E
|
NTRÓ
en el hall de la piscina y se sentó en uno de los bancos justo a tiempo,
antes de que entraran Mark e Isabella. Suspiró disimuladamente mientras sus
latidos disminuían considerablemente.
Mark apareció por la puerta como otro día
cualquiera, como si la conversación con su madre nunca hubiera existido. Sin
embargo, Isabella llevaba dibujado el nerviosismo en la cara.
— ¿Nos vamos a casa? — Le preguntó a ésta
con una sonrisa forzada y con ganas de irse de allí cuanto antes. Cogió la
mochila de Rachel.
— Mamá — la sujetó por la muñeca con una
mano y con la otra una de las asas de la mochila, — puedo con ella. — Se la
arrancó de las manos y se la echó al hombro.
— ¿Ya no eres una niña pequeña, verdad? —
Comentó el entrenador riéndose entre dientes.
Odiaba que hiciera ese tipo de comentarios
hacia ella, como si realmente fuera una niñita delicada e indefensa, como si
cada una de sus acciones fuera digna de mención y del más profundo clamor, algo
que Mark hacía constantemente, lo que la ponía enferma, y más aún cuando la
mirada con esos ojos de padre orgulloso de su hija, cada vez que decía o
hacía cualquier cosa.
Mientras
Rachel se disponía a cerrar la puerta del coche, ansiosa por llegar a casa y
darse un baño de espuma largo y relajante, Mark sujetó la puerta cuando ya
estaba dentro de él y le dijo:
— Descansa, ¿vale? Mañana es el gran día —
le guiñó un ojo y cerró la puerta.
A través del cristal Rachel asintió,
repentinamente contenta. Llena de vida. La sola idea de que al día siguiente
iba a competir — y lo más probable que también a ganar — hacía que nada más
importase y que el resto de información se eliminara de su cabeza.
Isabella arrancó el automóvil pasando de
cero a cien en tan solo unos segundos. El cuerpo se le impulsó para atrás
debido al brusco cambio de velocidad. No le dio tiempo a criticar su nueva
forma de conducción porque su madre le adelantó, disminuyendo la velocidad poco
a poco.
— Cariño, creo que no debería ir mañana a
esa competición — no movió la vista en ningún momento mientras pronunciaba
aquellas palabras. — Deberías descansar, ha sido muy fuerte el golpe que te has
dado…
Parecía que iba a seguir hablando pero no
continuó, por lo que Rachel aprovechó a responder después de unas milésimas de
incomprensión.
— ¿Qué? Mamá, ¿no estarás hablando en serio?
Son las finales y no pienso parar, no voy a rajarme ahora que he llegado tan
lejos… — Tuvo una idea —… A no ser que lo que me pasó en la piscina tenga una
explicación que justifique el porqué debo faltar.
Isabella se mordió el labio inferior dudando
entre si debía contárselo o callarse como le había prometido a Mark.
— Vale, puedes ir — accedió con voz
temblorosa, como si no fuera eso lo que realmente quería decirle. — Pero ten
cuidado — su campo de visión pasó a ser completamente Rachel. Su mirada era una
mezcla entre preocupación miedo, frustración y agobio, todo en una.
No podía evitar mirar a su madre con ojo
crítico y con un deje de decepción. No comprendía cómo había osado continuar
ocultándole “algo” que tenía que ver al cien por cien con ella. Había tenido la
oportunidad de decírselo y acabar con ello de una vez y, sin embargo, había
optado por continuar dejándolo en la caja de los secretos. ¿Tan importante era
para ocultárselo a su propia hija? Le sentó como una patada en el estómago mal
dada y le entraron ganas de vomitar de nuevo.
— Bien — dijo simplemente, retirando sus
ojos de los de su madre, enfadada. Ni siquiera se molestó en ocultar su cabreo.
Le resultaba muy frustrante que no le dijera
lo que ocurría cuando sabía a la perfección que algo, bueno o malo — más bien
lo último —, estaba sucediendo a su alrededor.
Querido
diario: (16 de Junio. 6.30 horas)
Ha
vuelto a pasar. Otra noche igual de inquietante que las demás: sin poder
dormir, como si alguien me estuviera mirando fijamente. Los mismo ojos
verde-azulados en mi cabeza durante el transcurso de la noche, más bien de mi
sueño… Pensaba que ya había acabado con lo sucedido en la piscina. Creía que
había sido una especie de señal, el fin de todo este suplicio. Parece ser que
me equivoqué. La situación ha empeorado en lugar de mejorar. Todo lo contrario
a lo que pensaba. Cada uno de los sucesos se ha hecho más intenso, más visible,
incluso palpable.
Es agotador. Los sentidos me fallan, es como
si no existieran… como si se hubieran desvanecido.
Estoy descentrada, no tengo hambre — cada
cosa que huelo me produce arcadas —, también tengo la vista cansada — los
párpados se me cierran solos —, no siento nada… No son sensaciones agradables,
créeme. Y lo peor de todo es el no poder hacer nada para solucionarlo. El no
saber ni por dónde empezar… si existe alguna solución.
Aunque,
a pesar de todo, lo más horrendo no es esto, sino el hecho de que mi madre me
oculta algo. Supuestamente no pasa nada, todo es normal. Pero sé que algo está
pasando, y lo descubriré. Tarde o temprano, pero lo haré.
La
muchacha posó su diario en la mesita. Suspiró. Lo que estaba pasando no era ni
medio normal. ¿Qué significaban los sueños? ¿Quién era ese chico de ojos
verde-azulados? ¿Y su madre? ¿Qué le ocultaba su madre junto con Mark?
Se le saltaron las lágrimas. La impotencia y
la frustración de no saber que era todo aquello le formó un nudo en el
estómago, por lo que en un intento de calmarse se abrazó la tripa con fuerza y
con la misma intensidad cerró los ojos.
<< ¿Qué está
pasando… qué demonios está pasando? >>.
No conseguía calmarse. Ningún otro
pensamiento lograba tranquilizarla porque en su mente solo existían dos
pensamientos: el chico y las mentiras, el chico y las mentiras… Tenía miedo.
Miedo porque no sabía que le estaba ocurriendo. Miedo por desconocer lo que le
ocultaba su madre. Miedo por ese chico, por esos ojos que invadían sus sueños
todas las noches. Miedo de que volviera a aparecérsele de nuevo…
Un ruido ensordecedor comenzó a rascar las
paredes de su habitación, como uñas clavadas en ellas que las arañaban.
Rachel se sobresaltó. Su corazón latía a
mil por hora. << ¿Qué es eso? >>. No encontraba respuesta. La
muchacha se tapó los oídos. Aquel sonido era insoportable. La grima le recorrió
la columna vertebral erizándole la piel y haciéndola temblar de forma descomunal.
Las lágrimas brotaban de sus ojos como si se trataran de una cascada. Rachel
estaba muerta de pánico, creía estar inmersa en una horrible pesadilla, pero
todo era tan nítido…
Separó las manos de sus orejas con lentitud,
como si temiera que el ruido volviera a aparecer, y se limpió las lágrimas que
le surcaban el rostro tremendamente asustada, sin saber que hacer. Petrificada
por el miedo y muda por la sorpresa.
<< ¿Qué ha sido eso? >>, no pudo
evitar preguntarse anonadada, aunque ligeramente más tranquilizada. Pero dicha
tranquilidad duró poco ya que, súbitamente, su cama empezó a rebotar contra el
suelo empujándola a éste, debido al fuerte movimiento.
El golpe recibido en el pecho al caer le
produjo una sensación de asfixia irrefrenable. El aire no entraba en sus
pulmones. Por más que ella lo intentaba no lo conseguía y el nerviosismo
habitante en su interior empeoraba la situación.
En medio de la confusión un objeto cayó al
suelo. Fue un golpe sordo de tan solo un segundo de duración, el tiempo
suficiente para alterarla todavía más. La cama dejó de moverse y Rachel logró
calmarse, pudiendo, de ese modo, volver a respirar con normalidad.
Se levantó tambaleándose, pálida como la
leche. Los nervios le recorrían cada parte del cuerpo. Anduvo hasta el lugar
donde se produjo el ruido, asustada como nunca antes lo hubo estado. Las
piernas le flaqueaban visiblemente. Los ojos se le salían de sus órbitas —
parecían dos planetas girando alrededor de su cabeza irregularmente —; se
acercó, poco a poco, al sitio de los hechos, sigilosamente, igual que si
estuviese entrando en una casa desconocida, sin producir el más mínimo sonido
para evitar asustarse todavía más o despertar a alguien — aunque los golpes de
las patas de la cama contra el suelo ya deberían haberlo hecho —.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco pasos.
El corazón le latía de una forma que parecía
que se le iba a salir del pecho en cuestión de tiempo. Se sujetó a los pies de
la cama ya que el mareo producido anteriormente y el cansancio pudieron con
ella por un instante. Cerró los ojos arrugando el entrecejo con fuerza,
poniendo los dedos índice y pulgar de la mano derecha en su arrugada frente.
Lentamente los fue abriendo, girando su cabeza en dirección a la ventana. Era
una noche sin luna, aunque hermosa de todas formas. Cada una de las estrellas
brillaba con luz propia. Una luz espléndida y luminosa, de una forma
inigualable e inimaginable.
Al volver la vista al suelo se llevó una
gran decepción: el objeto que produjo aquel ruido sordo era una piedra. Una
extraña piedra que le resultaba familiar.
El recuerdo se le vino a ka cabeza
espontáneamente: era el objeto que el misterioso chico metió en su mochila de
natación.
El temor abatió contra ella de manera intensa,
produciéndole un fuerte temblor de manos a pies, además de un tremendo dolor de
estómago que hizo que las náuseas del pasado día aparecieran mezcladas con la
bilis que llegó hasta su garganta.
Cada uno de estos sucesos hizo que el mareo
taladrador de Rachel aumentara, haciéndole caer al frío suelo inconsciente,
justo al lado de la piedra con la inusual figura de lo que parecía ser una
media Luna en tres dimensiones perfectamente tallada en ésta.
Rachel no llegó a darse cuenta, pero en
aquel mismo instante una media luna creciente igual o más preciosa y diferente
en comparación con todas las demás, apreció en el cielo. Espléndida e
increíble. Como nunca antes lo hubo estado.
Cuando
despertó no recordaba como había llegado a parar ahí. Carecía de conciencia de
aquello. No se acordaba absolutamente de nada.
Parecía que el dolor de cabeza había
desaparecido junto con las náuseas. Se sentía mucho mejor, la verdad. Había
vuelto a nacer. Respiraba aire nuevo, todo lo que veía era nuevo: el olor a
madera, el aire… o eso creía ella.
Confusa, se colocó de rodillas en el frío paquete
frotándose los ojos. Estaba cansada debido a las pocas horas dormidas. Miró por
la ventana: aún no había salido el sol, todavía podía visualizarse rastros de
la noche anterior, por lo que supuso que sus padres seguían en la cama.
<< Los muy dormilones >>, pensó
con una pequeña sonrisa.
Miró a su alrededor un tanto extrañada.
¿Cómo había llegado a parar al suelo? Con esa pregunta en mente se quedó
quieta, posando la vista en un lugar fijo viendo sin ver nada. Lo único que se
le ocurrió que pudiera explicarlo era el sonambulismo, pero sería la primera
vez que le pasara… <>, se dijo, intentando creerse sus propias palabras.
Bajó la vista segundos más tarde, para
encontrarse con la piedra que anoche la alteró. La miró sin saber que hacía
algo tan raro en el suelo de su cuarto. La cogió y empezó a darle vueltas entre
sus manos. Estaba fría y dura — lógico, era una piedra —. Repasó el contorno de
la Luna con la yema del dedo índice, pensativa. No comprendía, más bien no
lograba recordar de donde había sacado aquella reliquia o lo que quiera que
fuese.
Respiró hondo. Comenzaba a ponerse nerviosa
y a verlo todo borroso junto a un mal estar de estómago, causado por la
impotencia que le producía el no recordar nada. Así que decidió guardarla en su
mochila. Ya se acordaría más tarde — si lo conseguía —.
Bajó a la cocina con parsimonia. Todavía
conservaba el miedo de la noche pasada a pesar de no acordarse de lo ocurrido,
y temía caer inconsciente escaleras abajo.
Tardó un tiempo en acostumbrarse a ka
oscuridad que inundaba la casa entera. No se podía ver ni la silueta de una
silla.
Desconociendo el motivo, se sentía sola. Sola,
escondida en una penumbra total que la consumía poco a poco. Había aparecido un
vacío de dolor en su alma — por decirlo de alguna manera —, que únicamente
podría llenar alguien. Y lo más agobiante: desconocía quien era o podría ser
ese “alguien”.
De repente, un ruido semejante al de una
persona saliendo por la ventana cayendo en los arbustos se produjo en el salón.
Se alteró, siendo incapaz de moverse a causa del pánico. Intentó decir algo,
pero una especie de mano invisible oprimía sus cuerdas vocales y no pudo salir
de su boca ni el más leve de los sonidos.
— ¿Rachel? ¿Eres tú? — La llamó una suave
voz a sus espaldas.
No contestó. Simplemente se quedó quieta
entre el pasillo y la cocina. El miedo le había paralizado cada uno de sus
músculos. Aunque quisiera no podía moverse.
— ¿Quién anda ahí? — Preguntó la misma voz
de antes, esta vez histérica.
Oyó caer algo al suelo, lo que pareció ser
una figura de porcelana. El choque de dicha figura contra el suelo fue como una
especie de interruptor que puso el cuerpo de la muchacha en movimiento.
La luz se hizo como por arte de magia. La
claridad cayó sobre Rachel al igual que un cubo de agua helada, obligándola a
cerrar los ojos. Despacio, fue abriéndolos para acostumbrarse a la repentina
luz que abatió contra ella.
Lo primero que vio fue el rostro de
Isabella, pálido y atemorizado, con las pupilas dilatadas a causa de la
impresión. Era la voz que la llamó. Le extrañó no haberla reconocido desde un
principio; Bajó más la vista y como antes supuso fue una figurita sin valor
alguno de porcelana barata la que estaba hecha añicos justo al lado de su
madre. Dirigió, poco más tarde, la mirada hacia el lugar donde se situaba el
interruptor. En él estaba la mano de su padre, Tom. Su aspecto era cansado y su
expresión de incomprensión.
— ¿Qué pasa aquí? — Preguntó con voz grave y
cansada, frotándose sus ojos lagañosos.
Hubo un corto silencio en que las miradas de
Isabella y Rachel se unieron durante un breve instante, y finalmente dicho
silencio fue roto por su madre.
<< Menos mal, >>, pensó Rachel aliviada, << ya
empezaba a ponerme de los nervios >>.
— Oí a alguien en el piso de abajo y pensé…
que sería Rachel — paró un momento y continuó —. Bajé para ver si necesitaba
algo y… bueno, me asusté porque… porque pensaba que era un ladrón o algo
parecido al ver que nadie me respondía — terminó de explicar con una sonrisa
nerviosa.
<< Otra mentira. Últimamente se está
convirtiendo en una afición suya de mal gusto >>, pensó la chica
indignada.
— Ah — dijo Rachel. No fue capaz a decir
nada más.
— No recuerdo que te levantaras — añadió Tom
con dureza —. Ni siquiera que te acostaras — encarnó una ceja con la mirada
fija en Isabella.
Él tampoco se creía mucho su versión de los
hechos. Ambos no las tenían todas consigo.
— Tienes un sueño muy profundo. No me
extraña que no te enterases — se excusó con un hilo de voz en el que se podía
denotar cierto deje de pánico. Deseaba que esa conversación finalizara de una
vez por todas.
Rachel y Tom la miraron con los ojos fijos
en los suyos, provocando, de ese modo, que se pusiera aún más nerviosa. No la
creían, ni de lejos podrían llegar a creerla. No se le daba bien mentir y/o
ocultar cosas, se le notaba a varias leguas de distancia cuando lo hacía.
— ¿Queréis que os prepare el desayuno? —
Preguntó la madre cambiando de tema con una sonrisa mal fingida, acercándose a
la encimera de la cocina.
— No hace falta que te molestes — contestó
su marido de forma cortante, subiendo las escaleras hacia su habitación.
Los dos sabían, cada vez con más certeza,
que Isabella ocultaba algo. Cada uno tenía sus propias suposiciones y a ambos
les ocultaba una cosa muy diferente a la otra, o tal vez la misma vista desde
dos puntos de vista distintos. Lo que desconocían, a parte del propio engaño,
era su grado de importancia.
— ¿Y tú, Rachel? — Preguntó sin darse la
vuelta desde la encimera de mármol grisácea.
Ella no dijo nada, simplemente hizo caso
omiso a sus palabras e imitó a su padre.
Isabella dejó lo que estaba haciendo —
dejándolo caer y produciendo bastante ruido —, se sujetó el cuello de su bata
con todas sus fuerzas y se dejó caer al suelo, llena de desgana, comenzando a
llorar en silencio como una niña pequeña.
— Papá, — le llamó Rachel desde detrás de la
puerta — ¿puedo pasar?
La única iluminación que había en el
dormitorio era la de la lámpara de la mesita de noche, ni siquiera había
levantado la persiana.
Era bastante triste ver al bueno de Tom
sentado a un lado de la cama con las manos sobre la cara en signo de
abatimiento y frustración. Él no se merecía que su mujer lo mintiese. No se
merecía que le ocurriera nada malo.
Rachel se sentó a su lado y lo abrazó
cariñosamente sin decir nada. No hacían falta las palabras.
Tom la imitó.