U
|
N par de horas más tarde se despertó donde anteriormente se
había dejado caer al suelo igual que un muerto. Seguía en el mismo sitio, en la
misma postura.
Ninguno de sus familiares se había atrevido
a entrar en el baño y averiguar que le había pasado para estar tanto tiempo
encerrado en un espacio tan pequeño. Nada que él no esperara.
Se levantó de un salto preguntándose que le
había pasado para despertar en el baño, y se miró en el espejo, atisbando en él
manchas de sangre seca. Levantó el flequillo, intentando encontrar, sin
resultado, la herida que la produjo. Nada. Por más que la buscaba no encontraba
nada. Su expresión era de incomprensión… No alcanzaba a entenderlo. Tenía la
sangre, pero ¿dónde estaba la herida? Es más, ¿cuándo se la había hecho?
Continuó mirándose en el espejo, cada vez más desconcertado. Sangre y ninguna
herida, sangre y ninguna herida… ¿Acaso se estaba volviendo loco? ¿Era un sueño?
Que le pellizcasen si así era porque no se lo creía.
<< Qué raro, >>, pensó para si,
tocándose el lugar de la frente donde se suponía que debía haber una herida,
<< no me duele >>. Cierto: no le dolía absolutamente nada.
Desconocía porque… y a medida que pensaba más en ello menos lograba llegar a
tener una respuesta.
Salió del baño lentamente y pensativo, sin
prestar atención a nadie ni a nada de lo que había a su alrededor. Como
siempre, no lo reclamaban, no lo necesitaban. En absoluto era algo extraño, lo
inusual era que un silencio abrumador inundara la casa. Lo nunca visto en aquel
lugar.
Al llegar a la puerta color caoba de la
cocina, dispuesto a abrirla, escuchó a sus padres comenzar a hablar. Matt pudo
observar a través de la puerta entreabierta, como Stephanie curaba el moratón
que su hijo le hizo a Andrew, el cual parecía estar muy cabreado.
— Voy a llamar a la policía — afirmó Andrew
lleno de odio. — Este niñato lo que
necesita es un buen escarmiento.
El chico se sorprendió ante semejante
afirmación. ¿Qué demonios había hecho para que su propio padre quisiera
denunciarlo a la policía? Se paró a pensar durante unos segundos, analizando
los últimos días: no encontró ningún hecho lo suficientemente grave como para
llegar a tal extremo.
Se fijó más en Andrew y cuando la madre
apartó la bolsa de hielo de la cara de su marido pudo ver que uno de sus ojos
estaba morado. << ¿No habré sido yo…? No, me acordaría >>, se dijo
desconcertado.
— ¡No! — Saltó su madre con los ojos abiertos como platos.
Matt se quedó boquiabierto, al igual que
Andrew al ver aquella reacción poco común en Stephanie. Por un momento llegó a
creer que de verdad le importaba, que lo quería como a un hijo y no como a un
perro vagabundo adoptado por pena, que todos estos años había estado fingiendo
su rechazo. Pero esa idea se desvaneció de su mente con la misma velocidad a la
que llegó.
— Quiero decir, — rectificó — no podemos.
Los vecinos empezarían a hablar y dejarían de dirigirnos la palabra. Nuestro status
se vería implicado —, continuó, dejando más que claro lo que pensaba. <<
No sé ni como se me ha podido pasar por la cabeza >>, pensó hundido.
<< Es de locos. Siempre piensa en ella antes que en cualquier otro ser
vivo >>. — Además, después de lo que hizo cuando Margaret se marchó… —
Puntualizó, levando su mano derecha a la frente.
Incomprensión. << ¿Cuándo se ha ido Margaret? ¿Por qué no me han
dicho nada? >>.Con una expresión de odio y dolor miró a su madre.
<< ¿Por qué se ha ido? >>. No pudo pensar en más, se había quedado
sin respiración. La persona a la que más quería se había ido, dejándolo solo.
—… no
podemos llamar la atención de esa manera otra vez — añadió Stephanie sacando a
Matt de su ensimismamiento de angustia, devolviéndolo a la vida real.
Egoísta, esa es la palabra perfecta para
describir muy resumidamente la personalidad de su madre. No se merecía nada de
lo que tenía y era tan egocéntrica que le resultaba imposible darse cuenta de
algo tan obvio.
— Stephanie, ¡me ha pegado! No sé si te has
dado cuenta. ¡A mí! Se merece su castigo — sus ojos estaban desorbitados a
causa de la ira y su piel se había vuelto de un color rojo fuera de lo normal. —
Este impresentable va a recibir lo que le corresponde. Y si no lo hace la
policía… lo haré yo.
La mujer se quedó callada evitando el
contacto de la mirada de asesino de su marido. En su fuero interno sabía que si
decía algo, lo que fuera, correría la misma suerte que Matt.
Cobarde incapaz de defender a su hijo y
evitar que Andrew tomara la justicia por su mano. Si, también era una cobarde.
Un escalofrío recorrió el cuerpo del
muchacho convirtiéndolo en piedra. Nunca, en su vida, había visto a su padre
enfadado de aquella manera, por eso verlo de ese modo le atemorizaba de una
forma que le impedía moverse, incluso respirar. Fuera lo que fuere lo que
Andrew le tenía preparado no iba a ser un paseo por un campo de rosas
precisamente.
Matt se encontraba en tal estado de shock
que no se enteró de que Andrew había abierto la puerta. Solo se percató de ese
hecho cuando lo cogió por el cuello de la camisa y lo levantó, aumentando el
miedo que habitaba dentro de él, y añadiendo una nueva sensación: asfixia.
— Con que escuchando conversaciones ajenas,
¿eh? — Dijo, apunto de explotar de furia.
No fue capaz de decir nada, simplemente negó
con la cabeza todo lo rápido que el pánico y la falta de oxígeno le
permitieron. Era incapaz de moverse, sus músculos se paralizaron. Estaba tan
asustado como un niño pequeño cuando el matón del colegio — mucho mayor y
fuerte que él — empezaba a pegarle un día si y otro también.
— ¿Quién te crees que eres? — Seguía sin
poder decir o hacer algo. — ¡Contesta! — Le ordenó gritando, meneándolo con
fuerza y con una voz grave y dura. La voz de un psicópata al borde de la
locura. No contestó. Sus pies a duras penas rozaban el suelo y le faltaba cada
vez más aire. — ¿Con qué esas tenemos, eh?
Dicho esto lo empujó contra la pared,
haciéndole daño en la espalda y en la cabeza. Aulló de dolor e impotencia.
— ¡Ahora dices algo! — Continuó gritando,
tirando a Matt contra el suelo, provocando que volviera a gritar de dolor.
El aire no llegaba a sus pulmones y cuando
lo hacía el malestar era tal que se obligaba a si mismo a no dejarlo entrar.
Intentó colocarse a cuatro patas poniendo el
peso de su cuerpo en las rodillas, que a efectos parciales, era la única parte
de su anatomía que aún ni había sido golpeada.
— ¡¿Quién te has creído que eres para
pegarme?! — Le gritó colérico, a la vez que daba una patada en el pecho a Matt,
empujándolo contra la pared de la entrada.
Matt reprimió el grito que en ese instante
debería haber producido sus cuerdas vocales.
Si ya antes le costaba respirar, ahora le
resultaba imposible. Cada bocanada de aire era un Infierno. Era lo más
semejante a estar bajo el agua sin ninguna escapatoria.
— ¿Ya no eres tan valiente, verdad? —
Preguntó al chico en un tono sarcástico, agachándose ligeramente y poniendo las
manos en las rodillas, inclinando la cabeza a un lado con una sonrisa malévola.
Otra patada, esta vez en el estómago. Le
dieron ganas de echar para fuera cada minúscula miga de comida que contenía en
él. Otra más, y otra y otra y otra… así innumerables veces, combinándolas con
fuertes puñetazos en la parte más cercana que pillaba. Cada uno peor que el
anterior.
Matt era incapaz a moverse. Le resultaba
imposible defenderse, aprovechar y pegarle de la misma manera a él, para que
viera como se siente uno cuando le dan una paliza parecida a esa.
Mientras tanto, Stephanie se mantuvo al
margen, acurrucada al lado de la puerta de la cocina con los ojos lacrimosos y temblando como un flan.
No estaba tan asustada como Matt, pero lo estaba. Puede que el amor de madre
hubiera surgido a la superficie en ese preciso momento y sufriera del mismo
modo que su hijo, sintiendo cada golpe y el dolor producido por estos… que todo
egoísmo se hubiera desvanecido y en esos instantes solo importara él.
— No quiero que me vuelvas a tocar,
¡entendido! — Advirtió Andrew a Matt, quitándose el sudor de la frente debido
al… ¿esfuerzo?, por llamarlo de alguna manera.
Segundos más tarde lo remató con un último
puñetazo en la cara con toda la ira y la fuerza contenida. Matt escupió una
preocupante cantidad de sangre. Su rostro estaba masacrado, no parecía él. Todo
signo de belleza se había desvanecido, oculta bajo la sangre, la hinchazón y
los entumecimientos. Su cuerpo estaba acurrucado en forma de un ovillo, su
camisa blanca rasgada y cubierta de sangre, originada por los brutales
puñetazos y patadas recibidas por su padre. Es increíble como una cara y un
cuerpo como el de Matt pudieron acabar así.
— Bien — se colocó el cuello y las mangas de
su camisa con finas rayas azules. — Esto ha sido únicamente un aviso de lo que
te puede llegar a pasar realmente. Ya hablaremos de los cambios que va a haber
en esta casa más tarde — finalizó dándose la vuelta.
Matt sintió unas manos que agarraban su
brazo. Era Stephanie. Las lágrimas brotaban de sus ojos azules, idénticos a los
de Matt, y su pelo rubio caía sobre su húmeda y pálida piel, ya no tanto debido
a los rayos uva que se daba todos los meses para preservar el moreno del
verano.
— Podrías haberlo matado… — Su voz era
débil, apenas audible, ya que durante el transcurso de la paliza estuvo
acurrucado en una esquina aguantándose las ganas de llorar a lágrima viva,
durante cada uno de los largos e interminables minutos que no hizo nada por
detenerla. Era demasiado tarde para compadecerse.
— No lo he hecho, ¿cierto? — Puntualizó.
— Podría… podría haber pasado y podrías
haber ido a la cárcel… — Lo informó con un tono más alto, recobrando fuerzas y
armándose de valor.
— Pero mientras nadie se vaya de la lengua
no iré — la avisó sin girarse para mirarla, intentando hacer ver que sus
palabras venían con segundas intenciones. Y dicho esto salió de la casa dando
un portazo.
Stephanie se dejó caer al suelo agotada,
iniciando los lloros, abatida por la tristeza y las ganas de echarlo todo para
fuera, cada una de las lágrimas reprimidas y los gritos guardados. Al mismo
tiempo el muchacho intentó levantarse utilizando las pocas fuerzas que poseía,
fracasando. Tosió, escupiendo gotitas de sangre.
Ya no sentía nada. Su cuerpo estaba dormido,
ausente, sensación horripilante y agonizante, mil veces peor a cualquier otro
dolor. No era capaz a pensar en otra cosa que en los golpes recibidos y en la
frustración y en la agonía que le produjeron estos.
— Matt… — Lo llamó su madre con voz
temblorosa, acercándose a él muy despacio.
El muchacho no sabía donde se encontraba, si
en el mundo real o en otro ficticio. Creía que se trataba de un sueño, no era
típico en su madre reaccionar así.
Al llegar a su lado Stephanie le cogió la
cabeza y la posó en su regazo con delicadeza, como si se tratara de uno de sus
valiosos bolsos de marca.
— Ten pondrás bien… — Le aseguró,
acariciándole con ternura sus cabellos rubios. — Todo va a salir bien…
Una gotita de agua procedente del rostro de
Stephanie cayó en el ojo malherido del chico y, de repente, notó que la
hinchazón desapareció. Seguramente fueran imaginaciones suyas, pero cada
lágrima que caía en su pálida cara era lo más semejante a un antibiótico que
sanaba las heridas al instante. Fue agradable. Todo rastro de malestar se
esfumó.
Puede que fuera la inconsciencia que se
apoderó de él o puede que se tratara de una pesadilla de la que estaba
despertando.
Oscuridad…
dulce oscuridad… como el chocolate y tan palpable como el mismo. Crujiente como
la almendra… relajante como la música… Lástima que se desvaneciera tan pronto…
— Matt… Matt… — Lo llamó un susurro mientras
unas manos lo mecían con suavidad.
— ¿Qué…? — Contestó molesto, frotándose los
ojos.
— ¿Tienes dinero? — Le preguntó el mismo
susurro. Era Claudia con su voz chillona y molesta de niña pija y mimada.
— No — respondió de forma tajante.
Cuando dijo esto el siguiente sonido que
escuchó fue el de una puerta al cerrarse tras un cuerpo junto a un repiqueteo
de tacones y joyas lo bastante audible para oírla en la otra punta del planeta.
Sonido que le aumentó el dolor de cabeza.
<< Qué raro que no haya insistido…
>>, pensó para si, dándole, después de unos segundos, poca importancia al
asunto.
Matt abrió poco a poco los ojos para que
estos se fueran acostumbrando a la luz del día: espléndida y reluciente; justo
lo contrario a como se sentía: tenebroso y oscuro.
<< ¿Qué me ha pasado? >>, se preguntó
anonadado.
Intentó levantarse, pero no pudo. Sus
músculos estaban agarrotados, tenía agujetas por todo el cuerpo y cada
movimiento que realizaba le dolía, y lo más frustrante de eso era la
incapacidad de no poder recordar. << ¿Qué me ha pasado? >>, se
repitió.
Hizo acopio de sus fuerzas ignorando el
dolor que en ese momento ocupaba su mente y cuerpo rincón a rincón, sin dejar
un solo hueco por ocupar; y se irguió encima de la cama. Inspiró una gran
bocanada de aire llenando por completo sus pulmones, manteniéndolo un tiempo
hasta no poder más.
Primero colocó con lentitud el pie derecho
en el suelo y después el izquierdo, poniendo cada partícula de empeño en
levantarse. Volvió a inspirar otra gran cantidad de aire, pero esta vez no la
mantuvo sino que la expulsó en el acto, en un intento de calmarse o tal vez en
un intento de calmar esa congoja.
A cada paso que daba los músculos se le
agarrotaban todavía más causando un sin fin de emociones dolorosas. Pretendió
olvidarlo comenzando a contar los pasos dados hasta llegar a casa de George.
Necesitaba verlo. Tenía la extraña sensación de necesitar pedirle perdón y de
expresarle como se sentía. A lo mejor, solo a lo mejor, lograría recordar lo
ocurrido.
— Ya está. Se encuentra perfectamente — oyó
decir a Claudia enfadada desde la escalera. Se acercó despacio al marco de la
puerta del salón para escuchar mejor: — Mamá, no me vuelvas a pedir que me
acerque a “mi querido hermanito” — hizo el gesto de las comillas con los dedos —
y le pregunte algo, lo que sea, para ver si está bien después de lo que hizo —
Stephanie mantenía el semblante serio —. No, o sea… ¡no! — Sentenció poniendo
la mano izquierda sobre la cadera henchida de orgullo.
Stephanie no dijo nada, simplemente asintió
y Claudia salió del salón por la puerta que daba a la cocina malhumorada.
Matt estaba consternado. ¿A qué venía eso?
No conseguía encajarlo con nada. No recordaba que hubiera hecho algo tan malo
como para que su hermana no quisiera ni verlo. En cierto modo estaba bien, no
tendría que aguantarla… aunque resultaba desconcertante. << Aprovecha
>>, le dijo una vocecilla en su interior. Una pequeña sonrisa, casi
invisible, surgió de su boca. Movió de un lado a otro la cabeza y continuó
recto, en dirección a la puerta principal.
— ¿Matt? ¡Matt! — Lo llamaron cuando estaba
a punto de salir a la calle. — ¿Se pude saber que estás haciendo?
— ¿Mamá? — Preguntó boquiabierto. ¿Por qué
la seguía llamando así?
Stephanie se asomó por la puerta del salón
mirándolo inquisitivamente. Matt acercó una de sus manos al brazo contrario
disimuladamente para pellizcarse y de ese modo cernirse de que no era un sueño, pero a medio trayecto paró, no quería
hacerse más daño del que ya sentía.
— Si, ¿a dónde vas?
— A… a casa de… de George — tartamudeó sin
comprender a que venía tal repentino interés.
Se quedó pensativa. Poco tiempo más tarde
contestó seria:
— Está bien. Vuelve pronto — dicho esto dio
media vuelta y siguió haciendo lo quisiera que estuviese haciendo.
Sin poderse creer lo ocurrido salió de casa,
cabizbajo y serio, dirigiéndose a la de su amigo pensando en lo sucedido e
intentando, en vano, recordar las acciones cometidas que habían causado aquella
reacción en su hermana.
El dolor iba menguando a medida que avanzaba
por el caminucho lleno de tierra que llevaba al hogar de George. Un sitio
colocado en el culo del mundo, lleno de árboles secos y descampados de arena
rojiza, además de animalillos correteando. Era un alivio no notar nada de
dolor. Se sentía mejor y le daba la impresión de que solo había sido una
pesadilla. Tan solo una mala pesadilla.
Cuando se encontró en frente de la puerta
todo el valor acumulado por el camino se desvaneció en cuestión de segundos,
haciéndole dudar entre si debía o no llamar. Sin embargo, en mitad de aquel
proceso la puerta se abrió, y no fue George el que apareció tras ella, fue…