   Uno de los socorristas surgió de la nada en dirección a la piscina, dispuesto a sacar el cuerpo de la chica. Aún respiraba. No sin cierto esfuerzo logró sacarlo del agua.
   La tensión podía palparse en el ambiente, un enorme cúmulo de personas se situó alrededor del cuerpo desmayado de Rachel mientras el socorrista trataba de reanimarlo, curiosos y expectantes por lo que pudiera llegar a pasar.
***
Pasaron las horas, horas que parecieron años interminables. Se había quedado dormido en el sofá mientras lloraba con la tristeza acumulada en los ojos. No podía dejar de pensar en lo mucho que echaba de menos a Margaret, en lo imbécil que había sido con su gran amigo George, y en la impotencia que sentía al no saber qué era lo que quiera que fuese que había estado pasando a su alrededor.
   Cabreado y con pocas ganas de continuar viviendo aquel largo en infernal día, entró en el cuarto de baño, que se encontraba en un estado que dejaba mucho que desear: las baldosas estaban sucias por los bordes, el metal de la estantería oxidado, el mármol de la ducha había perdido su resplandeciente blanco y había sido sustituido por el marrón de la suciedad, y las cortinas de ésta eran viejas y de un plástico barato con dibujos de patitos mal dibujados. << De los chinos, seguro >>, pensó, refiriéndose a las cortinas, intentando darle un toque de humor al asunto; Nadie había bajado allí a limpiar en meses. Lo único que era nuevo eran las toallas y la alfombrilla de la ducha.
   No es que a Matt le importara las condiciones del baño, sinceramente, le daba igual. Le daba igual todo, de hecho. Lo que de verdad quería era salir de esa casa, esa casa que le había amargado su existencia, y sobre todo dejar de lado de una vez por todas a su familia. Es lo que más deseaba en este mundo: perder de vista a Andrew, a Stephanie y a Claudia, y de ese modo poder empezar una nueva vida en otro lugar, en otras circunstancias… puede que no tuviera el nivel económico estable del que disponía ahora, pero al menos sería libre, sería feliz…
   Matt echó una risa sorda al aire. En cierto modo su situación le hacía gracia porque por darle un puñetazo a su padre se encontraba allí, solo y en unas condiciones pésimas. Todo sería normal, aceptable, sino fuera porque no le bastó con encerrarlo aquí, tuvo que pegarle antes de hacerlo, pegarle una paliza descomunal para demostrar su autoridad mientras Stephanie miraba sin actuar la sucesión de puñetazos y patadas que Andrew le daba al chico.
   Meneó de un lado a otro la cabeza, intentando sacar de ella cualquier pensamiento negativo. Tarea difícil, pero no imposible. Sin embargo, en seguido paró ya que se había empezado a marear. Lo que había en su entorno comenzó a tornarse borroso. Se apoyó falto de fuerzas en el lavabo, frío como el hielo, con los ojos cerrados esperando a que pasara lo más rápido posible.
   Cuando el dolor fue menguando paulatinamente respiró hondo mirando hacia el techo. Unos segundos más tarde recobró su postura normal y comenzó a quitarse la ropa, dejando al descubierto sus anchos hombros y fornidos pectorales. En todo momento evitó mirarse en el espejo, por lo que simplemente se limitó a meterse bajo la ducha.
   El agua resbalaba por su blanca piel, relajando sus músculos y haciéndole pensar que con ese baño todo lo malo hecho hasta el momento se esfumaría por el desagüe, al igual que la mugre que cubría su cuerpo…
   Matt echó un poco de jabón en la esponja para poco más tarde empezar a frotarla con suavidad por su cuerpo desnudo y blanquecino… Lo relajaba, la sensación de relax que le producía el jabón sobre su piel mojada, lo relajaba… Siempre lo había hecho. Cada vez que estaba deprimido la solución para sus males era un buen baño de agua tibia.
   El líquido transparente que surgía del grifo de la ducha logró hacer que Matt pensara con claridad, hizo que todos y cada uno de sus pensamientos y recuerdos se ordenaran en su cabeza para acto seguido desaparecer temporalmente, haciendo que aquel nudo en el estómago que llevaba acompañándolo el día entero desapareciera.
   De repente, lo que había llegado a conseguir con el baño desapareció en cuestión de una milésima de segundo. Fue visto y no visto. Una sensación de ahogo abatió contra él, produciéndole una asfixia insoportable. El aire no entraba en sus pulmones, no lograba hacer que pasara a ellos. Era como si se estuviera ahogando en una piscina, pero el problema era que no estaba en una, se situaba en la ducha y la cantidad de agua era insuficiente para asfixiar a alguien con la estructura de Matt… era como si una mano invisible estuviera agarrándole el cuello con fuerza, ahogándolo…
   Se puso las manos en la garganta, agarrándola por acto reflejo. Intentaba introducir una mínima cantidad de aire en la boca, pero le resultaba imposible. Comenzaba a marearse y perdió el equilibrio cayendo medio muerto, dándose un fuerte golpe en la espalada contra la pared. Pero no sintió el dolor del golpe, ya que el ahogo era tan grande que cualquier otro dolor era efímero e insignificante. Ya no notaba ninguna parte del cuerpo, era como si no existiera, como si se hubiera desvanecido mezclándose con ese aire que el muchacho era incapaz a respirar.
   No obstante, cuando creía que no iba a salir de esta, cuando creía que su vida lo abandonaría de semejante modo, inexplicable para Matt y para cualquiera que se viera en su situación, una repentina ráfaga de aire entró dentro de él logrando que volviera a sentirse bien, como si… la mano invisible que lo acababa de acechar hubiese decidido que podía seguir viviendo.
   << ¿Q-qué… qué ha pasado? >>, se preguntó anonadado, incapaz de creerse lo ocurrido. Se levantó tambaleándose del suelo, apoyando las manos en la pared y todo lo que estaba a su alcance, quedándose más tarde en una postura fija, cerrando los ojos, intentando no desvanecerse, que la respiración se le tornara de agitada a normal y para convencerse a sí mismo de que nada había pasado. Pero sí había ocurrido, ¿cómo iba a obviar semejante suceso? Era imposible, no conseguía quitárselo de la cabeza, lo que le producía aún más nerviosismo y frustración.
   Levantó la cabeza, todavía con los ojos cerrados, y respiró hondo, cerró la ducha segundos después y salió de ella, se secó por encima y se puso los bermudas y la camisa que antes llevaba encima, para luego salir a la oscuridad del zulo en el que su padre lo había instalado. Lo miró de extremo a extremo temblando y, para no variar, pensativo. Decidió que lo mejor para despejarse y evadirse de este mundo sería ordenar aquel sitio, convertirlo en un lugar habitable.
   << Me ayudará a no recordar y a creer que nada de esto ha pasado y que mi vida sigue siendo la de siempre: aburrida y solitaria >>.
   Pasada hora y media, el tiempo que tardó en poner todo en si sitio y en hacer que ese zulo se pareciera lo más posible a una habitación, se sentó en el viejo sofá agotado. Estaba tan exhausto que no tenía ganas de hacer nada, salvo morirse. Esperar ahí sentando a que la muerte llegara con su oscura sombra y lo llevara consigo. Todo terminaría definitivamente, alcanzaría de una vez por todas, la felicidad máxima tan ansiada que en vida no conseguía y dudaba que alguna vez la alcanzara.
   No era vida estar cada minuto del día de mal humor añorando a las personas que quieres y que en su momento tuviste a tu lado, pero que, sin embargo, ya no están. Porque te abandonaron por tu culpa. Odiar a las personas que hicieron que llegaras a estar en este mundo con cada partícula de tu alma, porque sí, fueron ellos los que comenzaron a amargarte desde niño. Odiar cada aspecto de la vida porque nada de ella te hace feliz, ni siquiera el más hermoso de los atardeceres, ni el movimiento del mar en un día de calma… Nada. Odiarte a ti mismo por odiar todo esto y no ser capaz a cambiarlo, por sentir que nada de lo que hay a tu lado es real y auténtico, y no parar de sentirte tan vacío como una oscura y fría cueva. Estaba cansado de esto, deseaba, imploraba que terminase de una vez. Pero, ¿cuándo lo haría? Y lo más importante, ¿cuándo dejaría de pasarle esos hechos tan extraños hacia los cuales no encontraba respuesta?
   Volvió a mirar aquel cuartucho de arriba abajo y de un lado a otro sin encontrar nada, nada que no hubiera visto antes. Suspiró con una media sonrisa — sonreía por no llorar —. Ya no sabía qué hacer, sentía que la solución a todos sus problemas se encontraba en esos sucesos, que toda su vida había estado resumida en lo ocurrido, pero, ¿por qué? Matt no lo sabía y dudaba que alguien de su familia lo supiera. Tampoco se iba a molestar en preguntarles porque, ¿de qué serviría? Si supieran algo no se lo dirían. Si quieran que tuviera conciencia sobre esto ya se lo habrían dicho.
   Lo averiguaría, de una forma u otra, pero lo averiguaría. Eso sí, lo tendría que hacer solo. No podía confiar en nadie más salvo en sí mismo.
   Se levantó del sofá animado por primera vez después de mucho tiempo. Miró al techo y respiró hondo. Tenía la intuición de que había dado un pequeño paso, por insignificante que fuera, pero importante para avanzar y encontrar una respuesta al por qué de lo acontecido.
   Comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, con el ceño fruncido y con ambas manos metidas en los bolsillos del pantalón. << ¿Por dónde debería empezar? >>, se preguntaba constantemente, al mismo tiempo que se movía. Así estuvo durante al menos diez minutos hasta que dio con la respuesta después de analizar detalle a detalle lo sucedido estos últimos días…
   …La piedra. Ese extraño objeto que le entregó aquella misteriosa chica, la misma chica de la visión que sufrió en casa de su amigo. Sabía con absoluta certeza que la piedra era el pilar del tema, que era el inicio de la búsqueda. Solo había un ligero problema: estaba en su antiguo cuarto, en el segundo piso bajo su antigua cama, y Matt estaba encerrado en ese frío sótano y no tenía la más remota idea de cómo podía salir de allí.
   Su estómago comenzaba a ser un matojo de nervios. Necesitaba encontrar la forma de subir y coger la piedra, era lo único que podría ayudarlo a averiguarlo todo. Lo único que tenía al alcance de su mano para descubrirlo.
   Estaba desesperado, ya no sabía que prensar, todo era muy extraño y confuso, nada tenía sentido. Parecía que su vida había estado basada en mentiras, que había algo oculto que nadie sabía y si alguien tenía conciencia de algo se había encargado a la perfección de ocultárselo.
   Matt era consciente de que se estaba aferrando a un clavo ardiendo, pero era lo que tenía y no se iría a la tumba hasta descubrirlo, fuera lo que fuese. Lo tenía muy claro.