martes, 5 de octubre de 2010

Capítulo 5: Maltrato


U
N par de horas más tarde se despertó donde anteriormente se había dejado caer al suelo igual que un muerto. Seguía en el mismo sitio, en la misma postura.
   Ninguno de sus familiares se había atrevido a entrar en el baño y averiguar que le había pasado para estar tanto tiempo encerrado en un espacio tan pequeño. Nada que él no esperara.
   Se levantó de un salto preguntándose que le había pasado para despertar en el baño, y se miró en el espejo, atisbando en él manchas de sangre seca. Levantó el flequillo, intentando encontrar, sin resultado, la herida que la produjo. Nada. Por más que la buscaba no encontraba nada. Su expresión era de incomprensión… No alcanzaba a entenderlo. Tenía la sangre, pero ¿dónde estaba la herida? Es más, ¿cuándo se la había hecho? Continuó mirándose en el espejo, cada vez más desconcertado. Sangre y ninguna herida, sangre y ninguna herida… ¿Acaso se estaba volviendo loco? ¿Era un sueño? Que le pellizcasen si así era porque no se lo creía.
   << Qué raro, >>, pensó para si, tocándose el lugar de la frente donde se suponía que debía haber una herida, << no me duele >>. Cierto: no le dolía absolutamente nada. Desconocía porque… y a medida que pensaba más en ello menos lograba llegar a tener una respuesta.
   Salió del baño lentamente y pensativo, sin prestar atención a nadie ni a nada de lo que había a su alrededor. Como siempre, no lo reclamaban, no lo necesitaban. En absoluto era algo extraño, lo inusual era que un silencio abrumador inundara la casa. Lo nunca visto en aquel lugar.
   Al llegar a la puerta color caoba de la cocina, dispuesto a abrirla, escuchó a sus padres comenzar a hablar. Matt pudo observar a través de la puerta entreabierta, como Stephanie curaba el moratón que su hijo le hizo a Andrew, el cual parecía estar muy cabreado.
   — Voy a llamar a la policía — afirmó Andrew lleno de odio. — Este niñato  lo que necesita es un buen escarmiento.
   El chico se sorprendió ante semejante afirmación. ¿Qué demonios había hecho para que su propio padre quisiera denunciarlo a la policía? Se paró a pensar durante unos segundos, analizando los últimos días: no encontró ningún hecho lo suficientemente grave como para llegar a tal extremo.
   Se fijó más en Andrew y cuando la madre apartó la bolsa de hielo de la cara de su marido pudo ver que uno de sus ojos estaba morado. << ¿No habré sido yo…? No, me acordaría >>, se dijo desconcertado.
   — ¡No! — Saltó su madre con  los ojos abiertos como platos.
   Matt se quedó boquiabierto, al igual que Andrew al ver aquella reacción poco común en Stephanie. Por un momento llegó a creer que de verdad le importaba, que lo quería como a un hijo y no como a un perro vagabundo adoptado por pena, que todos estos años había estado fingiendo su rechazo. Pero esa idea se desvaneció de su mente con la misma velocidad a la que llegó.
    — Quiero decir, — rectificó — no podemos. Los vecinos empezarían a hablar y dejarían de dirigirnos la palabra. Nuestro status se vería implicado —, continuó, dejando más que claro lo que pensaba. << No sé ni como se me ha podido pasar por la cabeza >>, pensó hundido. << Es de locos. Siempre piensa en ella antes que en cualquier otro ser vivo >>. — Además, después de lo que hizo cuando Margaret se marchó… — Puntualizó, levando su mano derecha a la frente.
   Incomprensión. << ¿Cuándo se ha ido Margaret? ¿Por qué no me han dicho nada? >>.Con una expresión de odio y dolor miró a su madre. << ¿Por qué se ha ido? >>. No pudo pensar en más, se había quedado sin respiración. La persona a la que más quería se había ido, dejándolo solo.
   —… no podemos llamar la atención de esa manera otra vez — añadió Stephanie sacando a Matt de su ensimismamiento de angustia, devolviéndolo a la vida real.
   Egoísta, esa es la palabra perfecta para describir muy resumidamente la personalidad de su madre. No se merecía nada de lo que tenía y era tan egocéntrica que le resultaba imposible darse cuenta de algo tan obvio.
   — Stephanie, ¡me ha pegado! No sé si te has dado cuenta. ¡A mí! Se merece su castigo — sus ojos estaban desorbitados a causa de la ira y su piel se había vuelto de un color rojo fuera de lo normal. — Este impresentable va a recibir lo que le corresponde. Y si no lo hace la policía… lo haré yo.
   La mujer se quedó callada evitando el contacto de la mirada de asesino de su marido. En su fuero interno sabía que si decía algo, lo que fuera, correría la misma suerte que Matt.
   Cobarde incapaz de defender a su hijo y evitar que Andrew tomara la justicia por su mano. Si, también era una cobarde.
   Un escalofrío recorrió el cuerpo del muchacho convirtiéndolo en piedra. Nunca, en su vida, había visto a su padre enfadado de aquella manera, por eso verlo de ese modo le atemorizaba de una forma que le impedía moverse, incluso respirar. Fuera lo que fuere lo que Andrew le tenía preparado no iba a ser un paseo por un campo de rosas precisamente.
   Matt se encontraba en tal estado de shock que no se enteró de que Andrew había abierto la puerta. Solo se percató de ese hecho cuando lo cogió por el cuello de la camisa y lo levantó, aumentando el miedo que habitaba dentro de él, y añadiendo una nueva sensación: asfixia.
   — Con que escuchando conversaciones ajenas, ¿eh? — Dijo, apunto de explotar de furia.
   No fue capaz de decir nada, simplemente negó con la cabeza todo lo rápido que el pánico y la falta de oxígeno le permitieron. Era incapaz de moverse, sus músculos se paralizaron. Estaba tan asustado como un niño pequeño cuando el matón del colegio — mucho mayor y fuerte que él — empezaba a pegarle un día si y otro también.
   — ¿Quién te crees que eres? — Seguía sin poder decir o hacer algo. — ¡Contesta! — Le ordenó gritando, meneándolo con fuerza y con una voz grave y dura. La voz de un psicópata al borde de la locura. No contestó. Sus pies a duras penas rozaban el suelo y le faltaba cada vez más aire. — ¿Con qué esas tenemos, eh?
   Dicho esto lo empujó contra la pared, haciéndole daño en la espalda y en la cabeza. Aulló de dolor e impotencia.
   — ¡Ahora dices algo! — Continuó gritando, tirando a Matt contra el suelo, provocando que volviera a gritar de dolor.
   El aire no llegaba a sus pulmones y cuando lo hacía el malestar era tal que se obligaba a si mismo a no dejarlo entrar.
   Intentó colocarse a cuatro patas poniendo el peso de su cuerpo en las rodillas, que a efectos parciales, era la única parte de su anatomía que aún ni había sido golpeada.
   — ¡¿Quién te has creído que eres para pegarme?! — Le gritó colérico, a la vez que daba una patada en el pecho a Matt, empujándolo contra la pared de la entrada.
   Matt reprimió el grito que en ese instante debería haber producido sus cuerdas vocales.
   Si ya antes le costaba respirar, ahora le resultaba imposible. Cada bocanada de aire era un Infierno. Era lo más semejante a estar bajo el agua sin ninguna escapatoria.
   — ¿Ya no eres tan valiente, verdad? — Preguntó al chico en un tono sarcástico, agachándose ligeramente y poniendo las manos en las rodillas, inclinando la cabeza a un lado con una sonrisa malévola.
   Otra patada, esta vez en el estómago. Le dieron ganas de echar para fuera cada minúscula miga de comida que contenía en él. Otra más, y otra y otra y otra… así innumerables veces, combinándolas con fuertes puñetazos en la parte más cercana que pillaba. Cada uno peor que el anterior.
   Matt era incapaz a moverse. Le resultaba imposible defenderse, aprovechar y pegarle de la misma manera a él, para que viera como se siente uno cuando le dan una paliza parecida a esa.

   Mientras tanto, Stephanie se mantuvo al margen, acurrucada al lado de la puerta de la cocina con  los ojos lacrimosos y temblando como un flan. No estaba tan asustada como Matt, pero lo estaba. Puede que el amor de madre hubiera surgido a la superficie en ese preciso momento y sufriera del mismo modo que su hijo, sintiendo cada golpe y el dolor producido por estos… que todo egoísmo se hubiera desvanecido y en esos instantes solo importara él.
   — No quiero que me vuelvas a tocar, ¡entendido! — Advirtió Andrew a Matt, quitándose el sudor de la frente debido al… ¿esfuerzo?, por llamarlo de alguna manera.
   Segundos más tarde lo remató con un último puñetazo en la cara con toda la ira y la fuerza contenida. Matt escupió una preocupante cantidad de sangre. Su rostro estaba masacrado, no parecía él. Todo signo de belleza se había desvanecido, oculta bajo la sangre, la hinchazón y los entumecimientos. Su cuerpo estaba acurrucado en forma de un ovillo, su camisa blanca rasgada y cubierta de sangre, originada por los brutales puñetazos y patadas recibidas por su padre. Es increíble como una cara y un cuerpo como el de Matt pudieron acabar así.
   — Bien — se colocó el cuello y las mangas de su camisa con finas rayas azules. — Esto ha sido únicamente un aviso de lo que te puede llegar a pasar realmente. Ya hablaremos de los cambios que va a haber en esta casa más tarde — finalizó dándose la vuelta.
   Matt sintió unas manos que agarraban su brazo. Era Stephanie. Las lágrimas brotaban de sus ojos azules, idénticos a los de Matt, y su pelo rubio caía sobre su húmeda y pálida piel, ya no tanto debido a los rayos uva que se daba todos los meses para preservar el moreno del verano.
   — Podrías haberlo matado… — Su voz era débil, apenas audible, ya que durante el transcurso de la paliza estuvo acurrucado en una esquina aguantándose las ganas de llorar a lágrima viva, durante cada uno de los largos e interminables minutos que no hizo nada por detenerla. Era demasiado tarde para compadecerse.
   — No lo he hecho, ¿cierto? — Puntualizó.
   — Podría… podría haber pasado y podrías haber ido a la cárcel… — Lo informó con un tono más alto, recobrando fuerzas y armándose de valor.
   — Pero mientras nadie se vaya de la lengua no iré — la avisó sin girarse para mirarla, intentando hacer ver que sus palabras venían con segundas intenciones. Y dicho esto salió de la casa dando un portazo.
   Stephanie se dejó caer al suelo agotada, iniciando los lloros, abatida por la tristeza y las ganas de echarlo todo para fuera, cada una de las lágrimas reprimidas y los gritos guardados. Al mismo tiempo el muchacho intentó levantarse utilizando las pocas fuerzas que poseía, fracasando. Tosió, escupiendo gotitas de sangre.
   Ya no sentía nada. Su cuerpo estaba dormido, ausente, sensación horripilante y agonizante, mil veces peor a cualquier otro dolor. No era capaz a pensar en otra cosa que en los golpes recibidos y en la frustración y en la agonía que le produjeron estos.
   — Matt… — Lo llamó su madre con voz temblorosa, acercándose a él muy despacio.
   El muchacho no sabía donde se encontraba, si en el mundo real o en otro ficticio. Creía que se trataba de un sueño, no era típico en su madre reaccionar así.
   Al llegar a su lado Stephanie le cogió la cabeza y la posó en su regazo con delicadeza, como si se tratara de uno de sus valiosos bolsos de marca.
   — Ten pondrás bien… — Le aseguró, acariciándole con ternura sus cabellos rubios. — Todo va a salir bien…
   Una gotita de agua procedente del rostro de Stephanie cayó en el ojo malherido del chico y, de repente, notó que la hinchazón desapareció. Seguramente fueran imaginaciones suyas, pero cada lágrima que caía en su pálida cara era lo más semejante a un antibiótico que sanaba las heridas al instante. Fue agradable. Todo rastro de malestar se esfumó.
   Puede que fuera la inconsciencia que se apoderó de él o puede que se tratara de una pesadilla de la que estaba despertando.

Oscuridad… dulce oscuridad… como el chocolate y tan palpable como el mismo. Crujiente como la almendra… relajante como la música… Lástima que se desvaneciera tan pronto…
   — Matt… Matt… — Lo llamó un susurro mientras unas manos lo mecían con suavidad.
   — ¿Qué…? — Contestó molesto, frotándose los ojos.
   — ¿Tienes dinero? — Le preguntó el mismo susurro. Era Claudia con su voz chillona y molesta de niña pija y mimada.
   — No — respondió de forma tajante.
   Cuando dijo esto el siguiente sonido que escuchó fue el de una puerta al cerrarse tras un cuerpo junto a un repiqueteo de tacones y joyas lo bastante audible para oírla en la otra punta del planeta. Sonido que le aumentó el dolor de cabeza.
   << Qué raro que no haya insistido… >>, pensó para si, dándole, después de unos segundos, poca importancia al asunto.
   Matt abrió poco a poco los ojos para que estos se fueran acostumbrando a la luz del día: espléndida y reluciente; justo lo contrario a como se sentía: tenebroso y oscuro.
   << ¿Qué me ha pasado? >>, se preguntó anonadado.
   Intentó levantarse, pero no pudo. Sus músculos estaban agarrotados, tenía agujetas por todo el cuerpo y cada movimiento que realizaba le dolía, y lo más frustrante de eso era la incapacidad de no poder recordar. << ¿Qué me ha pasado? >>, se repitió.
   Hizo acopio de sus fuerzas ignorando el dolor que en ese momento ocupaba su mente y cuerpo rincón a rincón, sin dejar un solo hueco por ocupar; y se irguió encima de la cama. Inspiró una gran bocanada de aire llenando por completo sus pulmones, manteniéndolo un tiempo hasta no poder más.
   Primero colocó con lentitud el pie derecho en el suelo y después el izquierdo, poniendo cada partícula de empeño en levantarse. Volvió a inspirar otra gran cantidad de aire, pero esta vez no la mantuvo sino que la expulsó en el acto, en un intento de calmarse o tal vez en un intento de calmar esa congoja.
   A cada paso que daba los músculos se le agarrotaban todavía más causando un sin fin de emociones dolorosas. Pretendió olvidarlo comenzando a contar los pasos dados hasta llegar a casa de George. Necesitaba verlo. Tenía la extraña sensación de necesitar pedirle perdón y de expresarle como se sentía. A lo mejor, solo a lo mejor, lograría recordar lo ocurrido.
   — Ya está. Se encuentra perfectamente — oyó decir a Claudia enfadada desde la escalera. Se acercó despacio al marco de la puerta del salón para escuchar mejor: — Mamá, no me vuelvas a pedir que me acerque a “mi querido hermanito” — hizo el gesto de las comillas con los dedos — y le pregunte algo, lo que sea, para ver si está bien después de lo que hizo — Stephanie mantenía el semblante serio —. No, o sea… ¡no! — Sentenció poniendo la mano izquierda sobre la cadera henchida de orgullo.
   Stephanie no dijo nada, simplemente asintió y Claudia salió del salón por la puerta que daba a la cocina malhumorada.
   Matt estaba consternado. ¿A qué venía eso? No conseguía encajarlo con nada. No recordaba que hubiera hecho algo tan malo como para que su hermana no quisiera ni verlo. En cierto modo estaba bien, no tendría que aguantarla… aunque resultaba desconcertante. << Aprovecha >>, le dijo una vocecilla en su interior. Una pequeña sonrisa, casi invisible, surgió de su boca. Movió de un lado a otro la cabeza y continuó recto, en dirección a la puerta principal.
   — ¿Matt? ¡Matt! — Lo llamaron cuando estaba a punto de salir a la calle. — ¿Se pude saber que estás haciendo?
   — ¿Mamá? — Preguntó boquiabierto. ¿Por qué la seguía llamando así?
   Stephanie se asomó por la puerta del salón mirándolo inquisitivamente. Matt acercó una de sus manos al brazo contrario disimuladamente para pellizcarse y de ese modo cernirse de que no era un  sueño, pero a medio trayecto paró, no quería hacerse más daño del que ya sentía.
   — Si, ¿a dónde vas?
   — A… a casa de… de George — tartamudeó sin comprender a que venía tal repentino interés.
   Se quedó pensativa. Poco tiempo más tarde contestó seria:
   — Está bien. Vuelve pronto — dicho esto dio media vuelta y siguió haciendo lo quisiera que estuviese haciendo.
   Sin poderse creer lo ocurrido salió de casa, cabizbajo y serio, dirigiéndose a la de su amigo pensando en lo sucedido e intentando, en vano, recordar las acciones cometidas que habían causado aquella reacción en su hermana.
   El dolor iba menguando a medida que avanzaba por el caminucho lleno de tierra que llevaba al hogar de George. Un sitio colocado en el culo del mundo, lleno de árboles secos y descampados de arena rojiza, además de animalillos correteando. Era un alivio no notar nada de dolor. Se sentía mejor y le daba la impresión de que solo había sido una pesadilla. Tan solo una mala pesadilla.
   Cuando se encontró en frente de la puerta todo el valor acumulado por el camino se desvaneció en cuestión de segundos, haciéndole dudar entre si debía o no llamar. Sin embargo, en mitad de aquel proceso la puerta se abrió, y no fue George el que apareció tras ella, fue…

viernes, 10 de septiembre de 2010

Capítulo 4: Sucesos

E
NTRÓ en el hall de la piscina y se sentó en uno de los bancos justo a tiempo, antes de que entraran Mark e Isabella. Suspiró disimuladamente mientras sus latidos disminuían considerablemente.
   Mark apareció por la puerta como otro día cualquiera, como si la conversación con su madre nunca hubiera existido. Sin embargo, Isabella llevaba dibujado el nerviosismo en la cara.
   — ¿Nos vamos a casa? — Le preguntó a ésta con una sonrisa forzada y con ganas de irse de allí cuanto antes. Cogió la mochila de Rachel.
   — Mamá — la sujetó por la muñeca con una mano y con la otra una de las asas de la mochila, — puedo con ella. — Se la arrancó de las manos y se la echó al hombro.
   — ¿Ya no eres una niña pequeña, verdad? — Comentó el entrenador riéndose entre dientes.
   Odiaba que hiciera ese tipo de comentarios hacia ella, como si realmente fuera una niñita delicada e indefensa, como si cada una de sus acciones fuera digna de mención y del más profundo clamor, algo que Mark hacía constantemente, lo que la ponía enferma, y más aún cuando la mirada con esos ojos de padre orgulloso de su hija, cada vez que decía o hacía cualquier cosa.

Mientras Rachel se disponía a cerrar la puerta del coche, ansiosa por llegar a casa y darse un baño de espuma largo y relajante, Mark sujetó la puerta cuando ya estaba dentro de él y le dijo:
   — Descansa, ¿vale? Mañana es el gran día — le guiñó un ojo y cerró la puerta.
   A través del cristal Rachel asintió, repentinamente contenta. Llena de vida. La sola idea de que al día siguiente iba a competir — y lo más probable que también a ganar — hacía que nada más importase y que el resto de información se eliminara de su cabeza.
   Isabella arrancó el automóvil pasando de cero a cien en tan solo unos segundos. El cuerpo se le impulsó para atrás debido al brusco cambio de velocidad. No le dio tiempo a criticar su nueva forma de conducción porque su madre le adelantó, disminuyendo la velocidad poco a poco.
   — Cariño, creo que no debería ir mañana a esa competición — no movió la vista en ningún momento mientras pronunciaba aquellas palabras. — Deberías descansar, ha sido muy fuerte el golpe que te has dado…
   Parecía que iba a seguir hablando pero no continuó, por lo que Rachel aprovechó a responder después de unas milésimas de incomprensión.
   — ¿Qué? Mamá, ¿no estarás hablando en serio? Son las finales y no pienso parar, no voy a rajarme ahora que he llegado tan lejos… — Tuvo una idea —… A no ser que lo que me pasó en la piscina tenga una explicación que justifique el porqué debo faltar.
   Isabella se mordió el labio inferior dudando entre si debía contárselo o callarse como le había prometido a Mark.
   — Vale, puedes ir — accedió con voz temblorosa, como si no fuera eso lo que realmente quería decirle. — Pero ten cuidado — su campo de visión pasó a ser completamente Rachel. Su mirada era una mezcla entre preocupación miedo, frustración y agobio, todo en una.
   No podía evitar mirar a su madre con ojo crítico y con un deje de decepción. No comprendía cómo había osado continuar ocultándole “algo” que tenía que ver al cien por cien con ella. Había tenido la oportunidad de decírselo y acabar con ello de una vez y, sin embargo, había optado por continuar dejándolo en la caja de los secretos. ¿Tan importante era para ocultárselo a su propia hija? Le sentó como una patada en el estómago mal dada y le entraron ganas de vomitar de nuevo.
   — Bien — dijo simplemente, retirando sus ojos de los de su madre, enfadada. Ni siquiera se molestó en ocultar su cabreo.
   Le resultaba muy frustrante que no le dijera lo que ocurría cuando sabía a la perfección que algo, bueno o malo — más bien lo último —, estaba sucediendo a su alrededor.

Querido diario:      (16 de Junio. 6.30 horas)
Ha vuelto a pasar. Otra noche igual de inquietante que las demás: sin poder dormir, como si alguien me estuviera mirando fijamente. Los mismo ojos verde-azulados en mi cabeza durante el transcurso de la noche, más bien de mi sueño… Pensaba que ya había acabado con lo sucedido en la piscina. Creía que había sido una especie de señal, el fin de todo este suplicio. Parece ser que me equivoqué. La situación ha empeorado en lugar de mejorar. Todo lo contrario a lo que pensaba. Cada uno de los sucesos se ha hecho más intenso, más visible, incluso palpable.
   Es agotador. Los sentidos me fallan, es como si no existieran… como si se hubieran desvanecido.
   Estoy descentrada, no tengo hambre — cada cosa que huelo me produce arcadas —, también tengo la vista cansada — los párpados se me cierran solos —, no siento nada… No son sensaciones agradables, créeme. Y lo peor de todo es el no poder hacer nada para solucionarlo. El no saber ni por dónde empezar… si existe alguna solución.
Aunque, a pesar de todo, lo más horrendo no es esto, sino el hecho de que mi madre me oculta algo. Supuestamente no pasa nada, todo es normal. Pero sé que algo está pasando, y lo descubriré. Tarde o temprano, pero lo haré.

La muchacha posó su diario en la mesita. Suspiró. Lo que estaba pasando no era ni medio normal. ¿Qué significaban los sueños? ¿Quién era ese chico de ojos verde-azulados? ¿Y su madre? ¿Qué le ocultaba su madre junto con Mark?
   Se le saltaron las lágrimas. La impotencia y la frustración de no saber que era todo aquello le formó un nudo en el estómago, por lo que en un intento de calmarse se abrazó la tripa con fuerza y con la misma intensidad cerró los ojos.
   << ¿Qué está pasando… qué demonios está pasando? >>.
   No conseguía calmarse. Ningún otro pensamiento lograba tranquilizarla porque en su mente solo existían dos pensamientos: el chico y las mentiras, el chico y las mentiras… Tenía miedo. Miedo porque no sabía que le estaba ocurriendo. Miedo por desconocer lo que le ocultaba su madre. Miedo por ese chico, por esos ojos que invadían sus sueños todas las noches. Miedo de que volviera a aparecérsele de nuevo…
   Un ruido ensordecedor comenzó a rascar las paredes de su habitación, como uñas clavadas en ellas que las arañaban.
    Rachel se sobresaltó. Su corazón latía a mil por hora. << ¿Qué es eso? >>. No encontraba respuesta. La muchacha se tapó los oídos. Aquel sonido era insoportable. La grima le recorrió la columna vertebral erizándole la piel y haciéndola temblar de forma descomunal. Las lágrimas brotaban de sus ojos como si se trataran de una cascada. Rachel estaba muerta de pánico, creía estar inmersa en una horrible pesadilla, pero todo era tan nítido…
   Paró. De repente, el ruido paró.
   Separó las manos de sus orejas con lentitud, como si temiera que el ruido volviera a aparecer, y se limpió las lágrimas que le surcaban el rostro tremendamente asustada, sin saber que hacer. Petrificada por el miedo y muda por la sorpresa.
   << ¿Qué ha sido eso? >>, no pudo evitar preguntarse anonadada, aunque ligeramente más tranquilizada. Pero dicha tranquilidad duró poco ya que, súbitamente, su cama empezó a rebotar contra el suelo empujándola a éste, debido al fuerte movimiento.
   El golpe recibido en el pecho al caer le produjo una sensación de asfixia irrefrenable. El aire no entraba en sus pulmones. Por más que ella lo intentaba no lo conseguía y el nerviosismo habitante en su interior empeoraba la situación.
   En medio de la confusión un objeto cayó al suelo. Fue un golpe sordo de tan solo un segundo de duración, el tiempo suficiente para alterarla todavía más. La cama dejó de moverse y Rachel logró calmarse, pudiendo, de ese modo, volver a respirar con normalidad.
   Se levantó tambaleándose, pálida como la leche. Los nervios le recorrían cada parte del cuerpo. Anduvo hasta el lugar donde se produjo el ruido, asustada como nunca antes lo hubo estado. Las piernas le flaqueaban visiblemente. Los ojos se le salían de sus órbitas — parecían dos planetas girando alrededor de su cabeza irregularmente —; se acercó, poco a poco, al sitio de los hechos, sigilosamente, igual que si estuviese entrando en una casa desconocida, sin producir el más mínimo sonido para evitar asustarse todavía más o despertar a alguien — aunque los golpes de las patas de la cama contra el suelo ya deberían haberlo hecho —.
   Uno, dos, tres, cuatro, cinco pasos.
   El corazón le latía de una forma que parecía que se le iba a salir del pecho en cuestión de tiempo. Se sujetó a los pies de la cama ya que el mareo producido anteriormente y el cansancio pudieron con ella por un instante. Cerró los ojos arrugando el entrecejo con fuerza, poniendo los dedos índice y pulgar de la mano derecha en su arrugada frente. Lentamente los fue abriendo, girando su cabeza en dirección a la ventana. Era una noche sin luna, aunque hermosa de todas formas. Cada una de las estrellas brillaba con luz propia. Una luz espléndida y luminosa, de una forma inigualable e inimaginable.
   Al volver la vista al suelo se llevó una gran decepción: el objeto que produjo aquel ruido sordo era una piedra. Una extraña piedra que le resultaba familiar.
   El recuerdo se le vino a ka cabeza espontáneamente: era el objeto que el misterioso chico metió en su mochila de natación.
   El temor abatió contra ella de manera intensa, produciéndole un fuerte temblor de manos a pies, además de un tremendo dolor de estómago que hizo que las náuseas del pasado día aparecieran mezcladas con la bilis que llegó hasta su garganta.
   Cada uno de estos sucesos hizo que el mareo taladrador de Rachel aumentara, haciéndole caer al frío suelo inconsciente, justo al lado de la piedra con la inusual figura de lo que parecía ser una media Luna en tres dimensiones perfectamente tallada en ésta.
   Rachel no llegó a darse cuenta, pero en aquel mismo instante una media luna creciente igual o más preciosa y diferente en comparación con todas las demás, apreció en el cielo. Espléndida e increíble. Como nunca antes lo hubo estado.

Cuando despertó no recordaba como había llegado a parar ahí. Carecía de conciencia de aquello. No se acordaba absolutamente de nada.
   Parecía que el dolor de cabeza había desaparecido junto con las náuseas. Se sentía mucho mejor, la verdad. Había vuelto a nacer. Respiraba aire nuevo, todo lo que veía era nuevo: el olor a madera, el aire… o eso creía ella.
   Confusa, se colocó de rodillas en el frío paquete frotándose los ojos. Estaba cansada debido a las pocas horas dormidas. Miró por la ventana: aún no había salido el sol, todavía podía visualizarse rastros de la noche anterior, por lo que supuso que sus padres seguían en la cama.
   << Los muy dormilones >>, pensó con una pequeña sonrisa.
   Miró a su alrededor un tanto extrañada. ¿Cómo había llegado a parar al suelo? Con esa pregunta en mente se quedó quieta, posando la vista en un lugar fijo viendo sin ver nada. Lo único que se le ocurrió que pudiera explicarlo era el sonambulismo, pero sería la primera vez que le pasara… <>, se dijo, intentando creerse sus propias palabras.
   Bajó la vista segundos más tarde, para encontrarse con la piedra que anoche la alteró. La miró sin saber que hacía algo tan raro en el suelo de su cuarto. La cogió y empezó a darle vueltas entre sus manos. Estaba fría y dura — lógico, era una piedra —. Repasó el contorno de la Luna con la yema del dedo índice, pensativa. No comprendía, más bien no lograba recordar de donde había sacado aquella reliquia o lo que quiera que fuese.
   Respiró hondo. Comenzaba a ponerse nerviosa y a verlo todo borroso junto a un mal estar de estómago, causado por la impotencia que le producía el no recordar nada. Así que decidió guardarla en su mochila. Ya se acordaría más tarde — si lo conseguía —.
   Bajó a la cocina con parsimonia. Todavía conservaba el miedo de la noche pasada a pesar de no acordarse de lo ocurrido, y temía caer inconsciente escaleras abajo.
   Tardó un tiempo en acostumbrarse a ka oscuridad que inundaba la casa entera. No se podía ver ni la silueta de una silla.
   Desconociendo el motivo, se sentía sola. Sola, escondida en una penumbra total que la consumía poco a poco. Había aparecido un vacío de dolor en su alma — por decirlo de alguna manera —, que únicamente podría llenar alguien. Y lo más agobiante: desconocía quien era o podría ser ese “alguien”.
   De repente, un ruido semejante al de una persona saliendo por la ventana cayendo en los arbustos se produjo en el salón. Se alteró, siendo incapaz de moverse a causa del pánico. Intentó decir algo, pero una especie de mano invisible oprimía sus cuerdas vocales y no pudo salir de su boca ni el más leve de los sonidos.
   — ¿Rachel? ¿Eres tú? — La llamó una suave voz a sus espaldas.
   No contestó. Simplemente se quedó quieta entre el pasillo y la cocina. El miedo le había paralizado cada uno de sus músculos. Aunque quisiera no podía moverse.
   — ¿Quién anda ahí? — Preguntó la misma voz de antes, esta vez histérica.
   Oyó caer algo al suelo, lo que pareció ser una figura de porcelana. El choque de dicha figura contra el suelo fue como una especie de interruptor que puso el cuerpo de la muchacha en movimiento.
   La luz se hizo como por arte de magia. La claridad cayó sobre Rachel al igual que un cubo de agua helada, obligándola a cerrar los ojos. Despacio, fue abriéndolos para acostumbrarse a la repentina luz que abatió contra ella.
   Lo primero que vio fue el rostro de Isabella, pálido y atemorizado, con las pupilas dilatadas a causa de la impresión. Era la voz que la llamó. Le extrañó no haberla reconocido desde un principio; Bajó más la vista y como antes supuso fue una figurita sin valor alguno de porcelana barata la que estaba hecha añicos justo al lado de su madre. Dirigió, poco más tarde, la mirada hacia el lugar donde se situaba el interruptor. En él estaba la mano de su padre, Tom. Su aspecto era cansado y su expresión de incomprensión.
   — ¿Qué pasa aquí? — Preguntó con voz grave y cansada, frotándose sus ojos lagañosos.
   Hubo un corto silencio en que las miradas de Isabella y Rachel se unieron durante un breve instante, y finalmente dicho silencio fue roto por su madre.
   << Menos mal, >>, pensó Rachel aliviada, << ya empezaba a ponerme de los nervios >>.
   — Oí a alguien en el piso de abajo y pensé… que sería Rachel — paró un momento y continuó —. Bajé para ver si necesitaba algo y… bueno, me asusté porque… porque pensaba que era un ladrón o algo parecido al ver que nadie me respondía — terminó de explicar con una sonrisa nerviosa.
   << Otra mentira. Últimamente se está convirtiendo en una afición suya de mal gusto >>, pensó la chica indignada.
   — Ah — dijo Rachel. No fue capaz a decir nada más.
   — No recuerdo que te levantaras — añadió Tom con dureza —. Ni siquiera que te acostaras — encarnó una ceja con la mirada fija en Isabella.
   Él tampoco se creía mucho su versión de los hechos. Ambos no las tenían todas consigo.
   — Tienes un sueño muy profundo. No me extraña que no te enterases — se excusó con un hilo de voz en el que se podía denotar cierto deje de pánico. Deseaba que esa conversación finalizara de una vez por todas.
   Rachel y Tom la miraron con los ojos fijos en los suyos, provocando, de ese modo, que se pusiera aún más nerviosa. No la creían, ni de lejos podrían llegar a creerla. No se le daba bien mentir y/o ocultar cosas, se le notaba a varias leguas de distancia cuando lo hacía.
   — ¿Queréis que os prepare el desayuno? — Preguntó la madre cambiando de tema con una sonrisa mal fingida, acercándose a la encimera de la cocina.
   — No hace falta que te molestes — contestó su marido de forma cortante, subiendo las escaleras hacia su habitación.
   Los dos sabían, cada vez con más certeza, que Isabella ocultaba algo. Cada uno tenía sus propias suposiciones y a ambos les ocultaba una cosa muy diferente a la otra, o tal vez la misma vista desde dos puntos de vista distintos. Lo que desconocían, a parte del propio engaño, era su grado de importancia.
   — ¿Y tú, Rachel? — Preguntó sin darse la vuelta desde la encimera de mármol grisácea.
   Ella no dijo nada, simplemente hizo caso omiso a sus palabras e imitó a su padre.
   Isabella dejó lo que estaba haciendo — dejándolo caer y produciendo bastante ruido —, se sujetó el cuello de su bata con todas sus fuerzas y se dejó caer al suelo, llena de desgana, comenzando a llorar en silencio como una niña pequeña.
   — Papá, — le llamó Rachel desde detrás de la puerta — ¿puedo pasar?
   — Si… —Contestó débilmente.
   La única iluminación que había en el dormitorio era la de la lámpara de la mesita de noche, ni siquiera había levantado la persiana.
   Era bastante triste ver al bueno de Tom sentado a un lado de la cama con las manos sobre la cara en signo de abatimiento y frustración. Él no se merecía que su mujer lo mintiese. No se merecía que le ocurriera nada malo.
   Rachel se sentó a su lado y lo abrazó cariñosamente sin decir nada. No hacían falta las palabras.
   Tom la imitó.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Capítulo 3: Horrible despedida


C
ONFUSIÓN, odio, rencor… Confusión, odio, rencor… Confusión, odio, rencor… Estas tres sensaciones son las que no paraba de concebir en su interior. Iba una detrás de otra y vuelta a empezar. Estaba cansado de ellas, ya que en general eran las únicas que lo acompañaban todos los días. Quería sentir nuevas, nuevas y placenteras emociones, como alegría, afecto por parte de sus familiares, amor… sobre todo amor. Esa palabra que tanto usa la gente y que sin embargo para él era casi inexistente. Continuamente le asaltaban preguntas del estilo ¿Qué se siente? ¿Qué es exactamente el amor? ¿Cómo sabes que está ahí? ¿Llegaré a sentirlo alguna vez? Era lo que más ansiaba en este mundo: la felicidad. Ser él mismo con la gente a la que quería y no comportarse como un amargado solitario que está siempre cabreado. Buscaba ser aceptado, querido… que no lo controlaran y que no se comportaran como si fuera un bicho raro. No era mucho pedir. A pesar de ello jamás logrará encontrarlo si continúa olvidando a las personas a las que realmente les importa, porque son estas — Margaret y George — las que se lo mostraban todos y cada uno de los días. Algo que Matt era incapaz a percibir pensando en la que no lo trataban como ellos y en qué pasaría si lo hicieran.
   El amor no se busca, se encuentra. Pero si estás concentrando cada una de tus energías en su búsqueda nunca aparecerá porque las cosas surgen cuando menos te lo esperas y la mayoría de las veces está ante tus narices y no te das ni cuenta.
   Matt no podía parar de pensar en esto y en lo acontecido minutos antes. No lograba comprender porque, ¿por qué había pasado? ¿Por qué a él y no a otro chico cualquiera? El muchacho deseaba tener una vida normal y esto quedaba muy lejos de serlo. ¿Una chica salida de la nada? ¿Un mundo rodeado de una espesa y blanca neblina, parado como si se encontrase en un espacio vacío? Ni por asomo era medio normal. Debía de ser una broma porque carecía de lógica alguna. Pero si hubiera sido así… ¿no se lo habrían dicho ya? Además, de gracioso tenía lo que se suele decir poco. Lo sucedido no era algo para tirar cohetes o algo por el estilo. Entonces, en el hipotético caso de que lo ocurrido fuese real y no una intervención “cómica” de nadie cercano o lejano a él, ni si quiera un sueño…
   << ¿Para qué serviría esta piedra? >>, se preguntó pensativo mientras la movía entre sus manos, acariciando con la yema de sus dedos el Sol tallado en ella. << ¿Por qué he actuado de esa manera con George? >>.
   Era su amigo, trataba de ayudarlo y de acercarse a él de nuevo, ¿y cómo se lo agradeció? Gritándolo, enfadándose y culpándolo de inmiscuirse en su vida cuando lo único que hacía era preocuparse por Matt. Se consideraba un mal amigo. El peor amigo de la historia. No se merecía siquiera la compañía de George…
   — ¡Matt, a cenar! — Gritó Margaret, llamándolo desde la cocina, sobresaltándolo y sacándolo de su ensoñación.
   — ¡Voy! — Contestó, guardando la piedra bajo el colchón para evitar, de ese modo, perderla.
   Bajó las escaleras corriendo, sin darse cuenta de la presencia de una persona al lado de su puerta. Continuaba inmerso en sus pensamientos, cosa que le habría gustado dejar a un lado ya que lo único que conseguía con ello era un gran dolor de cabeza y no llegar a una conclusión clara, lo que le frustraba aún más.
   Al llegar a la cocina se sentó en la mesa con una pequeña sonrisa, en su mayor parte fingida, intentando disimular la angustia y la desesperación que le producían aquellos sucesos paranormales o lo que quiera que fuesen.
   — Filetes — comentó Matt levantando una ceja al ver el plato.
   — Si… ¿no te gustan? — Preguntó Margaret preocupada —. Porque si quieres puedo hacerte otra co…
   — No, no, tranquila. Está bien — la interrumpió alargando la sonrisa y se puso a comer. Ver a Margaret preocupándose por algo tan banal como la comida era lo último que deseaba ver en ese día infernal que parecía no querer terminar nunca.
   Mientras tanto, en el piso de arriba, Claudia, que llevaba más de diez minutos esperando a que su hermano saliera de su habitación, entró a hurtadillas en ella evitando hacer el más leve de los sonidos para no delatar su presencia. Tenía curiosidad por saber que había estado haciendo Matt tanto tiempo seguido ahí encerrado sin hacer ruido — algo que según ella era muy raro en el chico porque siempre estaba incordiando aporreando la guitarra o gritando a pleno pulmón canciones sin sentido —, y si no lo descubría cogería alguna de sus pertenencias y la convertiría en suya.
   A simple vista el cuarto de Matt estaba como asiduamente solía estar: desordenado. Pero ese no era motivo suficiente para Claudia para aplacar su búsqueda. Buscó en los cajones del escritorio, de su ropa interior, en el armario, en los estantes — tirando el contenido por el suelo, dejando la estancia hecha un completo desastre — y finalmente se le ocurrió mirar debajo del colchón. ¿Si ella escondía ahí sus cosas de valor quien le debía que su querido hermanito no hiciera lo mismo?
   << ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes? >>, se dijo dándose un suave golpecito con la mano en la frente, con una sonrisa de estúpida empedernida, y se dirigió hacia la cama, donde levantó dicho colchón y comenzó a buscar.
   — Aquí hay algo… — murmuró cuando palpó la piedra con sus enjoyadas manos. La cogió. — ¿Qué es esto? — Preguntó para sí, dando vueltas a la inusual piedra con sus manos que olían a la crema de fresas que Matt tanto detestaba.
   Aquel objeto era tan impresionante… era algo hermoso y hechizante al mismo tiempo. Claudia no podía parar de mirarlo. La piedra, de algún modo, había hecho que la muchacha no parase de mirarla, le resultaba imposible dejar de hacerlo… y a ella no le importaba, le daba lo mismo. Ese extraño objeto había logrado ensimismarla, la había hipnotizado.
   —… y entonces el Sr.Stillman me preguntó dónde estaba su perro, y yo le respondí que no lo sabía y que si bien no me fallaba la memoria, el viejo perro murió hace… unos tres años — Margaret sonrió con cierta tristeza —. Al pobre hombre se le está yendo la cabeza — concluyó con un deje de melancolía en sus palabras.
   A Matt le encantaba conversar con la anciana mujer. Cada vez que lo hacía conseguía sacarle una sonrisa de lo más profundo de su ser. Con ella podía ser él mismo, sin tapujos, sabía que no lo juzgaría y que tendría en todo momento en cuenta su opinión. Además, le alegraba escuchar sus relatos sobre lo acontecido por la tarde o historias sobre su niñez. Le hacía sentir que le importaba a alguien, aunque tan solo fuese a una persona. Se encontraba a gusto al lado de Margaret, tanto, que a veces llegaba a pensar que ella era su auténtica madre. Margaret fue la única que lo quiso igual que a su propio hijo, como si fuera sangre de su sangre, como si hubiera nacido de su vientre. Y lo entendía… lo entendía mejor que nadie.
   Llevaba trabajando para la familia de los Anderson desde poco antes de que Matt naciera. Era una mujer que se hacía querer fuera donde fuese. De pelo blanco, rizado y corto debido al paso de los años, con unos ojos verdes, idénticos al bosque amazónico. Físicamente estaba algo gordita, cuerpo que cubría con vestidos anchos y holgados con colores y formas variopintas, lo que hacía que su expresión fuera más amable y cálida, que se acentuaba todavía más con la sonrisa de oreja a oreja que siempre tenía pasara lo que pasase. El muchacho la adoraba, más que eso: la quería.
   Terminada la cena Matt salió de la cocina despidiéndose de la anciana mujer con un fuerte abrazo. Caminó con lentitud hacia su cuarto, mirando al suelo sin ver nada, absorto en sus pensamientos, enfrascado en lo que tenía pensado hacer al día siguiente. Sin embargo, cuando tocó la manilla de su cuarto, un grito lo sacó de su ensimismamiento.
   — ¡AAAAAH! — La piedra le había producido una fuerte corriente en la mano.
   El chico entró precipitado en su habitación. ¿Quién había gritado? Y lo más importante… ¿qué hacía allí?
   — ¿Claudia? — Preguntó anonadado, mirando su habitación, su desastrosa habitación. Volvió a dirigir su mirada a Claudia, esta vez con una furia que su hermana no había visto nunca. — ¡¿Qué haces aquí?! — Gritó indignado, acercándose deprisa, pero sin correr hacia ella.
   — ¡Encima me gritas! ¡Esta maldita piedra me ha hecho daño! — Aulló, posándola con fuerza en el suelo.
   — ¡Me da igual! ¡Sabes que no soporto que entres en mi habitación, la desordenes y encima me robes! — Se defendió, abriendo los brazos de par en par señalando el desorden que los rodeaba.
   Claudia se quedó allí plantada, sentada de rodillas en el suelo, con los ojos abiertos como platos. Boquiabierta, sin poderse creer como la estaba hablando su hermano, y sin ser capaz a vocalizar una sola palabra coherente por la impresión y porque además sabía que Matt tenía razón. Había quedado como una completa imbécil. A decir verdad, lo que era, — no había mucha diferencia —.
   — No me hables así… — Consiguió decir finalmente, amenazándolo con el dedo índice. — Soy tu hermana mayor, — puntualizó levantándose y elevando la voz — merezco cierto respeto, ¿no crees?
   — Y yo intimidad y una hermana que no sea tan tocapelotas, ¿no crees? — Dijo imitándola con voz chillona — ¡Vete! — Le ordenó, esta vez con su voz, indicando la puerta.
   Claudia, con cara de idiota, se irguió henchida con el poco orgullo que le quedaba, y andó con paso firme hacia esta.
   — Que sepas que no me voy porque tú me lo ordenes, sino porque yo quiero — puntualizó.
   Matt estaba llegando a su límite. Las piernas, puños y labio le temblaban de una forma visible hasta para un ciego. No sabía cuánto tiempo más podría controlarse.
   — Largo… — Ordenó con un hilo de voz, controlándose para no empotrarla contra la pared y empezar a pegarla a puñetazo limpio.
   Rápidamente su hermana salió de cuarto cerrando la puerta con cuidado, chocándose antes contra la pared con los ojos muy abiertos, con un deje de pánico. Presentía que ya no podría volver a meterse con él, puede que incluso a hablarlo en mucho, mucho tiempo. Era peligroso.
   Matt tardó unos minutos en tranquilizarse y cuando lo hizo cayó de rodillas y manos al suelo, respirando entrecortadamente, al lado de la piedra. La miró de reojo durante un rato y cabreado la empujó con todas y cada una de sus fuerzas debajo de la cama. Se sentó, apoyando la espalada en la mesita de noche, las rodillas en el costado y poniendo las manos sobre la cara, agobiado.
   << Este no soy yo. No puedo ser yo. Es imposible. Jamás me he comportado de este modo >>, pensó, conteniendo las lágrimas en sus ojos. << ¿Qué es lo que me está pasando? >>, no pudo evitar preguntarse. La agonía estaba pudiendo con él y aún más la ignorancia y la impotencia de no saber los motivos de su comportamiento con el resto de la gente o de los hechos increíbles anteriormente ocurridos.
   Dejó caer su cabeza contra el suelo, todavía con las manos en la cara, apretando las uñas lo más fuerte posible en su rostro para ver si de esa forma lograba cambiar, volver a ser él mismo. No sabéis cuanto deseaba volver a serlo.
   << Puede que mañana sea diferente… que mejore algo >>, se dijo con la poca esperanza que le quedaba puesta en ese pensamiento, aunque sintiéndolo mucho, lo dudaba…

Había pasado la noche tendido en el suelo, sin poder pegar ojos, dándole vueltas a su actitud y a lo sucedido, buscando alguna explicación a todo ello. Encontró varias opciones, pero muy a su pesar todas eran tan surrealistas que carecían completamente de lógica:
à    La primera: ser el elegido de alguna tribu mágica y tener que salvar el mundo.
à    La segunda: una chica está en apuros y debe ir a salvarla, pues es el elegido.
à    La tercera: tener que luchar contra alguien malvado y poderoso, y vencer para salvar de ese modo a la humanidad de sus maléficos planes…
   … Así todas, menos una, según él la más cercana a la verdad: estar loco.
   Ya eran las ocho de la mañana cuando llamaron a la puerta de su habitación. No contestó. No quería ver a nadie. No quería que nadie lo viera así. Volvieron a llamar, esta vez más fuerte. Siguió sin contestar. Al final la persona que se encontraba detrás de la puerta entró haciendo caso omiso de su silencio, sin darse cuenta de que lo que deseaba en realidad era estar solo.
   — ¿Matt? — Lo llamó una voz dulce y temblorosa. Era Margaret.
   Gruñó. Le daba igual que fuera ella, sino había abierto él la puerta desde un principio era por algo. Necesitaba estar envuelto en la más absoluta soledad, para relajarse y poder pensar con claridad o al menos no pensar en cosas estúpidas sin sentido.
   — Te traigo el desayuno — hubo un breve silencio —. Te lo dejo encima de la cama, ¿vale? — Dijo Margaret con voz melosa y cariñosa, sin embargo Matt no dijo nada, simplemente volvió a gruñir.
   Se moría de ganas por abrazarla, de llorar en su hombro, de contarle todo lo que le pasaba, porque se comportaba de ese modo, aunque ni él mismo lo supiera… pero se contuvo. No quería meter en aquello a la dulce Margaret, y mucho menos que pensara que era un pirado psicópata.
   La anciana mujer se agachó, arrodillándose a su lado y empezando a acariciarle el pelo para poco más tarde pasar al hombro.
   Él seguía conteniendo las ganas de llorar, pero Margaret no fue capaz. No deseaba, no podía ver su rostro lloroso y rojo, sus ojos verdes llenos de lágrimas y su blanco pelo alborotado… no era capaz de verla en ese estado, solo con oírla sollozar se le partía el corazón en mil pedazos. ¿Por qué lloraba? ¿Había hecho algo malo? Porque si era así… jamás se lo perdonaría, ella no se merecía ningún mal.
   — Matt… — Logró decir entre lágrimas — ¿qué te pasa? — Tragó saliva y absorbió la nariz. — Déjame ver tu preciosa cara… tu hermosa sonrisa, como cuando eras un niño pequeño, ¿te acuerdas? Por favor… déjamela ver por última vez… — Rogó, intentando coger con la mano que no estaba apoyada en el hombro del chico las de Matt.
   Se resistió, apretando todavía más las uñas en su blanquecino rostro.
   — No quiero que me veas… — Se negó, con voz ronca, la voz de alguien cuando se está aguantando las ganas de llorar, de escupirlo todo.
   — No me hagas esto, Matt… No te despidas de mí así… No quiero que esta sea la última imagen que tenga tuya… Te lo ruego, Matt, por favor…
   ¿Qué? ¿Despedirse? ¿Por qué? No podía irse y dejarlo solo junto a semejante familia, no podía soportar el hecho de sentirse absolutamente solo, escondido en la más oscura tristeza… No podía, simplemente no podía marcharse.
   — No te vayas — imploró Matt sin poder contener ni un solo segundo más las lágrimas en sus ojos, perdiendo ante la impotencia —, no me dejes…
   Sollozando, Margaret agarró con fuerza el cuerpo del muchacho y este último la imitó. El tiempo se le antojaba caprichoso, cada vez pasaba más y más rápido por lo que el momento de la marcha de la persona a la que más quería en este mundo se acercaba, algo que intentaba evitar a toda costa abrazándose más fuerte al cuerpo de la mujer.
   — ¡¿Por qué te vas?! ¡No puedes dejarme! ¡NO! ¡Ahora no! — Chilló indignado, rogándole a Margaret, apretándola contra si con mayor fuerza, casi ahogándola. — ¡Te necesito a mi lado! ¡Por favor, no te vayas! No me dejes…
   — ¡Margaret, tu taxi ya está aquí! — La llamó Stephanie desde el piso inferior.
   ¿Taxi? ¿Se iba ese mismo día? ¿En ese mismo instante? No podía, no podía irse, Matt estaría perdido sin ella, no sabría qué hacer si no estuviese a su lado… ¿En quién confiaría ahora que Margaret ya no iba a estar? ¿Cómo iba a vivir sin una madre? ¿Cómo podría llegar a superar este duro golpe?
   — Me tengo que ir — afirmó ella para sí, intentando separar los brazos del joven de su cuerpo —. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir — le aconsejó, mirándolo fijamente a los ojos. — Sé fuerte. Tú puedes con esto y mucho más, ¿vale? No te derrumbes ahora — lo animó, enjugando las lágrimas del muchacho —. Vas a tener que luchar mucho a lo largo de tu vida, puede que incluso más que ningún otro.
   Matt ignoró lo que dijo, su cerebro no era capaz a procesar nueva información, se había quedado en estado de shock y no paraba de repetirle: << Margaret se va, Margaret se va. Te vas a quedar solo >>.
   — ¿No puedo ir contigo? — Le suplicó.
   — Ojalá pudieras… pero no soy tu madre — arrugó el entrecejo, cerrando los ojos con fuerza.
   — ¡Es como si lo fueras!
   — ¡No, Matt! No puedes… debes quedarte aquí, con tu familia, cuidando de ella. Solo tú puedes hacerlo — el muchacho abrió los ojos sobresaltado, mirando a la anciana mujer confuso.
   — ¡Tú eres mi familia!
   — ¡Margaret, baja ya! — La volvió a llamar la madre de Matt, impaciente — ¡El contador corre!
   — ¡Voy! — Volvió la mirada hacia el rostro lloroso del chico. — Cuando me vaya cúrate estas heridas — se las tocó con sus yemas crispadas —, estás sangrado… aunque seguramente no te haga falta.
   Sus últimas palabras no tenían sentido, ¿qué quería decir con eso? “Seguramente no te haga falta”. La comprensión de aquella frase quedaba fuera de su alcance, por más que lo intentaba o lograba encontrarle el sentido… lógico, por supuesto, porque su se hubiera puesto a pensar, como antes, en cosas mágicas e imposibles se le hubieran ocurrido bastantes. << ¡Basta! >>, se dijo, << ¡Basta ya de estupideces, Matt! No puede ser eso, es remotamente imposible >>.
   — Adiós, cariño — se despidió Margaret, acariciándole suavemente la mejilla, aprovechando que en ese momento había disminuido, el chico, la fuerza del abrazo. — Te echaré de menos, no sabes cuánto… — Se levantó y caminó rezagada los pasos dados al entrar para esta vez salir.
   Un pitido de oídos y un dolor insoportable de cabeza se hicieron presentes dentro de él, produciéndole más frustración e impotencia. Se había quedado petrificado en el sitio, incapaz de moverse. No podía creerse que se hubiera ido, Margaret se había marchado para no volver y jamás la vería de nuevo. Se tapó con las manos las orejas y con fuerza cerró los ojos.
   Suena el golpe de un maletero y el de una puerta al cerrarse, tiempo después el chirriar de las ruedas de un coche sobre el asfalto…
   … Se había ido. Lo había dejado abandonado como a un perro en la calle, dejado a su suerte con esa asquerosa familia que tenía. Nunca más sentiría otra vez la calidez de un abrazo a la sensación de seguridad que le producía la anciana mujer… Nunca más.
   — ¡¡NOOOO!! — Gritó a pleno pulmón, un grito lleno de ira y agonía, levantándose con las energías renovadas.
   La ira aumentó. Perdió completamente el control. Ya no era dueño de su cuerpo, ya no controlaba ni el más mínimo de sus actos, era como si el mismo demonio lo hubiera invadido, haciendo que sin pensárselo dos veces cogiera la silla de su escritorio y la tirara por la ventana, rompiendo el cristal en pedazos. El aire de la calle penetró en la habitación, hondeando ligeramente sus cabellos rubio ceniza, al igual que la luz de la mañana que hizo más presentes las gotitas de agua que caían de los verde-azulados ojos de Matt, el cual se asomó, clavándose los trozo de cristales que no se habías desprendido del marco, sin importarle el dolor, ni la sangre que comenzaba a manar de las palmas  de sus manos, y aulló tan fuerte que todos los vecinos salieron, como una manada de lobos al oír la llamada del macho alfa.
   << ¿Cómo puede estar un sol como este en cielo en un día tan oscuro como este? >>, se preguntó. << ¡¿Cómo pueden haber echado a Margaret esos miserables que tengo como padres?! >>.
   La gente de la calle se había quedado atónita, sin saber qué hacer. ¿Debían llamar a la policía o esperar a averiguar lo que pasaba con exactitud? Escogieron la segunda opción y preguntaron a Andrew y Stephanie, que se encontraban en la puerta principal, los cuales seguramente pusieron cualquier excusa menos la verdadera para no hundir de golpe su reputación por culpa de su insensato hijo.
   Matt giró la cabeza a un lado y vio un trozo de tarta de chocolate — su favorita — con una vela con el número dieciocho encima. Era de Margaret. La única que se acordaba de su cumpleaños — a excepción de George —, la que todos los años le hacía su postre favorito… la que se preocupaba de que ese día fuera especial. ¿Quién se acordaría entonces? En todo caso George, pero no sería lo mismo.
   Y de la tarta, su mirada se posó en una carta que había a su lado. Por un momento una ola de esperanza abatió contra él. La cogió y comenzó a leerla con una pequeña sonrisa llena de ese sentimiento.
   Decía lo siguiente:

Querido Matt:
   Antes de todo quiero que sepas que te he llegado a querer como al hijo que nunca tuve, más bien eres ese hijo.
   Sé que decírtelo no te ayudará mucho y me es imposible contártelo en persona porque se me haría mucho más difícil separarme de ti: eres lo mejor que me ha pasado en esta vida y me pregunto si aparecerá alguien que llene este enorme vacío que me quedará en el corazón cuando me vaya — eso espero, sinceramente —.
   ¿Por qué me voy?, querrás saber. Es muy simple: firmé un contrato con tus padres que solo es válido hasta que tú cumplas la mayoría de edad. Parece que fue ayer cuando te cogí por primera vez entre mis brazos… no me puedo creer que ya haya llegado el fatídico día en el que nos separemos… ¡El tiempo se ha pasado volando! ¿No crees?
   Jamás podré olvidarme de ti. Por favor, cuídate y sobretodo, sé feliz.
   Te quiere y siempre te querrá
Margaret
   PD. Sé que sabrás que hacer.

Las lágrimas de Margaret se veían con total claridad en la carta, al igual que la sangre de las heridas del joven, cuyas manos ensangrentadas la habían ensuciado dejando en ella sus huellas dactilares. Posó la carta entristecido encima de la cama. Derrumbado volvió a mirar la tarta, la cogió y la guardó en una caja debajo de su cama, acto seguido hizo lo mismo con la nota. Deseaba tener algo que hiciera constancia de su presencia, de que realmente existió. No quería olvidarla bajo ninguna circunstancia… Y así, hundido en su melancolía y ahogado en la tristeza no pudo evitar pensar << ¿Por qué no he podido irme con ella? Soy mayor de edad, ¿por qué? >>. No encontró respuesta alguna a esa incógnita que asaltaba su mente.
   Bajó al piso de abajo tiempo después, como si en un fantasma se hubiera convertido. El odio asomó sus siniestras garras de nuevo cuando, en la entrada principal, oyó decir a su padre…:
   — Menos mal que esa chacha ya se ha ido. Estaba empezando a cansarme de esa vieja — sonrió de forma malévola, encantado con su marcha.
   No fue capaz a controlarse. Esta vez no. Fue demasiado. Los temblores volvieron a invadirlo por lo que, enfurecido y sin control ninguno, saltó encima de su padre, tirándolo al suelo. Andrew gritó. El rostro de Matt se contorsionó cambiando por completo su expresión angelical por una irregular y grotesca, asustando también a Claudia y Stephanie, las cuales se encontraban al lado de la escena.
   Un rugido espeluznante salió de su boca, impresionándose incluso a él mismo. Un ser monstruoso habitaba en el cuerpo de Matt, un monstruo bañado en ira, odio y resentimiento que pegó a Andrew un puñetazo en la cara, dejándolo de ese modo inconsciente. Ignoró ese hecho.
   — ¡No digas eso de Margaret! — Le chilló a su padre al oído agarrándole el cuello de la camisa. — ¡No te atrevas a mancillar su nombre! ¡Ella ha sido mucho más que tú y Stephanie juntos! ¡¿Me oyes?! ¡Mucho más!
   Se quitó de encima del hombre desmayado el doble de cabreado y rojo de furia. El monstruo no se sentía satisfecho, necesitaba más. El muchacho miró a las dos mujeres con los ojos inyectados en sangre pero a la vez llorosos y fuera de sus órbitas, y con mano temblorosa las señaló, conteniendo al ser que vivía en él.
   — ¡Y vosotras tampoco! — Amenazó — ¡No quiero que ni la mencionéis! ¿Ha quedado lo suficientemente claro?
   Ambas asintieron atemorizadas, abrazadas entre ellas, cosa que nunca antes habían hecho.
   La sangre de Matt se había quedado impregnada en la ropa y en la mejilla morada de Andrew, ya que las heridas infligidas inconscientemente no se habían curado, debido a ello continuaban sangrando, menos que antes, pero seguían.
   Matt se miró las manos horrorizado por lo que había hecho. Volvía a ser él, el monstruo inquieto rebosante de ira lo había abandonado, ya había cumplido su función. Se daba miedo a si mismo. Si había llegado a hacer aquello con la marcha de Margaret no quería ni imaginar lo que llegaría a ser capaz de hacer si a algún ser querido le llegara a pasar algo malo.
   Entró en el baño rápidamente — pasando al lado de Stephanie y Claudia, que se apartaron para que no las rozara siquiera, — dando un portazo que casi rompe la puerta, la cual cerró con el pestillo para que nada ni nadie lo molestase. En él se limpió la cara y las manos a la vez que se quitaba los trozos de cristales todavía incrustados en su piel. Misteriosamente no le dolía. La sangre iba cayendo por el desagüe poco a poco, despacio… muy despacio. Parecía una tortura. El líquido rojo que caía por el lavabo y se quedaba pegado a su alrededor le recordaba lo que acababa de hacer minutos antes. Cierto, no portaba la ida de la anciana mujer, ni los comentarios inoportunos que su “familia” hacia ella, pero no eran suficientes motivos para justificar porque hizo lo que hizo.
   Abandonado de toda fuerza y esperanza se dejó caer al suelo dándose un golpe bastante fuerte en espalda y cabeza con la bañera de mármol blanco, quedando así inconsciente, que era lo más parecido a estar muerto. El golpe le provocó una brecha en la frente, pero al estar en el estado en el que se encontraba no lo sintió, por lo que no le dolió. Ya lo haría mañana o cuando quiera que se despertase, al igual que la culpabilidad llenaría todo su ser.